
Lola Benítez Molina Málaga (España)
Si pensamos en uno de los más grandes escritores que nos ha dado la literatura universal, ese es, sin duda, Dostoievski (1821-1889).

En 1849 fue
condenado a muerte por su participación con determinados grupos liberales y
revolucionarios. El destino permitió que fuese indultado, pero no lo privó de
estar en un presidio de Siberia cuatro años. Posteriormente, relató, en su
libro “Recuerdos de la casa de los muertos”, estas vivencias.
Esa oscuridad, que
palpita en el ambiente, trae recuerdos de destellos fugaces y, otros,
indelebles. Durante la noche, las musas y los fantasmas del pasado pugnan en
fiera agonía. Los sueños se levantan y, con vehemencia, quieren instaurar
episodios a su antojo. Los nubarrones y el sol resplandeciente pugnan en el
alma del creador que, conocedor de lo versátil de la inspiración, se deja
llevar a olimpo de lo desconocido, que intentan
superar a la razón. Es su arte creativo, el que lo conduce unas veces por
anodinos caminos y, otras, lo elevan a la excelencia. Su vida se vuelve
errante, buscadora de los tesoros que guarda la mente. Su sensibilidad lo acoge
y lo envuelve. Una lucha perenne en su interior se apodera hasta ver culminada
su obra. Una vez más lo eterno supera a lo etéreo. La pérdida lo ilumina y lo
conduce a la inspiración divina para no morir.
Cuando uno conoce
la vida de los creadores, percibe el dolor que experimentan ante las
injusticias, un dolor que los desborda y que, en muchas ocasiones, los hace
vivir al límite y disfrutar, al mismo tiempo, de la belleza que se les ofrece.
Frase conocida de Dostoievski es: “En esa otra vida hay una mezcla de algo puramente
fantástico, ardientemente ideal, y de algo terriblemente ordinario”.
Es considerado
como el máximo representante de la “novela de ideas”. Sabe abordar los temas
con gran realismo y detalle junto a un tono irónico que no deja indiferente.
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