viernes, 28 de diciembre de 2018

CUBA: NO A LA CONSTITUCION, SI A LOS HUEVOS

"La imagen de la Revolución en corbata es un fallido que tiene su correlato en la Constitución que se espera...."
De La Habana llegan noticias de todo tipo y ninguna es de esperanza como debiera ser, aunque fuera simbólicamente, en unas fechas tan significativas como las fiestas de fin de año. La Revolución que había sustituido el mito de la Navidad por el de los barbudos, va llegando a un nuevo año y aniversario tratando de llenar de realismo más de cincuenta años de idealismo, todo parece indicar que demasiado tarde y de forma inequívocamente errada y oportunista. Ha habido que esperar a la inhabilitación y muerte de su máximo líder para que se produjera la firma de la defunción de la Revolución con una nueva Constitución, que en lenguaje más ordinario podría significar: el sistema no funciona, vamos a “resetearlo”. Sin embargo no se trata de un cambio en el sentido evolutivo, tampoco una transformación, sino una adaptación que permita la legalización de la derrota de la Revolución sin perder los muebles en manos de las familias que se reparten las cuotas de poder al más puro estilo del gatopardismo. Una fórmula encaminada a disfrazar de cambio lo que es conservador. Lo que esperamos el año que viene es más de lo mismo, el cambio del uniforme verde olivo por la corbata con el nudo mal hecho, un proceso que empezó todavía con Fidel siendo el símbolo del mito de la Revolución.

