"No olvidemos nunca que quien nada tiene o tiene poco es campo abonado para el avasallamiento..."
Defiendo al hombre
que ansía cambiar de vida para vivir dignamente, aunque para ello precise
exponer su vida en el camino que ha de recorrer. Defiendo al hombre que es
embaucado, explotado, por déspotas y subyugadores y traficantes mafiosos de
todo tipo Defiendo al hombre que anhela encontrar estímulos para enriquecer su
intelecto; al hombre que vive según los dictados de su conciencia, que cultiva
la paz en su corazón y en el mundo… Defiendo al hombre que sabe que su patria
es el lenguaje que usa para comunicarse con los demás, pero a sabiendas de que
un aluvión de palabras, producto de una elocuencia inútil, inconsciente y
confusa no lleva a parte alguna. Defiendo al hombre que execra la mentalidad
absolutista, la que no acepta la diversidad de voces y de opiniones, sino solo
la suya o la de su amo y señor, repitiendo, en este caso, hasta la saciedad lo
que este manifiesta privada o públicamente. Sí, defiendo al hombre que lucha
día a día, desde la dignidad y las libertades, el respeto y la serenidad, la
comprensión y el entendimiento, la solidaridad y la tolerancia…, para que todos
los seres humanos vivamos, como hermanos bienavenidos, en paz y en igualdad y
en progreso continuo. No olvidemos nunca que quien nada tiene o tiene poco es
campo abonado para el avasallamiento por parte de aquellos que tienen la
vulgaridad por ley.
Una inmensa parte
del mundo actual se me revela en el ejercicio continuado de una irracionalidad
apabullante que impide la buena marcha del hombre sobre los caminos del tiempo.
Esa mayoría de individuos es consciente de que “todo calor, toda bondad, dice
Tonio Kröger, toda fuerza nace del amor a lo humano”, sin embargo, vive de
espalda a esta expresión toda luz del escritor alemán.
La mentira y la
mediocridad y la masificación reinan en nuestro planeta. Un triunvirato
devastador que inculca al hombre, desde su infancia, cómo combatir contra el
hermano indefenso, martirizándolo y silenciándolo hasta dejarlo completamente
exánime, sin la más mínima energía para levantarse. Por desgracia, estamos tan
habituados a esta clase de guerrillas, de escaramuzas, de traiciones…, que no
nos conmueve ni nos sensibiliza porque creemos a pies juntillas que actuamos
según los criterios de la normalidad establecida.
Tal y como se
desarrolla la vida actual, los poderes han logrado que un sinnúmero de personas
haya perdido su propia autenticidad, si es que alguna vez tuvo conciencia de la
misma. Por ello, mientras no la recupere o la engendre con suma convicción, la
revolución interna que cada individuo de esta plebe necesita llevar a cabo será
abortada, desde su semilla, por los patriarcas de siempre.
El ciudadano de
hoy se ha acostumbrado a vivir con absoluta indiferencia ante todas las realidades
del mundo. Estas le resbalan al igual que el agua sobre una tierra impermeable.
Es más cómodo dejarse arrastrar por la corriente imperante o por el borreguismo
a la nueva usanza que profundizar en las cuestiones vitales que le incumbe
directa o indirectamente o en aquellas otras que atañen a otro individuo, a
otras sociedades, a otros pueblos. ¿Quién censura actualmente el bestial
apetito de dinero que tiene una infinidad de individuos, la Banca, las grandes
empresas, las multinacionales…? ¿Quién se preocupa por elevar y defender la
dignidad humana de aquellos hermanos que carecen de ella porque otros se la han
incinerado? ¿Quién dice la verdad sobre cualquier tema trascendental para la
óptima convivencia entre los miembros de una sociedad, entre los ciudadanos de
una comunidad o de un país, entre los pueblos y naciones del orbe? ¿Quién
siente en el interior de su ser ese descontento que tiene otra persona que es
incapaz de escapar de la vergüenza y del odio hacia sí misma? ¿Quién valora la
vida? ¿Y su vida? ¡Quién!
Ciertamente,
existen incontables personas, sobre este mundo de rosas y espinos, que luchan
día a día por los hermanos, que sufren, en su cuerpo y en su alma, las
profundas puñaladas y traiciones y ninguneos de los poderosos. Por eso,
defiendo a estos peregrinos que buscan un lugar para vivir dignamente y
alcanzar las metas que en sus países de origen jamás encontraron. Son los menos
los que conseguirán vivir la vida con gozo, con firmeza, con un trabajo bien o
mal remunerado, pero con un trabajo que le sirva para que su economía prospere
y para que su autoestima, ahora no la tienen ni en semillas, crezca hasta más
allá de los universos.
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