Discurso del Dr. Eduardo Lolo ante el Capítulo
New York-New Jersey de la Academia de la Historia de Cuba en el Exilio el
viernes 24 de octubre de 2014.
Ilustres académicos, señoras y señores: Marcus
Tullius Cicero, una de las mentes más preclaras de todas las eras, definió la
historia en estos términos: “La historia es testigo veraz de los tiempos, luz
de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, noticia de la
antigüedad…”
Como “testigo
veraz de los tiempos”, ello implica que la historia es del todo imparcial, pues
ser testigo no significa actuar como participante. Son los historiadores, de
acuerdo a sus interpretaciones del pasado, quienes atribuyen a los personajes
históricos características y condiciones diferentes, contrarias o, incluso,
semejantes, según los principios y la agenda personal de cada investigador; la
historia solamente deja constancia cierta de los hechos.
Pero la historia, siguiendo la definición
ciceroniana, es también “luz de la verdad”. Por lo que las interpretaciones de
los historiadores no tienen carácter definitivo hasta tanto no sean avaladas
por la verdad más allá de toda duda razonable. La verdad se puede enmascarar,
secuestrar, escamotear, hasta mutilar; pero no se puede hacer desaparecer:
tarde o temprano muestra su rostro verdadero, premiando a los veraces, enmendando
a los equivocados, y juzgando a los historiadores del escarnio como lo que
siempre fueron: cómplices de la mentira vía plumas mercenarias.
Continuando con el axioma de Cicerón, la
historia como “vida de la memoria” rebasa su condición de pasado para hacerse
vigente como herencia en el presente y coadyuvar en la formación del futuro. La
memoria viva es el mejor antídoto para los errores del hombre, tan propenso a
reincidir en la torpeza. Manteniendo viva la memoria es la única forma de no
extender en el presente las fallas del pasado o repetirlas en el futuro. El
horror del error reiterado es posible solamente si el hombre olvida las causas
y efectos de sus propias faltas; la “vida de la memoria” es la mejor garantía
para no repetirlas.