ESTADOS UNIDOS.- Pocas cosas del ámbito político local, nacional o
internacional consiguen todavía sorprenderme, o suscitar una respuesta de
cualquier tipo, que requiera de ser comunicada a otros, o me impela a hacerlo.
Por lo general, proceso los hechos después de cotejar las informaciones —lo que
cada vez es más difícil pues la fuente pareciera con frecuencia ser una sola—;
calo en las causas y posibles repercusiones de algún sucedido, según mi
entendimiento y experiencia; llego a conclusiones de uso exclusivo para mi
persona, y basta. Voy pareciéndome de día en día a una Casandra aleccionada por
sus fracasos en el terreno precisamente de predecir nada. Es una de las
enseñanzas que nos vienen con los años y la experiencia: hay en el mundo muchas
cosas impredecibles que invitan al desconcierto.
En contraste, pareciera que hoy son muchos en el mundo los que se cree
en condiciones de dictar cátedra desde cualquier cajón improvisado al que se
suban, o frente a las primeras cámaras de televisión que aparezcan. Son siempre
gente muy joven o aparentemente joven, (o pretendidamente juvenil) que desdeña
en primer lugar ciertas verdades establecidas por los hechos mismos, y la
experiencia terrible vivida por generaciones, como sería la de aquellos que
padecieron y murieron bajo el comunismo y el socialismo en muchas partes.
Podría tratarse éste de un síndrome de crecimiento, o más precisamente,
de “inmaduración”, permítaseme el neologismo, abrazado por los afectados como
si más bien se tratara de un don con el que han sido dotados por obra y gracia
de los medios, es decir, de su ignorancia y prepotencia. ¡Permanecer
eternamente jóvenes! El sueño mismo no es nuevo, ni original. Precede incluso a
los románticos. De más reciente, algunos le han llamado el síndrome de Peter
Pan. (Naturalmente, existe asimismo, como sabemos, una versión femenina).
Evidentemente, no importa la edad real que se tenga, siempre y cuando se den
muestras fehacientes de que uno “progresa”, es decir, se adhiere a la onda de
indignación o inconformidad que rueda, al parecer espontáneamente. Otra
característica del síndrome de marras consiste del afán
contagioso-comunicativo. ¡Súmate! Proclama. Y lejos de luchar contra la
enfermedad, sus adherentes invitan a “asumirla” con orgullo y
determinación. ¡El germen que procrea!
Me dan pena los más jóvenes, víctimas de sus propios descarríos que son
los de sus padres o maestros, y de aquellos que vomitan incesantemente la
mayoría de los medios de difusión del mundo, y aún más pena me dan los recién
nacidos que ni siquiera están en condiciones todavía de librarse de un contagio
en el que los meten apenas venidos al mundo, y por el que podrían terminar
pagando —a manera de un karma inevitable— un precio tan alto como el ya pagado
por la generación de sus abuelos o bisabuelos. Irónico es especialmente el
caso, cuando estos abuelos o bisabuelos escaparon de Cuba, Venezuela, Rusia,
China, Korea, o cualquier otro país sometido al flagelo comunista, precisamente
para que sus hijos y nietos y todo el que viniera después, pudiera nacer en un
país libre, es decir, verdaderamente capitalista.
Anoche, mientras veía algún noticiero, le escuché a una joven
venezolana, aparentemente muy versada en distingos de esta naturaleza,
“aclararle” al entrevistador (y de paso a la audiencia) que lo que
caracterizaba a los regímenes de Maduro en Venezuela o de los Castro en Cuba,
no era verdaderamente el modelo socialista, (con lo que le lavaba la cara al
asesino en escena, sin inmutarse) sino el carácter de narco-estado, etc. Lo que
suscita mi reparo consiste precisamente en este pretendido “distingo” de la
señorita Poleo —creo que es éste su apellido— entre “socialismo” o “comunismo”
versus eso de narco-estado, de nuevo cuño relativo.
Quisiera que alguien me ilustrara al respecto, pues debo estar
confundido. ¿Es que ha existido alguna vez un solo país donde se haya impuesto
—y el término es preciso— la ideología del estado socialista o comunista, que
no haya devenido de inmediato un tinglado de corruptela y criminalidad, incluso
a nivel internacional? Antes, incluso, de que la ideología socialista o
comunista fuera impuesta a sangre y fuego contra una mayoría por una minoría
armada y sin escrúpulos en cualquier parte, que se apoyaba igualmente en una
ideología de “vanguardia” o élite, ya los falansterios de Fourrier u Owen, entre
otros, en el siglo XIX, (levantados y sostenidos siempre con el capital de
algún millonario simpatizante) terminaron en un estrepitoso fracaso, entre
otras cosas por no atenerse a la caprichosa realidad de la vida.
