"El amor nace del recuerdo, vive de la inteligencia y muere por olvido..." (Ramón Llull)
Aunque en las
noches de largo hastío, las cenizas del olvido me llamasen, las palabras hueras
no carecerían de sentido y, en la sombra, las rosas mustias florecerían con
fuerza y gallardía ante el inminente aguacero de titanes y, un bergantín, sin
nombre ni consuelo, encallaría frente a las costas de ese mar embravecido por
susurros ahogados de frutos y tinieblas. El oleaje azota mis días. El olvido es
indiferente. Esto me trajo a la memoria la vida de la olvidada pintora
surrealista danesa Rita Kernn-Larsen, quien fue gran amiga de la conocida
mecenas Peggy Guggenheim. Ambas se conocieron en París en 1937, y al año
siguiente expondría en la galería londinense “Guggenheim Jaune”.
Rita, en un primer
momento, decepcionada por las enseñanzas recibidas en su tierra natal, se
estableció en París en 1929. Allí se convirtió en alumna destacada del pintor
Léger. Muchos veían en ella a una imitadora del surrealismo de Picasso y del
propio Léger.
Cuando se
encontraba en la capital británica para inaugurar una de sus exposiciones, le
tocó vivir la dura etapa de la II Guerra Mundial. Allí entró en contacto con
numerosos artistas, entre ellos Paul Delvaux. Una vez acabada la guerra
sustituyó el surrealismo por la abstracción y una exquisita atención por la
naturaleza. Como suele ser habitual, lo vivido se reflejó en sus obras.
Gabriel García
Márquez refiere que “la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”. ¿Qué
es lo que hace que unos sean relegados al olvido y otros no? Son vidas
interesantes, que en algún momento tuvieron luz propia, que se movieron en
ambientes exquisitos, donde el conocimiento se expandía a raudales.
El inevitable
transcurso de la historia y de sus acontecimientos, en demasiadas ocasiones
inexplicables, quisieron poner freno a muchas ilusiones que quedaron
calcinadas, pero otras, en el obligatorio devenir, no penetraron en la selva de
la cremación, sino que hicieron resurgir su fuerza y motivación hacia el mundo
que se les presentaba.
Para todos los que
se mueven por conseguir un mundo mejor, el olvido no existe, su huella
permanecerá indeleble, aunque su nombre haya que recordarlo para las
generaciones futuras.
El amor también
tiene gran protagonismo cuando se trata de olvido o de recuerdos. Para algunos
será su fuego o pasión, para otros irá adherido a su ser. Para nadie pasará
inadvertido. Por eso, Ramón Llull manifiesta que “El amor nace del recuerdo,
vive de la inteligencia y muere por olvido”.
La escritora reflexiona, acertadamente, sobre la fuerza del amor para mantener en el recuerdo las experiencias relacionales con aquellos individuos de nuestro prójimo con cuyo discurso analítico de cuestiones capitales de la existencia humana nos hemos sentido especialmente identificados en alguna etapa de la vida o incluso unidos -a veces, en el modo de convivencia estable ("more uxorio", que dirían los de la "culta latiniparla" que satirizó Francisco de Quevedo en su obrita de igual nombre)-.
ResponderEliminarY sentencia, asimismo con toda la razón, que la memoria de quienes han bregado por un mundo mejor puede temporalmente parecer que se desvanece pero nunca es arrumbada del todo, porque bastará su evocación para que cobre nueva vida.
La sintética referencia a que el amor puede ser su fuego o su pasión para unos, o un ente consustancial para otros, no es una afirmación decorativa y gratuitamente poética. Vienen a la mente dos pensamientos en torno a ese espíritu tierno pero también continuamente atormentado que fue Gabriela Mistral: el contenido en la frase de Rubén Darío sobre la chilena e hispanoamericana universal ("¡La creyeron de mármol y era carne viva!") y la autovaloración de la autora de "Los sonetos de la muerte" que le valieron el primer premio en Los Juegos Florales de 1914 convocados por la Asociación de Escritores y Artistas de Chile ("...yo, una cuchilla repleta de sombra, abierta en una tierra agria. Porque mi dulzura...es cosa de fatiga, de exceso de dolor, o bien, es un poco de agua clara que a costa de flagelarme me he reunido en el hueco de la mano, para dar de beber a alguien, cuyos labios resecos llenaron de ternura y de pena!"
Que la escritora malagueña cuya reflexión comentamos proclame que "las rosas mustias florecerían con fuerza y gallardía" aun en la eventualidad de que "las cenizas del olvido" la llamasen "en las noches de largo hastío" mueve a advertir una identidad de actitud entre esta aseveración de Lola Benítez Molina -que sufre con el desgarro del olvido asechoso pero se yergue desafiante ante él- y la incolumidad latente en este poema de la ganadora del Premio Cervantes de 1992, la cubana Dulce María Loynaz (1902-1997):
"Está bien lo que está: sé que todo está bien.
Sé el Nexo. Y la Razón. Y hasta el Designio.
Yo lo sé todo, lo aprendí en un libro
sin páginas, sin letras y sin nombre..."