"Una chispa de Dios arde incluso en Samael, la encarnación del Mal, el otro lado o lado izquierdo..."
Por
Luis Marín.
Nada
es más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora, se repite
frecuentemente. A una sociedad harta de colectivismo, controles y uniforme
Nada es más poderoso que una idea a la
que le ha llegado su hora, se repite frecuentemente. A una sociedad harta de
colectivismo, controles y uniformes le bastaría fijarse en lo que los
comunistas abominan para descubrir su norte: pluralismo, capitalismo, propiedad
privada, libre iniciativa, economía de mercado, es decir, la orientación que
debe seguirse para salir de ellos, del socialismo en cualquiera de sus
variantes.
Curiosamente, a pesar de su bondad
esencial e inmenso atractivo, las ideas liberales tienen un pésimo mercadeo, de
hecho, hasta hace poco, casi nadie las defendía abiertamente y eran casi un
insulto del que había que defenderse, como que llamen a alguien “neoliberal”,
pero con la intención de insultarlo o descalificarlo.
La izquierda siempre ha operado de la
misma manera, poniendo “el mundo al revés”. Desde el mismo nacimiento de su
distinción respecto a la derecha, que ritualmente se remonta a la ubicación de
las facciones en la Asamblea Nacional Francesa, nunca se aclara quién tomó
primero su posición y debió ser la derecha, que está a la diestra del poder en
oposición a la siniestra, esto es, los que representan al Bien en oposición a
los que representan al Mal.
“Una chispa de Dios arde incluso en
Samael, la encarnación del Mal, el otro lado o lado izquierdo”, dicen los
cabalistas. “Sitra ahra, el lado malo y sitra di-smala, el lado izquierdo, son
metáforas muy frecuentes para referirse al poder demoníaco” (G. Scholem).
En la izquierda se ubican los que
rechazan a Dios, materialistas, comuneros, que lo proclaman con desafiante
orgullo; frente a creyentes, idealistas, que se orientan por fines
trascendentes, el clero, la nobleza, los que en una sociedad normal se
consideran de buena familia, aquella que estos revolucionarios luchan por
subvertir.
Con el tiempo la propaganda incesante
ha logrado en cierta forma invertir las cosas, trocar lo que solía considerarse
bueno en malo y viceversa, alabar la vulgaridad y descalificar la urbanidad,
ostentar la ignorancia y humillar la cultura, vestirse palurdamente para
hacerse el popular y rebajar la decencia, preferir la grosería al buen gusto:
la lista puede ser tan interminable como conocida, por lo que podemos
abreviarla.
Un ejemplo es la manida expresión “ser
rico es malo”, de donde debería deducirse que “ser pobre es bueno” y la extrema
pobreza entonces es extremadamente buena. Lo inexplicable es cómo pueden
presentar como un logro del régimen haber disminuido la pobreza extrema, ni
porqué pretenderían eliminar la pobreza, en general.
El discurso comunista nunca ha sido
coherente y jamás ha conquistado a ninguna mayoría en ninguna parte, tanto es
así que su progreso siempre ha sido clandestino, ocultándose a sí mismo hasta
un momento ulterior en que, una vez en el poder y vistos los excelentes logros
de su administración, entonces quizás podrían revelarse como lo que siempre
fueron, para recoger los laureles; o no, mantenerse para siempre en la sombra
de sus conspiraciones.
El discurso liberal ha incurrido en el
error de confiar en que podría imponerse por sí mismo, por su invencible lógica
interna, que sería aceptado pacíficamente por cualquiera que se limitara a
considerar las cosas del mundo con cierta imparcialidad.
Hoy en día parece bastante claro que
individuos dispersos actuando cada uno por su cuenta no pueden permanecer
libres enfrentados con las formidables organizaciones totalitarias de los
socialistas.
La paradoja de los liberales es que el
individualismo no se aviene para nada bien con la organización colectiva, algo
en que los socialistas llevan una amplia ventaja por su misma mentalidad
colectivista.
Pero una economía de mercado, con
libre iniciativa y respeto a la propiedad privada requiere de un contexto
jurídico y político que le sea propicio, no puede existir en un Estado que esté
controlado por socialistas, que tienen en estos factores a sus enemigos doctrinarios.
De manera que todo parece muy claro:
los liberales tienen que promover un movimiento de opinión profundo, que cambie
la mentalidad y la percepción que tienen las personas no sólo del liberalismo,
por un lado, sino de los enemigos de la libertad, por el otro. Hay que poner el
mundo otra vez al derecho, así como Marx se ufanaba de haber puesto a Hegel de
cabeza, invirtiéndolo todo, se deben poner de nuevo los pies sobre la tierra.
Es increíble que no exista un
movimiento de trabajadores liberales, orgullosos de sus empresas, con sentido
de pertenencia y espíritu de cuerpo. Es falso que el liberalismo sea un
movimiento por y para los empresarios, cuando en realidad los que más se
benefician de él son los trabajadores, las personas que luchan por salir de
abajo y ascender en la vida.
Raya en lo insólito que incluso los
mismos comunistas lo pasan mejor, tienen más derechos y disfrutan de más
seguridad en un régimen liberal que bajo uno comunista, que pugnan por imponer,
donde, por lo que demuestra la historia, son los subsiguientes aplastados por
la maquinaria burocrática totalitaria, de manera que, si supieran lo que les
conviene, no encumbrarían a sus futuros verdugos.
Las ideas de libertad señalan el norte
del que no hay que desviarse nunca, resistiendo los cantos de sirena que
pregonan la supremacía de lo colectivo sobre lo individual, siendo la verdad
que el único camino para alcanzar el Bien Común es a través de la satisfacción
de los intereses individuales, lo inverso resulta, sencillamente, absurdo.
Y cuando se gana la batalla de las
ideas lo demás se nos da por añadidura.
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