La riqueza no se reparte porque se acaba más tarde o más temprano; hay
que crearla como parte de un proceso incesante. Si se interrumpe por cualquier
causa, se paraliza todo y se cae en la más absoluta miseria. En otras palabras,
si se le quita al que produce riqueza (incluso si el rico hace renuncia a su
prosperidad para que otros la repartan) nunca alcanzará para que todos tengan
siempre. Los falansterios, la Utopía de Tomás Moro y otras visiones semejantes
murieron irremisiblemente cuando se acabó el dinero y con el pugilato suscitado
por el reparto igualitario, pero no así “el sueño de la razón”, que como bien
advirtió Goya, “produce monstruos”.
De mucho más acá en el tiempo hemos tenido los Kibutz en Israel, y las
comunidades hippies en muchas partes del mundo occidental, que no terminaron mejor.
Bernie Sanders, iluso millonario de ideas estalinistas, apela a sus seguidores,
muchos de ellos jóvenes mal informados y no menos ilusos que su guía, con la
idea de un “super” falansterio en Norteamérica: los Estados Unidos. “El sueño”
persiste, y se transmite por varios medios, especialmente entre los jóvenes de
cualquier parte del mundo occidental, como si su implementación real no tuviera
o hubiese tenido consecuencias pesadillescas en todos los casos.
No hay más que volver la vista a Venezuela, Colombia o Chile, donde han
sido en gran medida los jóvenes los peones manipulados por las fuerzas hostiles
al verdadero avance y democracia sociales, autoproclamados “progresistas”,
cuando no abiertamente socialistas o comunistas, como brazos útiles para la destrucción
del metro de Santiago, y los efectos indiscriminados del vandalismo contra
edificios, y el asesinato de personas, con las secuelas adicionales de
desempleo y caos social. ¡No hay distinción más allá de una cuestión semántica,
entre “socialismo”, “comunismo” o cualquier otro de estos conceptos y el
aspecto real que va de la mano de estos, la depredación y la tabla rasa!
Muchos “socialistas” o “comunistas” pueden hacerse ilusiones respecto a
lo que llaman “igualdad social” —habría ahí también mucho por decir— y “la
implementación suave” de una idea que tienen por absolutamente justa. Son estos
los “utópicos”, llamados de este modo por los otros comunistas auto-denominados
“científicos”, que son más bien pragmáticos. A estos últimos, posesos y poseedores
de una conciencia sin escrúpulos, les sirven los llamados “utópicos”, o
idealistas de lo que Lenin y Stalin llamarían, “tontos útiles” para abrirse
camino con sus cantos de sirena, pero según ha demostrado la historia de la
lucha por el poder entre “los camaradas”, se hallan estos entre los primeros a
ser eliminados junto a los “burgueses enemigos de clase”, si no son reducidos
de inmediato al acatamiento absoluto, de persistir en sus “tonterías” utópicas,
una vez que el comunismo se quita la careta ya como estado-partido absoluto.
No es teoría. Ni se trata de una calumnia. Ha sido, es, y será la
práctica del comunismo en todas partes, aunque los “santos inocentes” que
siguen la doctrina lo desconozcan, porque nadie se ha tomado el trabajo de
enseñarles de la misa comunista la media, sino que apenas dominan el catecismo
de los párvulos. Sí, hablo de misa porque de misas se trata a fin de cuentas,
sólo que no de misas cristianas, sino de interpretaciones bergoglianas tan
sesgadas e hipócritas como el mismísimo obispo de Roma, según las cuales, el
mundo será mejor cuando se prescinda del capitalismo. (Toda evidencia
estadística indica lo contrario alrededor del mundo). Debemos preguntarnos,
¿para volver universalmente al feudo medioeval representado por el papado, o al
estado feudal característico de los regímenes comunistas que han sido en el
mundo?
Las opciones de Roma, a través de su intérprete Bergoglio no parecen
ser muy originales ni avanzadas, pese a auto-proclamarse “progresista”. ¿Pero
es que tienen idea alguna los jóvenes seguidores de Lenin y Stalin, Fidel
Castro, el “Che” Guevara y Hugo Chávez, en el mundo de hoy, lo que fue y lo que
caracteriza a unos sistemas de otros? Tampoco parece tenerlas la señorita
Poleo, antes mencionada, pese a su facundia frente a las cámaras y la
pretendida sutileza de sus distinciones. ¡Ojalá estas notas le sirvan a alguno
de advertencia!
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