"En cuanto a la supuesta tolerancia entre los pueblos de respectivas fes cristiana, judia y musulmana..."
Los visigodos fueron uno de los pueblos de
origen germánico que habían invadido y se habían asentado en el Occidente europeo
cuando éste todavía permanecía bajo la soberanía nominal de Roma.
El reino visigodo de Tolosa entró en la
Historia en el 418 después de Cristo, tras un pacto con Roma, y feneció cuando
fue desplazado por otro pueblo germánico, el de los francos. Tras esa derrota,
los visigodos se replegaron sobre la Hispania romana y fundaron el reino
hispano visigodo de Toledo, que duró hasta el 711, cuando la conquista
musulmana de la Península Ibérica.
Poco a poco, los conquistadores visigodos
se unieron a las estirpes hispanorromanas, tanto en matrimonios mixtos como en
las tareas de gobierno. Los visigodos, convertidos al cristianismo, a la vez se
fueron romanizando, al extremo de que ya en el 475 d.C. se promulga el Código
de Eurico, compilación legislativa común que sustituye a las hasta entonces
normas jurídicas separadas para visigodos e hispanorromanos.
A su muerte en la primavera del 586, el
rey visigodo Leovigildo había sometido a toda la Península Ibérica, excepto una
estrecha franja de la costa mediterránea que pertenecía el Imperio Bizantino; y
dejó sentadas las bases para el carácter hereditario de la monarquía.
En el 711, huestes musulmanes, integradas
por árabes y bereberes, derrotan y matan en combate en Guadalete al último rey
visigodo, Rodrigo. Y a lo largo de los próximos tres años conquistan toda la
Península excepto las regiones más escarpadas del balcón cántabro y de la
cordillera pirenaica, donde se refugian y reasientan los cristianos fugitivos del
Sur, del Centro, del Este y del Oeste de la antigua Hispania.
En cuanto a la supuesta tolerancia entre
los pueblos de respectivas fes cristiana, judía y musulmana, el vallisoletano
Julio Valdeón Baruque (1936-2009, miembro de la Real Academia de la Historia
entre 2002 y su muerte) ha opinado que “Yo creo que se ha
exagerado un poco […]. No había una multiculturalidad, como hoy en día. A cada
uno se le enseñaba su religión y cada uno tenía su iglesia, su sinagoga, su
mezquita, su consejo, su aljama, su justicia, e incluso estaba prohibidos los matrimonios
entre cristianos y judíos o sea que… pero sí que hubo una relación pacífica
entre ambos”.
Sobre esa
pacífica convivencia predicada a veces tan almibaradamente en la cinematografía
hollywoodense, la profesora Cristina Segura, catedrática de Historia Medieval
en la Universidad Complutense de Madrid, ha recordado que en las ciudades de
esa época que duró siete largos siglos“la puerta de cada uno de los barrios se
cerraba por la noche y esto para mí quiere decir algo, y es que no había una
perfecta convivencia”.
Tampoco debe olvidarse que en 1252, cuando se
convirtió en el Rey del mayor reino cristiano de la península -Castilla y León-Alfonso
X de Castilla dijo: “Si alguien es tan desgraciado como para convertirse al
judaísmo o al islam, ordenaremos su condena a muerte”. Afirmación
tremebunda que entonces se atemperaba con su orden de que se respetara a los
musulmanes y judíos en los días sagrados del Sabbat en las sinagogas y de los
viernes en las mezquitas, ya que lo que se quería evitar era que esas
religiones se perpetuaran y ganasen adeptos.
En el
albor de este mismo siglo XIII, el Cuarto Concilio Vaticano dispuso que los
judíos llevaran un signo exterior que les diferenciase, orden ante la cual los
hebreos amenazaron con emigrar a las tierras bajo soberanía musulmana. El rey
Fernando III el Santo y el arzobispo de Toledo rogaron y obtuvieron del Papa
(en 1219) la suspensión en Castilla del acuerdo conciliar, en atención al hecho
de que las rentas de la Corona dependían en gran medida de las aportaciones de
la comunidad judía.
Este monarca, quien fue rey de Castilla
entre 1217 y 1252, y rey de León entre 1230 y 1252, desde su juventud mostró
entusiasmo por la gesta de la Reconquista, cuyo avance impulsó tomandolos reinos de Jaén, Córdoba,
Sevilla y lo que quedaba del reino de Badajoz (la Extremadura leonesa), cuya
anexión había empezado Alfonso IX, así como recuperando de los
muslimes la posesión y restitución a su emplazamiento original de las campanas
de la Iglesia de Santiago. Cuando Fernando accedió al trono, en 1217, su reino no rebasaba apenas
los ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados; en 1230, al heredar León, obtuvo
otros cien mil y, merced a sus propias conquistas, añadió ciento veinte mil
más. [Véase: Revista de Filología Española, vol. LXXVI, nº 1/2 (1996),
“LA IDEA DE RECONQUISTA EN EL LIBRODE LOS DOZE SABIOS”, por HUGO ÓSCAR
BIZZARRI, Seminario de Edición y Crítica Textual, Universidad de Buenos Aires].
Como
se pone de manifiesto en el trabajo MUSULMANES Y CRISTIANOS EN AL‑ANDALUS.
