En estos días de
confinamiento, de compañía con uno mismo, hemos tenido que saborear y convivir
con el silencio. Un silencio atronador, a veces, cuyo aroma desconocíamos.
Imágenes, que nunca hubiésemos imaginado, aparecen por doquier. En ocasiones,
es un sabor demasiado amargo, que solo la esperanza de que lo mejor está por
llegar lo endulza; en otras, es un viaje al interior en el que uno aprende que
no se está tan mal con uno mismo, que la propia compañía también es necesaria.
Mucho se ha escrito sobre ello.
Es el silencio impuesto el que atormenta y no el
cotidiano, ese que deshace miedos, sospechas y desazones, es decir, el silencio
que cada uno tiene que lidiar cada día de su vida.
¿Se extinguió la pasión de los amantes? ¿Adónde fue? Los
sentidos despertarán del letargo y la brisa besará nuestro rostro, ahíto por
recibir las nuevas sensaciones. Un simple roce generará el gozo, igual que
aquella mirada que nunca se olvida.