De La Habana llegan
noticias de todo tipo y ninguna es de esperanza como debiera ser, aunque fuera
simbólicamente, en unas fechas tan significativas como las fiestas de fin de
año. La Revolución que había sustituido el mito de la Navidad por el de los barbudos,
va llegando a un nuevo año y aniversario tratando de llenar de realismo más de
cincuenta años de idealismo, todo parece indicar que demasiado tarde y de forma
inequívocamente errada y oportunista. Ha habido que esperar a la inhabilitación
y muerte de su máximo líder para que se produjera la firma de la defunción de
la Revolución con una nueva Constitución, que en lenguaje más ordinario podría
significar: el sistema no funciona, vamos a “resetearlo”. Sin embargo no se
trata de un cambio en el sentido evolutivo, tampoco una transformación, sino
una adaptación que permita la legalización de la derrota de la Revolución sin
perder los muebles en manos de las familias que se reparten las cuotas de poder
al más puro estilo del gatopardismo. Una fórmula encaminada a disfrazar de
cambio lo que es conservador. Lo que esperamos el año que viene es más de lo
mismo, el cambio del uniforme verde olivo por la corbata con el nudo mal hecho,
un proceso que empezó todavía con Fidel siendo el símbolo del mito de la Revolución.
La imagen de la
Revolución en corbata es un acto fallido que tiene su correlato en la
Constitución que se espera. Ninguna Revolución sobrevivió a la vejez de sus
protagonistas y aún menos cuando teme a sus renovadores y los devora. En 1976,
la Constitución socialista constituyó el primer acto de muerte silenciosa que
se había empezado a producir con la proclamación socialista y se abrazó la
biblia del marxismo-leninista soviético en 1975, institucionalizando el
liderazgo de Fidel Castro al frente de todas las instituciones de poder real de
la sociedad. Sin embargo, entonces la Revolución conservaba el referente
simbólico conque gran parte del pueblo había construido su nuevo imaginario
social. En la medida en que ese referente que era Fidel se fue desgastando
física e intelectualmente, y fue incapaz de lograr la autonomía económica del
país sometido al sacrificio numantino, el idealismo dejó de ser una pieza
fundamental en la psicología social, sobre todo de los más jóvenes, y el
discurso que representaba ese idealismo social y nacionalista, alcanzó cotas de
banalización tan altas que se vació del contenido con el cual se habían
identificado por asimilación o negación las generaciones anteriores. Los que la
amaban y los que la odiaban, las víctimas y los victimarios, los beneficiados y
los damnificados. Más tarde el propio discurso se ha convertido en un peso
muerto que ha terminado por hundir la credibilidad de la Revolución dentro y
fuera del país junto a su máximo exponente y garante. Mientras el ideal de la
Revolución todavía era un patrimonio colectivo, compartido críticamente o no,
se podía hablar de un proceso, hoy día es un cadáver que unos abandonaron antes
de que fuera certificada su defunción, otros lo lloran, algunos tratan de vivir
repartiendo café en el velorio y los menos se ocupan de la taxidermia para
renovar el ilusionismo y ocultar dentro de su cuerpo hueco los beneficios a
crédito de una Constitución nueva.
Hoy la nueva carta magna
no solo entierra la Revolución como proyecto, sino que pretende legalizar el
magnicidio de la Revolución justificando el anti ideal actual de la misma en un
alarde de pragmatismo vergonzoso. Si la Revolución es el pueblo y el pueblo es
la Revolución, como se representa todavía la antinomia fundamental de la
ideología de la Revolución, entonces actualmente han matado a su máxima
autoridad que es el pueblo. No sé cómo se sentirán donde estén, si es que
están, las miles de almas que han muerto por ese ideal que justificó todos los
errores, injusticias y crímenes de la Revolución y sobre los cuales todavía los
actuales líderes no se han pronunciado. Van quedando pocas cosas de las que
juraron y adjuraron que ahora no estén perjurando sin ninguna incomodidad. Los
últimos sesenta años de la historia de Cuba están escalonados de víctimas de
todo tipo que según el ideario ideológico y moral merecían ser condenados y
obligaron a irse del país con la etiqueta de traidores, sin embargo hoy son
tolerados oportunistamente por los nuevos tiralíneas del próximo estado, ideológicamente
socialista y económicamente mixto, sin que haya habido un juicio autocrítico
del poder sobre el pasado. No hay un viso de credibilidad de cambio real sin
ese juicio y sin contar con todos los cubanos de dentro y fuera de Cuba. Las
nuevas relaciones de la economía doméstica y con la comunidad cubana en el
exterior, y el abandono de ciertos paradigmas ideológicos, por ejemplo, son
algunas de las pautas que contradicen ese ideario al que se aferró el
dogmatismo para condenar a miles de ciudadanos con la excusa de preservar la
Revolución y que hoy constituyen en la Constitución piezas de ingeniería del
realismo con el cual se disfraza el poder de la nueva clase dirigente. La
cantidad de temas en los que la nueva letra del ordenamiento de la nación se contradice
con la música que han tocado los líderes de la Revolución necesitarían de un
espacio más apropiado que esté y también un réquiem y un Ave María. Hoy el
Gobierno plantea un dilema: Constitución sí o sí, en un texto que plantea dudas
e interrogantes sobre los fines, las formas, el contenido y sus consecuencias,
pero sobre todo no garantiza el país que el pueblo necesita porque lo único
evidente es el interés de la conservación del poder que no es el del pueblo.