PROBLEMAS DE CONVIVENCIA, del
profesor Emilio Cabrera, de la Universidad de Córdoba, “En el año 785‑786,
los musulmanes adquirieron a los cristianos de Córdoba el solar donde estaba edificada
la iglesia de San Clemente. Los textos de la época nos dicen que pagaron por
ella una elevadísima cantidad. Pero esa compra tiene todos los indicios de ser
una pura y simple expropiación forzosa, sobre todo porque coincide con la
prohibición impuesta a los cristianos de construir o mantener iglesias en el
recinto amurallado de la ciudad.
“La escuela jurídica malikí preconizaba una
notoria rigidez en la aplicación de las normas coránicas. Ese hecho tuvo
algunas repercusiones positivas para la comunidad islámica de al‑Andalus al
evitar las numerosas disidencias religiosas que se produjeron en otros países
dominados por el Islam; pero fue de efectos negativos en otros aspectos pues
propició, por ejemplo, la existencia de una especie de «censura» que
«encorsetó» —en expresión de Emilio García Gómez— la vida cultural y la hizo
menos «liberal» al tiempo que llevó a sus últimos extremos la aplicación de la
ortodoxia musulmana. Sin duda, la doctrina de los jurisconsultos malikíes tuvo
que contribuir a enrarecer, en alguna medida, las relaciones entre cristianos y
musulmanes. Sobre esas relaciones conocemos bien la opinión que tenía el
fundador de esa escuela, Malik b. Anás, el cual, preguntado en una ocasión si
él se sentaría a comer con un cristiano, respondió que «hacerlo no está
prohibido; pero personalmente yo no cultivaría la amistad de un cristiano».
“Abdar‑Rahmán II (822-852) importó a al‑Andalus
muchas instituciones de gobierno propias de Oriente y tuvo lugar, durante su
reinado, una orientalización tanto del aparato del Estado como de las
costumbres de sus súbditos, cualquiera que fuese su religión. Seguramente, la primera
de las connotaciones claras de ese proceso fue la creciente arabización de la
sociedad andalusí, entendiendo por tal la adopción más o menos generalizada de
la lengua árabe.
“Junto a la arabización, la islamización…es éste el momento en el cual los cristianos
de al‑Andalus empiezan a ser conscientes, de verdad, de la tragedia que para
ellos supuso la invasión de la Península por parte de los musulmanes y de que
esa tragedia había tomado ya un camino sin retorno. Su situación empieza a ser claramente incómoda; la discriminación hacia
ellos se hace cada vez más evidente; empiezan a existir toda clase de
cortapisas de las que se quejan los autores cristianos de mediados de siglo; y
estalla, finalmente, la gran crisis que fue el problema del martirio voluntario.
No podemos entender esa cuestión sin conocer algunas de las dificultades que la
autoridad islámica impone a los cristianos, según las quejas que éstos
manifiestan en sus escritos. A través de ellas observamos que los dos pueblos
sometidos (cristianos y judíos) viven en lo que hoy llamaríamos, sin dudarlo,
un régimen de apartheid: están
obligados a diferenciarse de los musulmanes en el vestido y en el calzado,
evitando en ambos casos el lujo para no herir la susceptibilidad de los
musulmanes; se les impone una forma especial de peinarse, con el fin de ser
fácilmente identificables; tienen prohibido el uso de armas; no están
autorizados a usar caballos sino sólo acémilas, que han de llevar albardas sin
silla de montar ni estribos. A todas esas molestas disposiciones hay que añadir
discriminaciones de mayor calado: prohibición absoluta de matrimonios entre un
cristiano y una musulmana; incluso, simplemente, de mantener relaciones
sexuales; pero existe vía libre para el matrimonio o, más bien, el concubinato
de un musulmán con cristiana. Por otra parte, una vez unidos, aunque esa mujer
pudiera practicar, sin problemas, su propia religión, viviendo con un musulmán,
los hijos nacidos de la unión, al llegar a la mayoría de edad, debían abrazar
obligatoriamente el Islam porque esa era la religión de su padre. No es
necesario decir que, muchos de ellos, educados por su madre, desde la infancia,
como cristianos, siguieron siéndolo en secreto, aunque aparentando ser
musulmanes. Hubo muchos cristianos ocultos entre personas que pasaban por ser
oficialmente musulmanes. Pero lo más grave de todo es que la condición de
musulmán se perpetuaba ya indefinidamente porque la apostasía llevaba aparejada
la pena de muerte. En definitiva, una vez abrazada la religión islámica, no era
posible dar marcha atrás.”
Lo
que lleva a descartar y rechazar, por incidir en lo que pudiera llamarse “buenismo progre retroactivo”, las hoy
tan en boga apreciaciones revisionistas de la Historia, definidas como el
conjunto de determinados
esquemas de pensamiento y actuación social y política (como el
multiculturalismo y la corrección política) que, de forma bienintencionada pero
ingenua, con la vista puesta en el futuro creen que todos los problemas pueden
resolverse a través del diálogo, la solidaridad y la tolerancia, y con la vista
echada hacia el pasado creen que los choques de civilizaciones han sido
violentos cuando los conquistadores o colonizadores han sido eurocéntricos
mientras que los de extracción no europea se han comportado de manera benévola
y han practicado o intentado practicar la convivencia pacífica y la
asimilación.
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