La imagen de la Revolución en corbata es un acto fallido que tiene su correlato en la Constitución que se espera. Ninguna Revolución sobrevivió a la vejez de sus protagonistas y aún menos cuando teme a sus renovadores y los devora. En 1976, la Constitución socialista constituyó el primer acto de muerte silenciosa que se había empezado a producir con la proclamación socialista y se abrazó la biblia del marxismo-leninista soviético en 1975, institucionalizando el liderazgo de Fidel Castro al frente de todas las instituciones de poder real de la sociedad. Sin embargo, entonces la Revolución conservaba el referente simbólico conque gran parte del pueblo había construido su nuevo imaginario social. En la medida en que ese referente que era Fidel se fue desgastando física e intelectualmente, y fue incapaz de lograr la autonomía económica del país sometido al sacrificio numantino, el idealismo dejó de ser una pieza fundamental en la psicología social, sobre todo de los más jóvenes, y el discurso que representaba ese idealismo social y nacionalista, alcanzó cotas de banalización tan altas que se vació del contenido con el cual se habían identificado por asimilación o negación las generaciones anteriores. Los que la amaban y los que la odiaban, las víctimas y los victimarios, los beneficiados y los damnificados. Más tarde el propio discurso se ha convertido en un peso muerto que ha terminado por hundir la credibilidad de la Revolución dentro y fuera del país junto a su máximo exponente y garante. Mientras el ideal de la Revolución todavía era un patrimonio colectivo, compartido críticamente o no, se podía hablar de un proceso, hoy día es un cadáver que unos abandonaron antes de que fuera certificada su defunción, otros lo lloran, algunos tratan de vivir repartiendo café en el velorio y los menos se ocupan de la taxidermia para renovar el ilusionismo y ocultar dentro de su cuerpo hueco los beneficios a crédito de una Constitución nueva.
Hoy la nueva carta magna no solo entierra la Revolución como proyecto, sino que pretende legalizar el magnicidio de la Revolución justificando el anti ideal actual de la misma en un alarde de pragmatismo vergonzoso. Si la Revolución es el pueblo y el pueblo es la Revolución, como se representa todavía la antinomia fundamental de la ideología de la Revolución, entonces actualmente han matado a su máxima autoridad que es el pueblo. No sé cómo se sentirán donde estén, si es que están, las miles de almas que han muerto por ese ideal que justificó todos los errores, injusticias y crímenes de la Revolución y sobre los cuales todavía los actuales líderes no se han pronunciado. Van quedando pocas cosas de las que juraron y adjuraron que ahora no estén perjurando sin ninguna incomodidad. Los últimos sesenta años de la historia de Cuba están escalonados de víctimas de todo tipo que según el ideario ideológico y moral merecían ser condenados y obligaron a irse del país con la etiqueta de traidores, sin embargo hoy son tolerados oportunistamente por los nuevos tiralíneas del próximo estado, ideológicamente socialista y económicamente mixto, sin que haya habido un juicio autocrítico del poder sobre el pasado. No hay un viso de credibilidad de cambio real sin ese juicio y sin contar con todos los cubanos de dentro y fuera de Cuba. Las nuevas relaciones de la economía doméstica y con la comunidad cubana en el exterior, y el abandono de ciertos paradigmas ideológicos, por ejemplo, son algunas de las pautas que contradicen ese ideario al que se aferró el dogmatismo para condenar a miles de ciudadanos con la excusa de preservar la Revolución y que hoy constituyen en la Constitución piezas de ingeniería del realismo con el cual se disfraza el poder de la nueva clase dirigente. La cantidad de temas en los que la nueva letra del ordenamiento de la nación se contradice con la música que han tocado los líderes de la Revolución necesitarían de un espacio más apropiado que esté y también un réquiem y un Ave María. Hoy el Gobierno plantea un dilema: Constitución sí o sí, en un texto que plantea dudas e interrogantes sobre los fines, las formas, el contenido y sus consecuencias, pero sobre todo no garantiza el país que el pueblo necesita porque lo único evidente es el interés de la conservación del poder que no es el del pueblo.
No obstante no se puede decir que a los nuevos dirigentes del país les haya salido todo mal, no es así. A pesar de todo hay mucha gente que ve como una bendición los maquillajes de la Revolución, depende qué parte les toque de la repartición de las oportunidades. De cualquier modo la doctrina del inmovilismo a causa del miedo a perder las riendas estaba provocando una asfixia a la que se sumaba la incapacidad para asistir a la sociedad, cada vez más precarizada la economía. El ideal nacionalista y social se han visto seriamente lesionados por la falta de soluciones y con ello la credibilidad de la Revolución. La doble moral que se fue desarrollando como uno de los nodos vitales de la supervivencia ha establecido un nuevo conjunto de rasgos y comportamientos que conforman la identidad del cubano y que funcionan como un colchón social aprovechados por los nuevos arquitectos de la política del país. Los viejos revolucionarios asisten impávidos a la reformulación del discurso de los ideales y los más jóvenes pueden ser contentados con una mayor permisibilidad a sus inquietudes. Incluso hay un discurso de la oposición notoriamente satisfecha al creer que esos espacios de adaptación del Gobierno a las nuevas circunstancias son ganados por ellos, cuando en realidad son creados por la necesidad del poder en su camino de establecer los pilares de sostenibilidad de la nueva oligarquía política. No se trata de tolerancia del Gobierno, sino de permisibilidad. La tolerancia implica una comprensión de la diferencia y tiene mecanismos propios de una voluntad democrática que en Cuba fue sustituida por la idea de que la razón colectiva era interpretada por un hombre y un partido.
Eso que algunos llaman cambios y que son en realidad reajustes para adaptar el régimen, cuentan con la complicidad de gran parte de la sociedad, no hay que llamarse a engaño. Los gobernantes saben que muchos cubanos lo que piden es un poco más de todo. Esa es la garantía de la supervivencia sin ideales y una de las causas del deterioro de aquello que en una época nos hizo sentir orgullo de ser cubanos y que está en lo mejor de la tradición cubana sin importar el origen de clase, ni la ideología política, ni la posición que se tenía en la sociedad. Todo está contaminado y pasarán décadas para que volvamos a recobrar aquello que la pobreza moral y material ha destruido. No hay cambio posible a corto plazo cuando uno escucha a los jóvenes que defienden el régimen y las palabras suenan viejas, básicamente los mismos argumentos en un contexto completamente distinto, el mismo tono grandilocuente y triunfalista, aburrido y genéticamente fidelista que incluso alcanza a los opositores. Es imposible cambiar y tampoco creer en el cambio haciendo muescas decorativas sobre la roca que descansa en el cementerio de Santa Efigenia. No se puede entender que quieran salvar a la Revolución con el mismo discurso de quienes la traicionaron después de hacerla, con la misma mirada, sin visos de arrepentimiento o autocrítica y sin contar con todos los cubanos. La Revolución cumplirá sesenta años y para llegar a esta edad ha tenido que dejar de ser revolución porque no hay revoluciones viejas. Y lo peor es que ha dejado de ser bella para quienes justificaron su crueldad. La necesidad pare milagros, esperemos que en estas fechas milagreras aunque no haya futuro, por lo menos haya huevos. Año nuevo, huevos nuevos, eso ya sería una buena noticia de La Habana. No a la Constitución y sí a los huevos, por pedestre que sea la imagen, no hay mejor metáfora de la felicidad para un cubano que poder elegir el huevo, dónde, cómo y con quién se los come, después de sesenta años.


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