"Fue entonces que comprendí el inconsciente motivo de mi tristeza..."
PALABRAS DE
RECORDACIÓN (por Ernesto Díaz Rodríguez)
Me desperté triste en la mañana
de hoy, sin una aparente razón que lo motivara. Una intranquilidad extraña
embargaba mi ser, me asomé a la ventana y llovía tenazmente. Había relámpagos
que con luminosidad cegadora bajaban del cielo. Me asusté con el ruido ensordecedor
de los truenos, y regresé a la cama. Tomé en mis manos mi teléfono móvil, sin
intenciones de llamar a nadie a tan temprana hora, más bien por instinto
irreflexivo en esta ocasión, o tal vez siguiendo el impulso de un hábito
cotidiano en busca de informaciones, de noticias sobre mi Cuba oprimida y los
principales acontecimientos de este mundo de hoy, convulsionado y esperanzador
en idénticas proporciones. Por un instante me detuve a observar la fecha
que se asomaba en la pantalla de mi celular. Fue entonces que comprendí el
inconsciente motivo de mi tristeza. Era el 25 de mayo, la fecha en que en
la prisión Castillo del Príncipe, 47 años atrás, había muerto en huelga
de hambre el líder estudiantil Pedro Luis Boitel.
Como se trata de un acontecimiento
inolvidable, que impone admiración y respeto, doloroso en grado sumo, como
todos lo de esa naturaleza ocurridos antes y después de la histórica
inmolación de este joven valiente, en homenaje póstumo hoy quiero
compartir con ustedes en breves líneas parte de lo que escribí hace ya varios
años, para ilustrar los momentos finales de su heroica vida. Sirvan estas
palabras de recordación, no sólo para los que hemos sufrido en carne
propia la opresión gubernamental en los días de hoy, la crueldad de las
prisiones y la desolación de un destierro inmerecido, por negarnos a vivir de
rodillas, aceptando las imposiciones arbitrarias del régimen comunista de Cuba,
sino también para las futuras generaciones de cubanos que elijan continuar
nuestro ejemplo y vivir con dignidad y decoro, que es la única forma honrada de
defender los derechos que les corresponden como seres humanos.
LA
MUERTE DE PEDRO LUIS BOITEL
El cielo estaba claro, las
nubes parecían que apenas respiraban, que alguien las había clavado en un
madero invisible. Tampoco el parecía respirar, aplastado en su cama por el peso
del hambre se iba muriendo a chorros ese día. Era el 24 de mayo de 1972. La
víspera de su partida hacia la inmensidad de la nada. Su última jornada de
vida.
Cincuenta y dos días llevaba Pedro Luis Boitel sin ingerir
alimento cuando cayó en estado de coma. En todo ese tiempo ni en una sola
oportunidad se le vio lamentarse, ni permitió que nadie interfiriera en su
irrevocable determinación de inmolarse en aras de la patria, en aras de la
libertad y la justicia. Quería el que con su muerte el mundo conociera un poco
más la monstruosidad del sistema carcelario en Cuba, que conociera un poco más
el sufrimiento de las madres, de las esposas, de los hijos.
El sol brillaba con intensidad
un poco más allá del centro del cielo cuando se abrió la puerta de la galera
especial donde se hallaba Pedro Luis. Dos guardianes robustos pasaron al
interior de su celda y, con la mayor indiferencia, depositaron aquel manojo de
afilados huesos sobre una rustica camilla. Un rato antes, yo había estado
conversando con Gutiérrez Menoyo y con César Páez, quienes junto a Húber Matos,
Lauro Blanco, José Pujals Mederos, Tony Lamas, Osvaldo Figueroa Gálvez, Atilano
Gámez, Silvino Rodríguez, y el poeta Jorge Valls Arango compartían el
aislamiento y la soledad de la pequeña galera ubicada en la segunda planta en
la zona central del Castillo del Príncipe. Por orden de Fidel Castro desde
diciembre de 1970 se les incomunico allí, apartados del resto de la población
penal, quedando en manos de una guardia exclusiva dirigida por el Departamento
de Seguridad del Estado.
El tema principal de la
conversación fue, como es lógico, la extrema gravedad del compañero Pedro Luis
Boitel. Por ellos supe que había amanecido en estado de coma. Si esa misma
mañana comenzaban a darle asistencia médica, tenía grandes posibilidades de
sobrevivir. Pero las autoridades, cumpliendo órdenes del Ministro del Interior,
según argumentaban, se obstinaban en no permitir que ningún médico se le
acercara mientras que se mantuviera en huelga de hambre. Sólo cuando se
percataron de que la paciencia había rebasado los límites de la prudencia, lo
que inevitablemente los haría enfrentarse con el resto del grupo en un serio
conflicto, accedieron a trasladarlo para el hospital de la prisión.
La puerta de la galera especial
se abrió nuevamente, dando paso a los militares que transportaban la camilla.
Pedro Luis llevaba un brazo colgando fuera de la misma, el cual, impulsado por
el bamboleo de la marcha descuidada de los guardias, se balanceaba como un
péndulo leve, el péndulo de un reloj que ha agotado casi toda la cuerda y está
próximo a detenerse.
Un teniente con vientre muy
abultado, que lo seguía de cerca, se adelantó y con un movimiento brusco dejo
caer la extremidad huesuda sobre el lecho del moribundo. Casi al instante el
brazo se volvió a descolgar, reiniciando el balanceo.
-¡Paren! -ordenó el oficial.
