'El Estado sovietico pretendio ser comunal al principio...'
Por Luis Marín.
Últimamente las palabras dictadura
del proletariado han vuelto a sumir en santo horror al filisteo
socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta
dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!”
Escribía F. Engels el 18 de marzo de 1891, en el vigésimo aniversario de la
Comuna.
La llamada Constituyente Comunal
convocada recientemente en Venezuela es un experimento en sentido estricto,
político, jurídico, social y desde cualquier otro punto de vista, porque no
existe ni ha existido nunca ningún “Estado Comunal”, ni siquiera en Cuba
o Corea del Norte; su único referente es teórico, lo que Carlos Marx quiso ver
en el episodio de la Comuna de 1871 y que describió a su manera pintoresca como
una puesta en escena de su concepción clasista de la historia universal.
Desgraciada o felizmente Marx no
desarrolló ninguna teoría de la dictadura, de hecho, después de su Guerra
Civil en Francia no se ocupó de la política sino que dirigió todos sus
esfuerzos a lo que le parecía más importante, su crítica a la economía política
puesto que para él la economía determinaba todo lo demás en cada sociedad
histórico concreta.
Los que se vieron obligados a abordar
esta tarea fueron sus seguidores, como Lenin con El Estado y la
Revolución y Stalin con la edificación del socialismo en un solo país,
a contrapelo de sus padres fundadores del marxismo clásico que predicaban la
extinción del Estado y el socialismo internacional.
Sólo existen dos tipos de Estado:
Federal y Centralista, con las diversas combinaciones que puedan hacerse con
ellos, sean repúblicas o monarquías, que era la división tradicional hasta que
todos se hicieron constitucionales.
El Estado soviético pretendió ser
comunal al principio, de allí la consigna leninista “¡Todo el poder para los
soviets!” Pero eso duro menos que la vida de Lenin, la consigna de Stalin es
“todo el poder para el partido” y es la que prevalece hasta el día de hoy,
incluso en Cuba y Corea del Norte, que son los únicos regímenes estalinistas
que sobreviven después del derribo del muro de Berlín.
Así que el llamado Estado Comunal es un
recurso de prestidigitador a exhibir hacia el exterior para aparentar que aquí
se está haciendo una verdadera revolución y concitar el apoyo de los
nostálgicos del comunismo dispersos no sólo por Latinoamérica sino sobre todo
en Estados Unidos y Europa.
La situación puede describirse así: un
régimen inviable política, económica y socialmente, pero con la firme
determinación de impedir que surja cualquier fuerza capaz de sustituirlo en el
poder. Por el otro, una oposición con todas las alternativas posibles, pero
impotente para desplazar al régimen por vías pacíficas, constitucionales,
democráticas, electorales, etcétera, según la camisa de fuerza que se ha
autoimpuesto.
Y ese no es su único problema. Frente al
desafío de la Constituyente Comunal saltan a decir que esa es una propuesta de
“Estado Fascista”, es decir, exactamente lo que no es. El Fascista es un Estado
Corporativo, integrado por estamentos profesionales donde los empresarios,
terratenientes, comerciantes, gremios, sindicatos, tienen un rol esencial; de
hecho, la palabra “comuna” ni siquiera aparece en el discurso político de
Mussolini.
Pero esto es apenas un síntoma de la
enfermedad ideológica de la oposición oficial, que es tolerada precisamente
porque adopta la misma “visión del mundo” del régimen y todos sus prejuicios,
así que comparten idéntico lenguaje, se autodefinen “de izquierda” y decir que
alguien es “de derecha” es una descalificación cuando no un insulto.
Un alcalde opositor que ha sido
secuestrado, citado numerosas veces a organismos de seguridad, sufrido pintas
amenazantes en su propia casa, víctima de acoso, persecución e intentos de
intimidación acusa al régimen de comportarse ¡como el general Pinochet!
Sería demasiado arduo y repetitivo
insistir en las coincidencias que exhibe la oposición oficial con un régimen
del que en realidad es complementaria y que limita la lucha a ampliar su zona
de influencia, tratando de convencerlo de las virtudes de la alternatividad
frente al continuismo, punto en que los comunistas nunca transigirán so pena de
dejar de ser marxista-leninistas.
Así se retorna a la contienda entre el
absolutismo bolchevique y el oportunismo menchevique: reforma o revolución.
El partido de la libertad está
completamente afuera de este juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario