Por
Pedro Corzo.
La
victoria de Donald Trump y de los candidatos republicanos a la Cámara y al
Senado, permite percibir que un notable sector de la sociedad estadounidense
no comparte los postulados supuestamente adoptados por una amplia mayoría
de la población.
Cierto que el presidente electo no ganó el
voto popular, que su victoria fue consecuencia de las normas por las que se
elige al mandatario del país, pero el hecho antes referido de que el voto
nacional favoreció a sus correligionarios, algunos de los cuales no lo
respaldaron, al menos públicamente, deja apreciar que un elevado porcentaje de
la población está muy descontenta con la forma en que las elites políticas y
económicas han manejado a la nación en las últimas décadas.
Lo que pudiera considerarse como la
aristocracia estadounidense, ha estado más preocupadas por incrementar y
conservar sus prerrogativas, que por resolver los problemas de la nación. Aun
mas, por el resultado de las elección presidencial, se puede deducir que han
auspiciado, o al menos aceptado, una imagen de la nación que no se correspondía
con la realidad.
Cierto
que la inmensa mayoría de los congresistas electos forman parte del sistema,
pero el candidato victorioso fue el paladín de la reformulación, lo que implica
que la gente quiere un cambio radical que, puede o no ser lo mejor para el
país, pero que si refleja la insatisfacción subyacente en un
estrato de la sociedad que rechaza responsablemente lo que para muchos implica
ser políticamente correcto.
La primera insatisfacción del electorado la mostró, el que Donald
Trump y el senador Bernie Sanders, se convirtieran en precandidatos viables de
sus partidos, con el agravante de que las pasiones que ambos exacerbaron
dejaron avistar la crispación, frustración y furia acumulada que
alentaban a sus respectivos partidarios, además, de quienes con conocimiento de
causas y objetivos definidos, juegan a destruir los valores y compromisos que
representa esta nación.
Según muchos analistas la política estadounidense se ha caracterizado
a través de la historia por el centrismo de su electorado. El votante ha
demostrado que rechaza ser devorado por políticos extremistas que no respetan
el derecho de los otros, como ocurrió con el senador Joseph Raymond McCarthy, que a pesar
del control que ejerció en su época, cuando se convirtió en una amenaza
para la democracia, el inefable "check and balance" lo
destruyó.
Los extremos son una amenaza real para la sociedad estadounidense. No
importa la tendencia ni la ideología que subyazca en cada tendencia.
Esas corrientes solo promueven quebrar la identidad de la nación, al
destruir los valores sobre los que se ha sostenido y que son patrones, a pesar
de sus imperfecciones, a imitar por muchos países.
Hay quienes incentivan y promueven la tolerancia extrema. Un dejar
hacer sin limitaciones, que conlleva la disolución de la identidad nacional.
Otros favorecen de todas las maneras posibles una actitud chauvinista
que se sustenta en la intolerancia y la xenofobia, propuesta que al igual a la
de sus contrincantes, promueve cambiar la raíz de la nación y construir un país
distinto.
El fascismo ha estado presente en el país, así como los
indescriptibles ideológicamente "supremacistas blancos". Son una
realidad, no es una invención cinematográfica. Trabajan duro por sus objetivos,
quizás lo que los haga menos peligrosos es que tal vez no tengan una
proyección nacional como sus enemigos de la izquierda.
Los comunistas y anarquistas son harina de otro costal igualmente
sucio. Están aquí. Nunca se han ido. Gustan de la desestabilización y de la
generación del caos. Favorece la falta de autoridad mientras no llegan al
poder. Promueven soluciones a los problemas que no son viables económicamente o
que transgreden las legislaciones vigentes, lo que les genera una masa de
"necesitados" que se prestan inconscientemente a manejos que
conducen a la anarquía, conllevan a la represión de las fuerzas del estado,
derivan en la ingobernabilidad hasta que asume el control una secta salvadora.
Por supuesto, que estos enemigos, neofascistas o marxistas, que niegan
rotundamente interpretar la esvástica o la hoz y el martillo, nunca han
descartado usar para sus fines a los partidos Demócratas y Republicanos, lo que
se evidencia en que en los últimos años, se ha apreciado como posiciones
extremistas han incrementado su influencia en las dos fuerzas políticas que han
garantizado la democracia estadounidense, una estrategia que se aproxima al
Camino de Yenán, como advierte el médico José Ramón Arias.
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