No obstante no se puede
decir que a los nuevos dirigentes del país les haya salido todo mal, no es así.
A pesar de todo hay mucha gente que ve como una bendición los maquillajes de la
Revolución, depende qué parte les toque de la repartición de las oportunidades.
De cualquier modo la doctrina del inmovilismo a causa del miedo a perder las
riendas estaba provocando una asfixia a la que se sumaba la incapacidad para
asistir a la sociedad, cada vez más precarizada la economía. El ideal
nacionalista y social se han visto seriamente lesionados por la falta de
soluciones y con ello la credibilidad de la Revolución. La doble moral que se
fue desarrollando como uno de los nodos vitales de la supervivencia ha
establecido un nuevo conjunto de rasgos y comportamientos que conforman la
identidad del cubano y que funcionan como un colchón social aprovechados por
los nuevos arquitectos de la política del país. Los viejos revolucionarios
asisten impávidos a la reformulación del discurso de los ideales y los más
jóvenes pueden ser contentados con una mayor permisibilidad a sus inquietudes.
Incluso hay un discurso de la oposición notoriamente satisfecha al creer que
esos espacios de adaptación del Gobierno a las nuevas circunstancias son
ganados por ellos, cuando en realidad son creados por la necesidad del poder en
su camino de establecer los pilares de sostenibilidad de la nueva oligarquía
política. No se trata de tolerancia del Gobierno, sino de permisibilidad. La
tolerancia implica una comprensión de la diferencia y tiene mecanismos propios
de una voluntad democrática que en Cuba fue sustituida por la idea de que la
razón colectiva era interpretada por un hombre y un partido.
Eso que algunos llaman
cambios y que son en realidad reajustes para adaptar el régimen, cuentan con la
complicidad de gran parte de la sociedad, no hay que llamarse a engaño. Los
gobernantes saben que muchos cubanos lo que piden es un poco más de todo. Esa
es la garantía de la supervivencia sin ideales y una de las causas del
deterioro de aquello que en una época nos hizo sentir orgullo de ser cubanos y
que está en lo mejor de la tradición cubana sin importar el origen de clase, ni
la ideología política, ni la posición que se tenía en la sociedad. Todo está
contaminado y pasarán décadas para que volvamos a recobrar aquello que la
pobreza moral y material ha destruido. No hay cambio posible a corto plazo
cuando uno escucha a los jóvenes que defienden el régimen y las palabras suenan
viejas, básicamente los mismos argumentos en un contexto completamente
distinto, el mismo tono grandilocuente y triunfalista, aburrido y genéticamente
fidelista que incluso alcanza a los opositores. Es imposible cambiar y tampoco
creer en el cambio haciendo muescas decorativas sobre la roca que descansa en
el cementerio de Santa Efigenia. No se puede entender que quieran salvar a la
Revolución con el mismo discurso de quienes la traicionaron después de hacerla,
con la misma mirada, sin visos de arrepentimiento o autocrítica y sin contar
con todos los cubanos. La Revolución cumplirá sesenta años y para llegar a esta
edad ha tenido que dejar de ser revolución porque no hay revoluciones viejas. Y
lo peor es que ha dejado de ser bella para quienes justificaron su crueldad. La
necesidad pare milagros, esperemos que en estas fechas milagreras aunque no
haya futuro, por lo menos haya huevos. Año nuevo, huevos nuevos, eso ya sería
una buena noticia de La Habana. No a la Constitución y sí a los huevos, por
pedestre que sea la imagen, no hay mejor metáfora de la felicidad para un
cubano que poder elegir el huevo, dónde, cómo y con quién se los come, después
de sesenta años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario