Para Voltaire ¨La belleza complace a los ojos, la dulzura encadena el alma¨¨
Noche
incierta de ideas delirantes, el sentimiento borra los sueños del corazón
palpitante. La inquietud asola los ritmos circadianos y la mente se entrega a
un futuro infructuoso. ¿Qué satisfacción puede producir a aquel que lo
recuerdan por lo que hizo mal? ¿Tal es su vanagloria? Ni el Quijote, en su más
ferviente locura, hubiese encontrado tal ignominia.
Nunca es tarde para rectificar, o
tal vez sí, en las líneas de la razón, para que un rayo de luz vespertino se
instale, mientras otros no aciertan a ver lo innegable. En su contra, juega el
desconocimiento de lo real. El dolor no siempre se puede mitigar. Una llovizna
invisible se adhiere a la tierra ultrajada. Son los cimientos los que fallan y
no dan el cobijo para el que se concibieron. Anhelos por cumplir de esos sueños
de mil y una noches que marchitarán a los que ansían la inmortalidad, ávidos de
superar al tiempo. Solo las buenas causas son plausibles. El mal se aplasta en
sí mismo. Los filósofos, hombres pensantes, ofrecieron mucho a la humanidad,
aportaron sus particulares puntos de vista. Los científicos, buscadores
incansables, descubrieron avances sublimes y, en muchas ocasiones, impensables.
El arte, en todas sus vertientes, llega a ser colosal.
Para Voltaire “la belleza complace a
los ojos; la dulzura encadena el alma”, o esta otra frase no menos cierta: “La
ignorancia afirma o niega rotundamente, la ciencia duda”.
Denis Diderot, filósofo y escritor
francés (1713-1784) fundador de la célebre “Enciclopedia”, obra emblemática de
la Ilustración, manifiesta que “el primer paso hacia la filosofía es la
incredulidad”. Su deseo fue poner todo el conocimiento a disposición del mundo.
Confraternizó con muchos intelectuales del “siglo de las luces”. En 1749, fue
encarcelado por afirmar que el conocimiento provenía de los sentidos. Conoció a
Rousseau y escribió dos notorias novelas filosóficas que fueron inéditas hasta
después de su muerte: “La religiosa y Jacques el fatalista” y “El sobrino de
Rameau”.
Su padre pretendió darle una
exquisita educación, pero él en 1732 comenzaría una vida bohemia que perduró
una década. Fue entonces cuando inició un amor con la costurera Antoinette
Champion, por lo que el padre intentó recluirlo en un convento, para
disuadirlo, pero ya se sabe que a veces lo prohibido es lo que atrae. Diderot
se casó con ella y tuvo cuatro hijos, de los que solo sobrevivió la última,
quien, posteriormente, escribió su biografía. Madame de Puisieux, escritora
francesa, se encuentra entre sus posteriores amantes.
El mismo Gustave Flaubert en su
última gran obra, “Bouvard y Pécuchet”, presentó una sátira sobre el ideal de conocimiento
entendido por la Ilustración.
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