EL CRISTO DE LA VEREDA
A
cargo de René León poeta e historiador
Gentes de todas las clases y condiciones, en
busca unos de salud y otros de dinero. En la época a que se refiere la leyenda de EL Cristo de la Vereda, Trinidad conservaba su antiguo
esplendor y riqueza, que la habían hecho
famosa en Cuba. Los trinitarios para trasladarse a la capital, tenían que
hacerlo por el antiguo camino de Trinidad a La Habana, pasando cerca del
Castillo de Jagua, la Milpa, Pasa Caballos y las Auras.
Cierto día sorprendió a unos pasajeros la misteriosa aparición de un Cristo de tamaño natural, que pendía de
gruesa y tosca cruz formada por troncos de un almácigo. Despertó sé la
curiosidad de lejanos lugares, curiosos
que se habían enterado de la divina aparición, empezaron a llegar. No
tardaron de atribuirle acciones
milagrosas. El bondadoso Cristo dispensaba su protección a los caminantes y
restituía la salud a los enfermos. La fama milagrosa del Cristo de la Vereda se extendió rápidamente por todo el territorio.
Afluyeron al venerable lugar
Desgraciadamente, no todo era ventura. Ocultos en la manigua o en las
escabrosidades del monte, esperaban los bandidos el paso confiado de los
caminantes para despojarlos de su bolsa. Los asaltos y robos fueron tantos, que
contadas eran las personas que se atrevían a transitar por aquellos lugares.
Las autoridades recomendaban precaución
a todos los caminantes, única manera de evitar una agresión por parte de
los bandoleros.
Sucedió, pues, que una mañana, los que se veían obligados a transitar
por los peligrosos lugares, fueron
sorprendidos por el macabro espectáculo de un hombre, ya cadáver, pendiente por
una cuerda de las ramas del añoso almácigo.
Difícil era acertar lo sucedido. Lo que estaba fuera de duda que el
ahorcado, a juzgar por su cara y su cuerpo, resultaba ser el mismo Cristo
crucificado de la Vereda.
Por
supuesto que no pasaría de ser una ilusión. Pero lo cierto es que desde el día
que apareció aquel hombre ahorcado, cesaron los robos y asaltos, y lo que es
más extraordinario e inexplicable, cesaron los milagros, que hacía el Cristo de la Vereda.
Nuestro historiador residente, el Prof. René León, ha rescatado del olvido una antigua leyenda trinitaria, incluida en una recopilación hecha y publicada como libro en 1919 por el periodista Adrián del Valle (1854-1945), de cuna barcelonesa, aplatanado y afincado en Cuba, a quien Carlos Loveira dedícó una conferencia pronunciada el 13 de febrero de 1927 en la Academia Nacional de Artes y Letras -y cuyo texto fue reproducido en la revista habanera Cuba Contemporánea en su edición de marzo de 1927,año XV,tomo XLIII,núm.171,pp.193-217)-. En esa disertación de hace casi noventa años,Loveira -el novelista santaclareño autor de "Generales y Doctores",él mismo, ácrata primero y socialista más adelante- ya considera postergado en esa fecha a Adrián del Valle -al que igualmente categoriza como anarquista y comunista, y de cuyas "Tradiciones y leyendas de Cienfuegos" dice que "Aunque refiriéndose a una determinada región de Cuba, tiene por extensión un carácter netamente cubano,y es por lo mismo y a pesar de la característica del estilo de resumen, una valiosa contribución a nuestra literatura."-
ResponderEliminarNo fue sino a partir de 1847 que la primera línea ferroviaria unió el puerto de Cienfuegos con Palmira; alcanzó Cruces en 1853, Ranchuelo en 1856 y llegó hasta Santa Clara (entonces Villa Clara) en 1860.
El desarrollo de las comunicaciones marítimas no despegó sino en las postrimerías del siglo XIX, cuando entró en explotación la línea “Vapores de la Costa Sur” que enlazaba a Batabanó con Santiago de Cuba, con escala en los puertos de Cienfuegos, Casilda (Puerto de Trinidad), Tunas de Zaza, Júcaro, Santa Cruz del Sur y Manzanillo.
Con esa escasez de vías de desplazamiento, los trinitarios que necesitaban viajar a la capital de la Isla tenían que tomar el antiguo camino a La Habana que pasaba cerca del Castillo de Jagua.La leyenda surge so pretexto de que un día se apareció a unos viajeros un Cristo de tamaño natural, que colgaba de una cruz hecha con el tronco de un almácigo. Concitada la devocion popular, a renglón seguido se suscitó un peregrinaje a adorar a este Cristo -pronto conocido como el de la Vereda-, y se gestó la creencia en curaciones milagrosas de enfermos y otras bondades.
Desde todas partes de Las Villas afluyeron creyentes que venían a impetrar las bendiciones de la imagen.
Pero, como nos relata el Prof. René León, a la vez que el piadoso culto al Cristo pendiente del almácigo se produjo una oleada de asaltos, maltratos y despojos a los caminantes, a lo que puso remedio el Capitán General de turno, que era nada menos que Miguel Tacón y Rosique, quien -como spunta Adrián del Valle- "fue el primero que sembró durante los años que gobernó, de 1834 a 1838, la discordia entre insulares y peninsulares, el que se opuso a que las libertades constitucionales fueran establecidas en la colonia, y también el que con mano dura de procónsul corrigió abusos, puso freno al juego, encarceló y deportó a la gente maleante y persiguió con éxito a los ladrones y salteadores de caminos."
De ahí que el cadáver que apareció suspendido del almácigo del Cristo de la Vereda bien pudo corresponder a un ajusticiado (con ahorro de formalidades y para escarmiento de los ladrones de caminos) por agentes de la Autoridad militar.
Hay que agradecer al Prof. René León que haya recuperado a una figura legendaria del lar trinitario de la sociedad cubana y al glosador que hace casi un siglo conservó sus huellas.