Por Pedro Corzo.
La forma como se desenrollan
las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, el único país que cuestionaba
el totalitarismo insular, permite percibir la posibilidad de que en la
isla se produzcan cambios en el gobierno sin que participe el pueblo.
El control que ha ejercido
la nomenclatura sobre los poderes del estado es el resultado de la conjunción
de muchos factores, entre ellos la habilidad de satisfacer los intereses y
ambiciones de sus testaferros, mientras, dispensa a la población en
general, garrote y zanahoria, privilegiando el garrote por supuesto.
La sobrevivencia de la dictadura
por 57 años, a pesar de la quiebra de la ideología marxista, su puntal
teórico, confirman la tesis de que Fidel y Raúl Castro se asociaron con
la doctrina comunista por conveniencia y no por convicción. La práctica
soviética y el marxismo, fueron una especie de primera frontera para la
oligarquía revolucionaria, una línea de contención y arropamiento teórico que
tendía a justificar las disensiones y la represión con las promesas de un
mundo major.
El fin del imperio soviético logró alterar la forma haciendo prácticamente imposible la ya precaria aplicación de la teoría marxista. Sin embargo, la esencia del régimen cubano no fue afectada, porque su naturaleza verdadera no reconoce valores inmutables, salvo en la dimensión en que puedan ser afectados los que detentan el poder.
El fin del imperio soviético logró alterar la forma haciendo prácticamente imposible la ya precaria aplicación de la teoría marxista. Sin embargo, la esencia del régimen cubano no fue afectada, porque su naturaleza verdadera no reconoce valores inmutables, salvo en la dimensión en que puedan ser afectados los que detentan el poder.
En el presente se aprecia con
mayor exactitud que el régimen cubano posee y mantiene una estructura de
poder mafiosa, condición que no le ha obstaculizado colaborar con gobiernos
extranjeros y otros factores económicos y políticos que las más de las veces le
han favorecido en las relaciones.
Si hacemos una retrospectiva
del régimen se puede apreciar desde sus inicios una capacidad cambios y
renovaciones que no afecta la esencia del gobierno. Los cambios qué solo
se producen cuando son imprescindibles, tienden a afirmar en el poder a
la plutocracia gobernante, mientras, la nueva fase, conserva características
esenciales de etapas anteriores del régimen.
El Castrismo - un nombre a la
práctica de conservar el poder- dista mucho de ser un sistema de ideas
singulares con proyecciones propias sobre el hombre y la sociedad. El castrismo
no tiene pretensiones, no aspira a ser una doctrina porque sus herramientas
claves son, la intimidación, la desconfianza, la represión, el premio al
envilecimiento y el castigo al contestatario.
Es un método de sobrevivencia,
de mutación y transformación donde cualquier acción es válida por desquiciante
y desestabilizadora que parezca, es un patrón que tiende a nutrirse de
las fuerzas que le adversan y de las contradicciones y debilidades que éstas
presenten, más la interpretación de las quebraduras y coyunturas políticas que
concurran.
El método exige un
conocimiento verdadero de la realidad, un inventario efectivo de los recursos,
y una capacidad de acción que pueda establecer y conformar, “verdades no
verdaderas” que combinan con una voluntad de acción que no conoce prejuicios.
Sin embargo, a pesar de
habilidades, depredaciones y encantamiento, es evidente que el régimen está en
su primera frontera, tal y como sucedió en 1959, con el agravante de que la
magia de aquel año se agotó con el tiempo y los fracasos.
La dictadura reedita su
mimetismo. Se prepara para prostituir y dignificar según el caso. Su práctica
de alquimia política, de magia de yunque y martillo está lista para una nueva
forma en el mismo e imperturbable espíritu.
Las divinidades menores del
Olimpo se renuevan, pero los dioses superiores siguen en control mientras
respiren. La liturgia cambia, pero el primer apellido en su omnipresencia y
sapiencia revolucionaria, velará porque el reajuste de la selección natural de
los tiempos no afecte esencia, presencia y la conservación del poder y
bienes, de quienes han gobernado un país transformado en cuartel.
Ese es el plan del régimen.
Una sobrevivencia que no está garantizada porque la situación es bien diferente
a la de la primera beatificación ya que el sistema y sus líderes están acabados.
El pueblo frustrado y sin esperanzas de una vida mejor, porque sus
posibilidades de acceder a la soberanía ciudadana continúan siendo negadas.
La esperanza del cambio reside
que entre el ciudadano y el poder no sea posible un nuevo
concordato, que las fricciones y choques del presente no sean amortiguados por
parachoques teóricos o platos de lentejas que ayuden a la mala memoria, pero en
caso de que se produjera un “milagro” y de nuevo la dictadura se auto
transformé sin quebrar la continuidad del liderazgo y su discurso, sería de
exclusiva responsabilidad de quienes dentro y fuera de la isla siguen
oxigenando una autocracia que solo cambia para seguir igual.
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