"Ellos fueron los que en cierta medida transplantaron establecimientos y negocios de sus ciudades y pueblos a los lugares donde residen..."
Aunque no
sea del agrado de muchos el exilio cubano está cursando su tercera edad,
algunos, para orgullo y satisfacción, han superado ese coliseo con una entereza
moral y un respeto a los compromisos que supera ampliamente otras experiencias
similares en nuestra América y el resto del mundo.
Los
viejos cubanos han dado muestras sobradas de lo que significa su país para
ellos. Primero el respeto a las tradiciones y al idioma, rindiendo tributo a
las fechas patrias como si aún permaneciera en su tierra, creando clubes,
asociaciones y actividades culturales, en los que la tierra natal es el foco de
atención.
Trasmitieron
a sus descendientes experiencias, conocimientos, sabores y amores, además la
convicción de que por grande que sea el reconocimiento y la deuda
contraída con el país de acogida, sus herederos “no son
de aquí, son de allá”, parafraseando a Facundo Cabral.
Por otra
parte esos viejos que en número notable salieron de su país siendo niños y
adolescentes, otros partieron de sus costas en plena madurez, han dedicado una
parte importante de sus vidas a luchar contra la tiranía que determinó su
ostracismo y a denunciar la amenaza que significa para la democracia el
totalitarismo castrista.
Ellos
fueron los que en cierta medida trasplantaron establecimientos y
negocios de sus ciudades y pueblos a los lugares donde residen.
Simbólicamente, para paliar la penosa nostalgia, intentaron reconstruir su
Cuba, echándose la casa a la espalda como escribiera el apóstol José Martí.
Muchos
arriesgaron su existencia, abandonaron estudios y
profesiones, entregaron miles de horas de sus vidas a la causa,
además, de poner en riesgo su tranquilidad y haber entregado parte de sus
bienes a la consecución de sus ideales. Algunos, al no ser
comprendidos por sus familias, enfrentan la ancianidad en solitario.
Esos
octogenarios, a muy pocos les gusta la palabra anciano, a pesar de las
limitaciones que impone la edad siguen cumpliendo con los deberes que asumieron
décadas atrás. Ellos participan en reuniones, aportan ideas, trasmiten
entusiasmo y la convicción de que hay que seguir bregando como si fuera la
víspera de la victoria para así entonces concretar el ansiado regreso.
Cierto
que entre las nuevas generaciones no faltan quienes critican a estas personas
de avanzada edad por su participación y protagonismo, un craso error.
Estos ancianos organizan, participan y asisten a eventos
porque tienen la convicción que mientras les sea posible es su deber honrar a su
país.
No ocupan
esos lugares por imposición, si acaso porque sus críticos no asumen la
responsabilidad que les corresponde como cubanos. Llegaron a esas tribunas por
su dedicación y la traspasarían gustosamente a quienes con igual
compromiso estén dispuestos a continuar combatiendo el castrismo. Los que
injurian al exilio y los exiliados, deberían reflexionar sobre su
conducta y no cuestionar el sacrificio de los demás.
Estos
hombres y mujeres tienen a Cuba en su corazón y en la memoria más fresca, como
si sus experiencias más angustiantes hubieran ocurrido pocas horas atrás.
Ellos, han despedido a incontables seres allegados y aunque muchos no pecan de
optimistas están convencidos que el eterno amor, Cuba, siempre les
acompañara sin importar donde descansen sus cuerpos.
Esta
evocación a un exilio acosado por el mandato biológico la motiva que el pasado
sábado el Pen Club de Escritores Cubanos en el Exilio que preside el escritor
José Antonio Albertini, organizó una conferencia sobre “La Responsabilidad
del Intelectual ante la Censura y la Opresión”, un tema interesante e
importante en el que los conferencistas abordaron la canallesca servidumbre de
muchos lacayos ilustrados a dictadores de la talla de Hugo Chávez,
Fidel Castro, Adolfo Hitler y José Stalin.
A la
Conferencia concurrieron varios cubanos de la tercera edad, la mayoría de los
presentes como los organizadores, eran hombres y mujeres con largas décadas de
vivencia sobre sus hombros, no obstante, todos estaban entusiasmados con el
coloquio, varios de ellos la habrían impartido con igual conocimientos y
habilidades que los expositores invitados, sin embargo, fueron a
cultivarse más, una virtud que deberían imitar aquellos que miran
con disgusto a sus mayores con la falsa certeza de que nada tienen que
aprender.
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