Pedro Corzo (desde Miami):
Hace unas
semanas estaban decorando un popular supermercado de la ciudad con letreros que
deseaban felices fiestas a sus usuarios, aludiendo, supongo, a la
Navidad y Fin de año, la lectura fue muy chocante, percibí que se
estaban trivializando conmemoraciones sobre las cuales, en gran medida, se
sustentan nuestros valores y conducta.
Términos
como el de Felices Fiestas, presente en mucha de la publicidad de radio y
televisión, obvian que los días que se festejan tienen que ver con una religión
en particular y no con actividades de carácter personal o circunstancial.
No es
razonable ni justo que la corrección política por una parte y la holgazanería
por otra, nos lleve a desconocer tradiciones y otros factores claves de nuestra
cultura. La mayoría tiende a defender el terruño en el que dio su primer
bufido, sin embargo, a veces, descuida los
fundamentos sobre los cuales se originaron sus
singularidades.
No
estamos envueltos en un conflicto de nacionalidades, política o ideologías. Es
mucho más profundo. Estamos en un trance que amenaza quebrantar los fundamentos
de nuestra manera de vivir que a pesar de sus omisiones e
incorrecciones es más que evidente que se corresponde mejor que ningún otro con
la condición humana.
Estas
reflexiones no contrarían la tolerancia que es un componente básico de
nuestra formación, tampoco, implica que aceptemos impasibles la
pérdida de nuestra identidad cultural como se aprecia promueven algunos
sectores de la sociedad que consideran que la quiebra de nuestros principios
éticos favorecerá la consecución de sus agendas personales. En
realidad gestar una comunidad fundamentada en el antagonismo y la atomización
de los derechos del ser humano conduciría a la destrucción de
nuestros valores e inexorablemente a una crispación y lucha
constante en la que todos seriamos vencidos.
La
repetición de estas propagandas me condujo a recordar los constantes llamados
de atención de mi médico y amigo, además de compañero de lucha contra la
dictadura desde los años sesenta, Santiago Cárdenas, que siempre está alertando
sobre el relativismo y la creciente corrección política que conduce a actuar y
callar todo lo que puede contrariar a terceros, aun cuando esos terceros no se
esfuercen por respetar las convicciones de los otros.
Muchas de
las informaciones a las cuales accedemos le dan toda la razón a Cárdenas. Es
muy frecuente leer o escuchar a importantes personalidades que callan ante
situaciones o pronunciamiento que cuestionan en privado o que
atentan contra las normas que dicen defender. Acatan los mandatos o
instigaciones de sectores que no aceptan que las mayorías también tienen
derechos a opinar y defender sus creencias, sin que eso implique un odio
particular o discriminación de lo que cuestionan.
Mi
reacción ante la trivialización de las Navidades no fue consecuencia de
convicciones religiosas que no me distinguen, la mayor parte de mi vida he
dudado de la existencia de un ser superior, sin embargo, hago todo lo posible
por cumplir las normas de conductas que los entendidos identifican como moral
cristiana, postulados que no siempre alcanzo a cumplir.
Querer
quebrar por los motivos que sean la columna vertebral de nuestra civilización
no tiene justificación, pero que guarden silencio aquellos que están
medianamente satisfechos con los aspectos fundamentales
de nuestras costumbres y hábitos es incomprensible. Sin dudas que nuestra
sociedad no es perfecta, convivimos con sentimientos y acciones que deberían
avergonzar a quienes las practican, no obstante, hemos progresado y podremos
hacerlo mucho más si aceptáramos plenamente la divisa sartriana de “Mi libertad
se termina donde empieza la de los demás”.
Ante las
actuales circunstancias deberíamos ser conscientes de que no hay espacios para
el “Dejar hacer y dejar pasar”, el ciudadano, no el estado, debe actuar como le
corresponde. La educación, es la clave de la coexistencia, aceptar las
diferencias e intentar superarlas sin buscar culpables es un progreso.
Tolerar y respetar es fundamental para
la convivencia, no es racional aceptar la cohabitación con aquellos que quieren
destruir los valores y costumbres sobre los que se sostiene la sociedad que les
acoge, tal acción, sería como abrir la espita del crematorio donde tendrá lugar
la incineración de las convicciones de quien por propia voluntad, dejó de ser
libre y se convirtió en esclavo. El primer deber de un hombre libre es defender
sus convicciones y no cometer suicidio.
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