Ángel Cuadra. Presidente del PEN Club de cubanos exiliados
En la prensa local en español en días recientes,
bajo el rótulo: “Se abre una ventana a la cultura cubana”, se informa que la
empresa Dish Latino anuncia que, además de los hispanos de las distintas
comunidades, los televidentes del destierro cubano van a tener acceso a “lo
mejor” de la televisión que se hace hoy en la isla bajo el gobierno
castrocomunista, por medio de CUBAMAX, una empresa (de la que no hace falta
decir quién es el propietario) que dice que importa la mejor programación
televisiva de Cuba, “con lo más representativo de la cultura cubana”.
Eso de la ventana por la que la acción oficial castrocomunista, trata de asomar lo que le conviene a dicha dictadura, no es nada nuevo, puesto que el régimen, en sus planes de controlar el exilio convencional o histórico cubano, ha estado situando aquí a agentes mediadores y servidores del mismo, labor que dicho gobierno viene haciendo como pretexto hace mucho tiempo. Y por distintas vías, entre ellas la cultural y artística, presenta ante el mundo otra visión de la realidad cubana bajo ese régimen, que borra o adultera la verdad cotidiana y la verdad histórica.
En la reseña propagandística de esa penetración
televisiva, se dice que conectar a Dish Latino con CUBAMAX, es conectar a los televidentes del
exilio cubano “con su cultura y sus raíces” y que CUBAMAX se enfoca en el
entretenimiento nada más: la música, el
arte… la cultura, en fin.
Pero entretenimiento y música popular no son los
únicos valores importantes y calificadores de la cultura de un pueblo, y sólo
eso –dicen– que vendrá a ofrecernos CUBAMAX. Pero detrás de eso, como con una
cortina de humo, se querrá hacer olvidar o ignorar, el crimen que a la nación,
la cultura y la historia cubana han hecho la foránea tiranía castrocomunista,
para que todo quede oculto detrás del telón de fondo.
Ese telón tenemos que descorrerlo ante el mundo y
las nuevas generaciones cubanas, de modo que conozcan o rememoren lo que en
Cuba ha sido la cultura en represión, bajo estos mismos gobernantes, el mismo
gobierno que ahora quiere maquillarle el rostro con
folklóricos cosméticos.
Desde los años iniciales de esa dictadura la pauta
cultural represiva estuvo planteada con aquel discurso del dictador Castro a
los intelectuales (1961) “dentro de la Revolución todo; fuera de la Revolución
nada”. Así echó a andar la cultura en represión. Y ha sido largo el camino de
los hechos.
El caso del poeta Heberto Padilla por su libro Fuera del juego, en 1968, es una mancha
imborrable de la represión cultural con aquel bochornoso “mea culpa”, en
un sitio público de acceso general.
También la marginación de dos figuras importantes de
nuestra cultura: Virgilio Piñera y José Lezama Lima. Además, el gobierno borró
de la lista cultural cubana a todo escritor o artista cubano que se marchara
del país o se mostrara, dentro o fuera de la isla, desafecto al gobierno. Así
fue, entre otros tantos, por ejemplo, con Lydia Cabrera, Enrique Labrador Ruiz,
Gastón Baquero y, en especial, Guillermo Cabrera Infante.
El poeta y dramaturgo René Ariza fue condenado a
ocho años de prisión por la supuesta intención política de alguno de sus
cuentos. Así mismo, el acoso, persecución y arresto del novelista Reinaldo
Arenas fue memorable. Dicha represión alcanzó insólitamente hasta el novelista chileno
Jorge Edwards, avecinado en Cuba como diplomático, de donde fue expulsado como
“persona non grata”.
Dos altas figuras internacionales de la canción
popular, exiliadas, son dignas de señalar: Olga Guillot y Celia Cruz, sus
interpretaciones fueron silenciadas y prohibidas su audición en Cuba.
Al cabo de muchos años comenzó lo que alguien llamó
“necrocultura”, que consistió en nombrar y hasta publicar, en ciertos casos,
autores cubanos del exilio, después que estos habrían muertos.
En la vieja fortaleza de La Cabaña, al borde de la
bahía de La Habana, la dictadura castrocomunista creó una de las más tenebrosas
y crueles prisiones políticas (ya por tal famosa entre más de cien en toda la
isla) donde cumplieron largas condenas (y torturas) miles de cubanos opositores
al gobierno castrocominista.
En los fosos de dicho castillo funcionaba el
paredón de fusilamiento, donde durante años fueron asesinados cientos y cientos
de cubanos políticamente opositores al gobierno dictatorial castrista, cuyos
gritos de ¡Viva Cuba Libre! escuchábamos desde las galeras donde estábamos los
presos políticos, voces que apagaban los disparos de la fusilería ejecutora.
Desarticulada hace poco tiempo dicha prisión, el
gobierno ha instalado allí, en los mismos locales, las actividades de la Feria Internacional
del Libro de La Habana, a la que acuden también escritores, publicistas y
viajeros de distintos países, en el diabólico intento del gobierno de que el
hojear de los libros apague las voces de los mártires allí asesinados; y así
dejar una buena (pero superficial) imagen de la cultura en la memoria de
escritores y demás invitados internacionalmente, incluso hasta en la más joven
generación cubana para que otro sea el recado de la triste verdad histórica que
se quiere ocultar.
Miles de cubanos han hallado la muerte –lo que
todavía continúa– en el “cementerio marino” del Estrecho de la Florida, en el
intento de escapar del infierno castrocomunista por la costa. Más de dos
millones de cubanos (o sea, cerca del 20% de la población) han escapado de la
isla, en el mayor éxodo político proporcional en la historia de Hispanoamérica.
La familia cubana se fraccionó por dicho destierro, y también (lo que es peor)
por diferencias políticas en el interior de la misma.
Ahora, con las recientes relaciones diplomáticas
Cuba/USA se incrementarán los indolentes intercambios culturales. Y Dish
Latino, en su conexión con la empresa CUBAMAX, dice que “se abre una ventana a
la cultura cubana”. Y allá, al fondo del paisaje, como con una cortina de humo,
se cierra el postigo para asomarse a la “cultura en represión”.
CUBAMAX que dice que importará (entiéndase por
ahora) programas de entretenimiento, se estrenará con las piruetas de un actor
cómico, en el personaje de Pánfilo, mensajero de carcajadas, en este burlesco e
impune borrón y cuenta nueva. Y todo marchará bien, porque –como dijo la
escritora Delia Fiallo– “AQUÍ NO HA PASADO NADA”.
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