"Durante sus dos mandatos como presidente, Raúl desplegó una política xterior mucho mas pragmática..."
Por,
Anna Ayuso, investigadora sénior, CIDOB
El cambio en la jefatura del Estado en Cuba, de Raúl Castro en favor de Miguel Díaz–Canel, ha despertado toda suerte de
conjeturas sobre la posibilidad de reformas y sobre los retos que enfrentará el
nuevo mandatario. Hay un cierto consenso en que no habrá cambios dramáticos a
corto plazo, pero el inmovilismo tampoco es una solución viable. Esas mismas
incógnitas se plantean también en el exterior, en un contexto regional y global
poco favorable que exigirá flexibilidad diplomática al nuevo líder cubano.
Durante sus dos mandatos como presidente, Raúl desplegó una
política exterior mucho más pragmática que la de su hermano Fidel Castro, quien hizo de la exportación
de la revolución el principal motor de la acción exterior. Tras la quiebra de
la época dorada de la expansión del socialismo del siglo XXI, alimentada con
los generosos recursos que proporcionó el venezolano Hugo Chávez y que permitió a la
alianza bolivariana ejercer una influencia notoria en la región, Raúl se tuvo
que acomodar a un nuevo escenario de crisis. Optó por ampliar el abanico de
socios mientras veía disminuir de forma dramática el maná petrolero que
permitió financiar las primeras tímidas reformas estructurales para la
actualización del modelo socialista.
La estrategia de diversificación dio sus frutos. El más
espectacular fue, sin duda, el restablecimiento de las relaciones con Estados
Unidos al final del mandato de Obama, pero no fue el único. También logró que
la UE aceptara retirar la posición común adoptada en 1996 –que condicionaba
cualquier acuerdo a la democratización de la isla–, y que Bruselas firmara el
Acuerdo de Cooperación y Diálogo Político (ACDP) en 2016. Además, consiguió
renegociar la Deuda con el Club de París. Su inserción en la región también
mejoró significativamente gracias a la participación activa en la CELAC, en la
que ejerció la presidencia rotatoria en sus inicios, el apoyo a los acuerdos de
Paz del Gobierno de Colombia con las FARC (y ahora parece que también va hacer
lo propio con el ELN) y la participación, por
primera vez, en la VII Cumbre de las Américas de 2015. Todo ello al tiempo que
fortalecía las relaciones con China, que llegó a ser su principal socio
comercial en 2016, y revitalizaba las relaciones con Rusia, que le condonó la
deuda histórica. Incluso se permitió incrementar las relaciones con Japón sin
abandonar su relación de amistad con Corea del Norte.
Sin embargo, el contexto que permitió esa cuadratura del círculo
está cambiando y puede poner en aprietos a Díaz-Canel si quiere seguir
manteniendo esos equilibrios. El factor de cambio más evidente es el presidente
de Estados Unidos, Donald Trump, que ha desvanecido el sueño
de un nuevo socio estratégico que permitiera el paulatino acceso al mercado de
importaciones y exportaciones norteamericanas y la atracción de inversiones a
la isla. La llegada de Trump ya se ha traducido en un freno a las inversiones
internacionales y un enfriamiento del vital sector turístico. A esto se añaden
los cambios políticos en la región, que han debilitado el eje bolivariano y han
abierto una brecha entre antiguos aliados a cuenta de la crisis venezolana. Esa
fractura ya se ha hecho patente en las instituciones regionales, con las
condenas a Venezuela en la VIII Cumbre de las Américas celebrada en Lima el
pasado 13 y 14 de abril y con el abandono de seis países
miembros de Unasur,
el que fuera bastión para la defensa del gobierno de Nicolás Maduro en su deriva autoritaria.
Esas discrepancias también han tenido efecto en las relaciones
interregionales con la UE. Ejemplo de ello es la Cumbre UE-CELAC que debía haberse
celebrado en octubre de 2017 y se suspendió en gran parte ante las
discrepancias por la situación venezolana y sus consecuencias en otros países
de la región. Estados Unidos, junto con la UE y Canadá, han introducido
sanciones dirigidas a aquellos líderes venezolanos que consideran responsables
de la represión política de la oposición, y se han negado a reconocer –por “inconstitucional”–
la validez de la Asamblea constituyente creada por Maduro en 2016 para
suplantar las funciones de la Asamblea Nacional. Canadá se unió al Grupo de Lima que rechaza la
legitimidad de las elecciones presidenciales celebradas el 20 de mayo de
2018.
Mientras las voces críticas se alzan, las voces amigas se
desvanecen. El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, se ha enfrentado a protestas
masivas que han sido contestadas desde el Gobierno con represión y han dejado
un saldo de al menos 45 fallecidos. En Ecuador, la pugna del actual
presidente, Lenin Moreno, con su antecesor, Rafael Correa, también ha alejado al país de
la órbita bolivariana. En este contexto hay que preguntarse cómo afectaría la
regionalización de la crisis venezolana a Cuba, que es su principal aliado y
valedor.
Más allá del escenario regional, surge la cuestión de cuál será la
reacción de los demás socios internacionales. Mientras el Presidente
chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladimir Putin, se han apresurado a felicitar
al nuevo presidente cubano, desde otros países, incluido Estados Unidos y la
propia UE, la reacción, sin ser negativa, ha sido más tibia. Incluso Canadá,
tradicional valedor del compromiso constructivo, ha expresado un moderado
optimismo, oscurecido por el extraño episodio sobre los presuntos ataques acústicos que han motivado la
salida de los familiares de la misión diplomática canadiense en la Habana y de
la gran mayoría de diplomáticos estadounidenses.
¿Cómo puede afectar la crisis venezolana a la nueva etapa de las relaciones
entre la UE y Cuba inaugurada con el ACDP? Si atendemos a las declaraciones que han hecho Federica Mogherini y otros representantes
del Servicio Europeo de Acción Exterior, la hoja de ruta no va a verse alterada
y se mantendrá la vía de la cooperación en áreas estratégicas para el
desarrollo de la isla. Sin embargo, es cierto que algunas voces apuntan a una
incongruencia entre las sanciones a Venezuela y el pragmatismo en el trato que
se da a Cuba. Después de la inoperancia de la posición común, que duró 20 años,
no parece tener sentido volver a una estrategia fallida, especialmente si
avanza el diálogo en materia de derechos humanos y se pueden mantener los
canales de relación con sectores disidentes. Pero sobre todo será necesario que
el nuevo presidente logre afianzarse en su propio país como un líder capaz de
tomar las necesarias y valientes decisiones que serán esenciales para la
viabilidad de Cuba, en lugar de escudarse en viejas fórmulas frentistas
obsoletas.
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