El militar que cargaba la
camilla por la parte de los pies le hizo un gesto con la cabeza a su compañero.
De inmediato se reanudo la marcha. Durante todo el recorrido los seguí con la
vista desde la puerta de la enfermería. Lo que ocurrió después fue informado a
nosotros a la mañana siguiente por los presos políticos que se hallaban
ingresados en la misma sala donde pusieron a Boitel, quienes pudieron seguir
los movimientos y escuchar algunos comentarios de los militares.
Lo llevaron allí poco después
de la una de la tarde. Un rato antes incomunicaron la zona de su lecho de
muerte, utilizando para ello varios parabanes de plywood, de modo que nadie
pudiera observar lo que dentro estaría ocurriendo. A pesar de su extrema
gravedad, ningún médico entro a visitarlo en el resto del día. Solo los
militares de la guardia especial, el Director de la prisión y alguna que otro
jerarca del Alto Mando tuvieron acceso al interior del improvisado cubículo.
Alrededor de las cinco de la tarde, hora en que se repartía la comida a los
otros enfermos, le presentaron a Pedro Luis su ración de alimentos.
-Ahí la tienes. ¿Vas a comer o
no? -alcanzaron a escuchar varios de nuestros compañeros que ocupaban las camas
próximas a los parabanes.
No hubo respuesta; no podía
haberla porque Pedro Luis Boitel, tal como amaneció en estado de coma, había
pasado todo el resto del día.
-Déjaselo en el piso hasta que
le entre apetito -se oyó decir a otro de los guardias especiales. Y luego,
después de un susurro de complicidad: ¡Ya era hora de dar un escarmiento!
Muy tarde en la noche se
aparecieron varios oficiales de alta graduación. Entraron a donde estaba el
moribundo. Se escucharon algunas risas después de un comentario que no llegó a
captarse. La visita fue breve, apenas unos minutos. Finalmente, ya en las
primeras horas de la madrugada, el coronel del Ministerio del Interior, Medardo
Lemus, jefe nacional de Cárceles y Prisiones en aquellos momentos, se presentó
en el lugar e impartió instrucciones en voz baja. Venía acompañado por el Director
y otros dos oficiales. Estos últimos se quedaron junto a los parabanes
observando con detenimiento la sala, donde los presos políticos se hallaban en
sus camas.
Medardo Lemus y sus
acompañantes se retiraron. Unos minutos más tarde, el agente de la policía
política que había sido instruido por Lemus se encaminó presuroso hacia la
puerta de la sala desde donde gritó una sola palabra: "¡Ya!"
De inmediato reapareció el jefe
de Cárceles y Prisiones con su comitiva, exhibiendo una sonrisa de júbilo. La
orden del Ministro del Interior, Dr. Sergio del Valle acababa de ser cumplida.
El líder estudiantil, Pedro Luis Boitel Abraham había sido eliminado
físicamente. Un nuevo triunfo de la Revolución.
La triste noticia nos llegó con
los primeros claros del día. A pesar de los denodados esfuerzos por aislamos,
mientras nos mantuvieron en la sección 5 del Castillo del Príncipe la Dirección
nunca pudo lograr ese propósito. Nosotros, conociendo la importancia vital de
la oportuna información, desde nuestra llegada al Príncipe, procedentes de La
Cabaña, el 16 de marzo de 1970, nos dimos a la urgente tarea de organizar una
buena red de comunicación. En un intento inútil por mantener en silencio la
muerte de Pedro Luis Boitel, los carceleros redoblaron la orden de tomar
medidas especiales de seguridad, pero ya por entonces, algunos de los custodios
se mostraban muy receptivos y colaboraban secretamente con los presos
políticos, aun en cuestiones tan delicadas como brindar información militar.
También en otras cuestiones de suma importancia, por ejemplo, un rato antes de
que la guarnición llevara a cabo una requisa, solíamos recibir el aviso de
alerta a través de una contraseña. Dos semanas antes de la muerte de Pedro
Luis, me informaron sobre las instrucciones cursadas por el Ministro del
Interior para que se le prohibiera todo tipo de asistencia médica. Boitel
tampoco lo hubiese aceptado, desde luego, aun cuando la misma no implicara
ninguna dejación de su propósito, ya que su irrevocable determinación era
morirse en esa protesta histórica. La orden del Ministro, según pude conocer,
especificaba que se le dejara morir. Pedro Luis tuvo conocimiento de esta
medida miserable y cobarde, gracias a nuestra oportuna comunicación. Me
contaron que la recibió con una sonrisa en los labios y hasta mostro
satisfacción.
A pesar de las medidas
excepcionales de seguridad, no resulto difícil pasarles a los compañeros de la
"galera especial" la noticia de aquella perdida dolorosa y sensible
del líder estudiantil y prominente preso político. La amarga realidad a la que
ahora asistían, aunque no sorprendió a ninguno de ellos, golpeó sus corazones y
les arranco lágrimas de hombre, de esas que no llegan al parpado, pero que
inundan las arterias.
Descansa en paz, Pedro Luis
Boitel. Tu ejemplo de valiente es bandera y fusil en nuestra lucha por la
libertad de la Patria. Los asesinos de ideas desconcharon tu cuerpo, hicieron
polvo de tus venas cautivas, te borraron los sueños a pura dentellada, pero ahí
está tu razón repitiéndose en todos los espejos y tu nombre hecho luz,
germinando futuro en el centro del alba.
Ernesto Díaz Rodríguez
Secretario General de Alpha 66.
Ex prisionero político cubano
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