La
Protesta de los Trece en el gobierno del
Presidente Alfredo Zayas Alfonso, (1921-25)
Por,
René León
Uno de los escándalos más sonados durante el gobierno del Presidente Alfredo Zayas Alfonso, (1921-25) fue la firma de un Decreto Presidencial, donde destinaba un crédito de 2 millones 800 mil pesos, para la compra del Convento de Santa Clara, donde se encontraban en ese momento monjas enclaustradas. Estas vendieron el edificio a una empresa de bienes y raíces y ésta a su vez trataron de venderla primero al gobierno de Menocal. Años más tarde el gobierno del Presidente Zayas, pagaba una suma elevada por el edificio que había sido tasado en medio millón de pesos.
El Secretario de Hacienda en su gobierno, el Coronel Manuel Despaigne, se negó firmar el decreto. Siendo firmado por el Secretario de Justicia Dr. Erasmo Regüeiferos.
Un
grupo de estudiantes e intelectuales irrumpieron en un acto que se celebraba en
la Academia de Ciencias, donde se le rendía un homenaje a la escritora uruguaya
Paulina Luissi, por el Club Feminista de La Habana. Regüeiferos que en ese
momento hacía uso de la palabra, fue interrumpido momentáneamente por el grupo
de jóvenes que se encontraba allí. Ellos hicieron acto de protesta por el
negocio del “convento de Santa Clara”, disculpándose ante la escritora uruguaya.
Pero la protesta se extendió.
En
la edición del Heraldo de Cuba, del 19
de marzo de 1923, salió este editorial.
“LA
PROTESTA DE LOS TRECE VISTA POR EL HERALDO DE CUBA”
“Se instalaron los jóvenes en el centro del
salón. Un minuto después la señorita Hortensia Lamar, que presidía el acto, dio
la palabra a Regüeiferos. El grupo de jóvenes se puso de pie.
Y ocurrió entonces una cosa pintoresca
y divertida. Reqüeiferos creyó que aquellos muchachos se ponían de pie para
aclamarlo, y ofrecerle un homenaje, y festejar solemnemente los catorce
parlamentos de “El Sacrificio”. El Secretario
de Justicia sonrió conmovido, con larga sonrisa de beatitud y agradecimiento.
Marchaba hacia la tribuna. Pero de repente, un muchacho rubio, delgado,
escueto, de ojos claros y estupefacción universal dijo estas palabras:
“Perdonen
la Presidencia y la distinguida concurrencia que aquí se halla –exclamó
serenamente el muchacho flaco y rubio, llamado Rubén Martínez Villena- que un
grupo de jóvenes cubanos, amantes de estas nobles fiestas de la
intelectualidad, y que hemos concurrido a ella atraído por los prestigios de la
noble escritora a quien se ofrenda, este acto, perdonen todos que nos
retiremos. En este acto interviene el Dr. Erasmo Regüeiferos, que olvidando su
pasado y actuación, sin advertir el grave daño que causaría su gesto, ha
firmado un decreto ilícito que encubre un negocio repelente y torpe, digno no
de esta rectificación y de reajuste moral, sino de aquel primer año de
zayismo”.
La concurrencia se estremeció,
Regüeiferos que había aplaudido a los jóvenes cuando éstos se pusieron de pie,
queda con las flacas manos caídas sobre sus muslos. El Ministro de Uruguay, tan
fino, caballeroso y agudo diplomático, se sumerge precipitadamente en la
lectura del programa. Y la señorita Lamar hace un gesto de tristeza y espanto
ante aquellas palabras.
Pero
nadie detiene al joven Martínez Villena. Este sin detenerse, prosigue:
“–Perdóneme el señor Ministro del Uruguay y su distinguida esposa.
Perdónenos la ilustre escritora a quien con tanta justicia se tributa este
homenaje. Protestamos contra el funcionario tachado por la opinión pública y
que ha preferido rendir una alta prueba de adhesión al amigo, antes de defender
los intereses nacionales. Sentimos mucho que el señor Regüeiferos se encuentre
aquí. Por eso nos vemos obligado a protestar y a retirarnos”.
Fue un momento de sombro, de extrañeza. Los
jóvenes abandonaron el salón. Regüeiferos, lento, grave, se dirigió a la
tribuna, y los comentarios, agudos, incisivos, abundantes, florecieron en todas
las bocas de los allí presentes.
Cuando terminó la fiesta nos acercamos
al doctor Regüeiferos demandando su opinión sobre los hechos ocurridos. El
Secretario de Justicia, con el rostro crispado, con tono frío y cortante
exclamó
“-Yo no le hago caso a eso. Los
he aplaudido. Son unos inconscientes tornó a repetir con acides. Y agregó: Yo
he firmado el decreto de la compra del convento de Santa Clara, porque estoy
convencido que se trata de una obra buena. Si cien mil veces me pusieran un
decreto como ése, cien mil veces lo firmaría”.
El nombre de aquellos jóvenes
intelectuales que protestaron, quedó para la historia de la joven República:
Rubén Martínez Villena, José A.
Fernández de Castro, Juan Marinello Vidaurreta, Alberto Lamar Schwyyer, Félix Lizaso,
Luis Gómez Wanguermer, José Zacarías Tallet, José Manuel Acosta, Francisco
Ichaso, Calixto Masó, Primitivo Cordero Leyva, José R. García Pedroso y Jorge
Mañach Robato.
Todo lo que este senor escribe es interesante.
ResponderEliminarRoberto Perez