lunes, 7 de mayo de 2018

LA PROTESTA DE LOS TRECES VISTA POR EL HERALDO DE CUBA


La Protesta de los Trece en  el gobierno del Presidente Alfredo Zayas Alfonso, (1921-25)
Por, René León

      Uno de los escándalos más sonados durante el gobierno del Presidente Alfredo Zayas Alfonso, (1921-25) fue la firma de un Decreto Presidencial, donde destinaba un crédito de 2 millones 800 mil pesos, para la compra del Convento de Santa Clara, donde se encontraban en ese momento monjas enclaustradas. Estas vendieron el edificio a una empresa de bienes y raíces y ésta a su vez trataron de venderla primero al gobierno de Menocal. Años más tarde el gobierno del Presidente Zayas, pagaba una suma elevada por el edificio que había sido tasado en medio millón de pesos. 

El Secretario de Hacienda en su gobierno, el Coronel Manuel Despaigne, se negó firmar el decreto. Siendo firmado por el Secretario de Justicia Dr. Erasmo Regüeiferos.

      Un grupo de estudiantes e intelectuales irrumpieron en un acto que se celebraba en la Academia de Ciencias, donde se le rendía un homenaje a la escritora uruguaya Paulina Luissi, por el Club Feminista de La Habana. Regüeiferos que en ese momento hacía uso de la palabra, fue interrumpido momentáneamente por el grupo de jóvenes que se encontraba allí. Ellos hicieron acto de protesta por el negocio del “convento de Santa Clara”, disculpándose ante la escritora uruguaya. Pero la protesta se extendió.
      En la edición del Heraldo de Cuba,  del 19 de marzo de 1923, salió este editorial.

“LA PROTESTA DE LOS TRECE VISTA POR EL HERALDO DE CUBA”
       “Se instalaron los jóvenes en el centro del salón. Un minuto después la señorita Hortensia Lamar, que presidía el acto, dio la palabra a Regüeiferos. El grupo de jóvenes se puso de pie.

         Y ocurrió entonces una cosa pintoresca y divertida. Reqüeiferos creyó que aquellos muchachos se ponían de pie para aclamarlo, y ofrecerle un homenaje, y festejar solemnemente los catorce parlamentos de “El Sacrificio”.  El Secretario de Justicia sonrió conmovido, con larga sonrisa de beatitud y agradecimiento. Marchaba hacia la tribuna. Pero de repente, un muchacho rubio, delgado, escueto, de ojos claros y estupefacción universal dijo estas palabras:
     “Perdonen la Presidencia y la distinguida concurrencia que aquí se halla –exclamó serenamente el muchacho flaco y rubio, llamado Rubén Martínez Villena- que un grupo de jóvenes cubanos, amantes de estas nobles fiestas de la intelectualidad, y que hemos concurrido a ella atraído por los prestigios de la noble escritora a quien se ofrenda, este acto, perdonen todos que nos retiremos. En este acto interviene el Dr. Erasmo Regüeiferos, que olvidando su pasado y actuación, sin advertir el grave daño que causaría su gesto, ha firmado un decreto ilícito que encubre un negocio repelente y torpe, digno no de esta rectificación y de reajuste moral, sino de aquel primer año de zayismo”.
       La concurrencia se estremeció, Regüeiferos que había aplaudido a los jóvenes cuando éstos se pusieron de pie, queda con las flacas manos caídas sobre sus muslos. El Ministro de Uruguay, tan fino, caballeroso y agudo diplomático, se sumerge precipitadamente en la lectura del programa. Y la señorita Lamar hace un gesto de tristeza y espanto ante aquellas palabras.
     Pero nadie detiene al joven Martínez Villena. Este sin detenerse, prosigue:

    “–Perdóneme el señor Ministro del Uruguay y su distinguida esposa. Perdónenos la ilustre escritora a quien con tanta justicia se tributa este homenaje. Protestamos contra el funcionario tachado por la opinión pública y que ha preferido rendir una alta prueba de adhesión al amigo, antes de defender los intereses nacionales. Sentimos mucho que el señor Regüeiferos se encuentre aquí. Por eso nos vemos obligado a protestar y a retirarnos”.
       Fue un momento de sombro, de extrañeza. Los jóvenes abandonaron el salón. Regüeiferos, lento, grave, se dirigió a la tribuna, y los comentarios, agudos, incisivos, abundantes, florecieron en todas las bocas de los allí presentes.
         Cuando terminó la fiesta nos acercamos al doctor Regüeiferos demandando su opinión sobre los hechos ocurridos. El Secretario de Justicia, con el rostro crispado, con tono frío y cortante exclamó
       “-Yo no le hago caso a eso. Los he aplaudido. Son unos inconscientes tornó a repetir con acides. Y agregó: Yo he firmado el decreto de la compra del convento de Santa Clara, porque estoy convencido que se trata de una obra buena. Si cien mil veces me pusieran un decreto como ése, cien mil veces lo firmaría”.
        El nombre de aquellos jóvenes intelectuales que protestaron, quedó para la historia de la joven República:
        Rubén Martínez Villena, José A. Fernández de Castro, Juan Marinello Vidaurreta, Alberto Lamar Schwyyer, Félix Lizaso, Luis Gómez Wanguermer, José Zacarías Tallet, José Manuel Acosta, Francisco Ichaso, Calixto Masó, Primitivo Cordero Leyva, José R. García Pedroso y Jorge Mañach Robato.




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