"La educacion, como cualquier otro asunto, merece ser revisado..."
Por Alberto Medina
Méndez.
La historia se repite hasta el cansancio.
Cuando alguien cuestiona la labor de los educadores, un sinfín de personajes,
en una actitud indisimulablemente corporativa, se sienten tocados y reaccionan
desaforadamente desplegando una secuencia interminable de slogans.
La educación, como cualquier otro
asunto, merece ser revisado y analizado permanentemente. No es un ámbito
inmaculado, ni tampoco sagrado. Lo que no puede ser objetado con sentido
crítico es imposible de mejorar.
El sistema ha colapsado hace tiempo.
Es caro e ineficaz. Adoctrina y no educa. Ha quedado definitivamente atrapado
dentro de sus propias estructuras. La burocracia, la necedad y la inoperancia
vienen triunfando.
Es evidente que algunos pretenden que
nadie se anime a cambiar el status quo. Paradójicamente, los que se
enorgullecen de ser revolucionarios son los más conservadores. Su idea es,
justamente esa, que todo siga igual.
Nada debe alterarse, salvo sus propios salarios. Desde su perversa perspectiva solo es imprescindible aumentar sus sueldos. El resto de los asuntos son totalmente irrelevantes. Para ellos, el porvenir de la educación depende exclusivamente del presupuesto previsto para sus remuneraciones.
Nada debe alterarse, salvo sus propios salarios. Desde su perversa perspectiva solo es imprescindible aumentar sus sueldos. El resto de los asuntos son totalmente irrelevantes. Para ellos, el porvenir de la educación depende exclusivamente del presupuesto previsto para sus remuneraciones.
Es interesante, y al mismo tiempo
triste, ver la escasa ecuanimidad de sus justificaciones. Los que reclaman se
definen a ellos mismos como héroes, gente comprometida, pilares del sistema
educativo, custodios de los valores democráticos, luchadores incorruptibles y esforzados
trabajadores. Suenan arrogantes y son irrespetuosos cuando se elogian sin pudor
alguno.
Sería bueno que esa opinión tan
positiva la sostengan otros individuos. Habría que escuchar que opinan
honestamente quienes supervisan su labor. También valdría conocer la visión de
sus beneficiarios directos e indirectos.
Los alumnos y sus familias
probablemente no coincidan linealmente con esa épica mirada tan piadosa que
tienen ellos mismos sobre su faena. La sociedad disfruta de los buenos docentes
pero también sufre las consecuencias de los irresponsables que no asumen su rol
con integridad.
Claro que siempre es peligroso caer
en la generalización. Obviamente no todos son iguales. Habrá que decir que los
manifestantes no aceptan esa regla cuando son ellos los cuestionados, pero si
usan esa lógica cuando se trata de juzgar a quienes declaran abiertamente como
sus adversarios.
Muchos de los que se erigen ahora
como los defensores de la educación pública y del futuro de las próximas
generaciones se opusieron a ser evaluados cuando se anunciaron relevamientos.
Sabían que los números desnudarían sus inocultables falencias y por ello
ofrecieron resistencia.
Las cifras de la educación hablan por
sí mismas. Todos han fracasado. Nadie puede tirar la primera piedra. Gobiernos
nacionales y provinciales, políticos de un color y de otro, gremialistas de
todos los tiempos y obviamente también los docentes deberían rendir cuentas
frente al aberrante testimonio que ofrecen las evidencias empíricas de este
presente.
Los dirigentes sindicales no merecen
demasiadas consideraciones adicionales. Solo hacen su juego. Trabajan por un
sueldo que financian todos los educadores a los que religiosamente les
descuentan sus aportes sindicales. Cuando piden aumentos, solo tratan de incrementar
las arcas de sus organizaciones, las propias y las de sus colaboradores más
cercanos, esos que luego encabezan las marchas con tanto sospechoso entusiasmo.
Más allá del descarado sesgo
político, ideológico y partidario de la inmensa mayoría de los gremialistas,
sus intereses son demasiado evidentes y tanto sus declaraciones, como su
accionar, quedan burdamente deslegitimados.
La extorsión no es un método digno
para reclamar nada. Se debe poder argumentar planteando razones y hasta
seduciendo con ideas superadoras. Cuando el único recurso para conseguir algo
consiste en el chantaje, significa que el autoritarismo le ha ganado a la
sensatez y a la cordura.
Nada de todo esto sorprende. Es el
más lamentable hábito nacional. Un conjunto de vanidosos sindicalistas que
especulan políticamente arengan a un grupo de coléricos aprovechándose de miles
de incautos que se dejan manipular en función de sus circunstanciales
necesidades económicas.
Del otro lado del mostrador están los
gobernantes que no tienen las agallas suficientes para liderar las reformas
necesarias y que prefieren quedarse en la anécdota, observando como sucede todo
sin operar con seriedad sobre la realidad de un modo decidido. En definitiva
mas de los mismo.
Los energúmenos que se movilizan
efusivamente, promoviendo ampulosas consignas y amedrentando a los que no
piensan igual, no representan a los verdaderos docentes, a esos que tienen la
pasión y vocación de enseñar.
Lo que debe preocupar es la actitud
pasiva de tantos otros docentes. Los ciudadanos esperan con ansiedad que los
que se esmeran ejerciendo su trabajo en el aula con tanto ahínco, los que jamás
encuentran excusas para hacer lo correcto, se animen a defender su visión sin
eufemismos.
Es vital que los gobiernos tengan el
valor de hacer lo apropiado y dejen de recitar frases hechas y vacías. Nada de
eso es conducente para modificar la realidad que precisa de acciones potentes y
no del maquillaje insustancial que forma parte de su acostumbrado arsenal de
rutina.
Pero también se necesita de la
valentía de esos que todos los días honran con mayúsculas a los educadores y
que son la última reserva moral de un sistema que languidece y que debe ser
profundamente reformulado.
Los cambios precisan de coraje. Es
clave abandonar la cómoda postura de siempre. Los gobiernos deben hacer su
parte, los ciudadanos tienen que involucrarse dejando de lado la corrección
política, pero es indispensable también que quede atrás el indeseable silencio
de los docentes decentes.
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