EL HOMBRE DE
LEJOS: EL NIÑO, EL BRAZO DE CRISTO Y LA IMPASIBILIDAD DE LA INDIA.
Por: J.
A. Albertini.
No mojéis más del musgo la madeja
oscura, verdinegra y persistente.
Del
poema de Emilio Ballagas: Fuente de la
India.
El escritor, periodista y poeta cubano,
Luis de la Paz, autor de leídas obras de relatos; poesía, monólogos y crónicas.
Así, como recopilador y editor de textos importantes de la cultura cubana, hace
algunos años escribió el cuento, autobiográfico, titulado: El hombre de lejos.
Por primera vez, finalizando la
década de 1990, supe de la narración en el marco de un evento literario,
(Conversando con el autor) auspiciado por el PEN-CLUB de Escritores Cubanos en
el Exilio. En aquella oportunidad, el texto, aun inédito, fue leído por el autor.
Tiempo después, fue recogido en el volumen de cuentos titulado Tiempo vencido, editado en el año 2009,
bajo el sello de Editorial Silueta.
El
hombre de lejos, desde mi punto de vista, constituye lectura
oportuna para toda persona (al margen de nacionalidad) que, desde una
perspectiva real, humana y literaria, a través de la traumática experiencia que
un pequeño sufre, aspire a conocer los entresijos de una dictadura totalitaria,
en la cual los sentimientos, sueños y anhelos personales, se consideran tendencias
superfluas y peligrosas, que atentan contra la exigida y obediente masividad.
Luis de la Paz, como si en sus
manos, en vez de pluma, tuviese una cámara cinematográfica, adentra al lector
en un mundo de imágenes que; opuestas a las de un celuloide añoso, toman vida
propia para, por medio de la aflicción no resuelta, retrotraer al lector a un
presente constante; grávido del mismo sol, brisa, imágenes, olores y
sensaciones que acariciaron la tarde en la que el niño, bajo una cascada de
amenazas e insultos, es sacudido en la raíz de su inocencia para, abruptamente,
ser obligado a entrar en una adultez prematura, cargada de culpas y miedos,
falsamente, inducidos.
Pero
aquella tarde
—narra Luis de la Paz— soleadísima y
calurosa yo no andaba por Santos Suárez, mi vecindario, sino por La Habana,
cerca del Capitolio, a unas cuadras del Zalaya, el solar donde nació y vivió mi
madre... Yo caminaba por La Habana, cerca del parque de la Fraternidad.
Caminaba rápido, desordenado, medio loco, es decir niño, sin ataduras, sin
compromiso mayor que el de la propia infancia, con el pelo revuelto y una
camisa de guinga de cuadritos...No recuerdo adónde me dirigía en la abigarrada
tarde habanera, pero sí sé que por esa época tendría que tener unos 11 o 12
años, pues ya me permitían alejarme bastante de mi casa y hasta tomar la
guagua...Caminaba distraído, muy cerca de la ceiba y me aproximaba a la Fuente
de la India...
Y la narración nos dice que el
pequeño marchaba sin rumbo preestablecido. En la mano derecha esgrimía una
vaina de flamboyán que tirada encontró en el trayecto. Por caprichos de la
memoria recordó relatos de familia que mencionaban a la tía Concha, hermana de
su madre, que murió de tuberculosis, por los años 40, mucho antes de que él
naciera. Al tío octogenario, flaco, pellejudo y fumador contumaz. A Zoila, la
madrina, que consentidora le permitía caminar por el borde del muro del
malecón, cuando desde el Muelle de Luz aguardaban para tomar la lancha que,
cruzando la bahía, los llevaría al barrio de Casa Blanca. E imagino, como
lector y espectador, que el niño, lanzando al aire estocadas con la vaina seca
de flamboyán, pensó en las visitas que, en compañía de la madrina, en
ocasiones, había realizado a la imponente escultura del Cristo de La Habana
que, con su brazo extendido, parecía susurrarle a La Habana: Yo te amo ciudad.
Entonces, prosigue la trama,
llegando a la Fuente de la India una voz femenina, con acento extranjero lo
llama. Niño... Instintivo desatiende
el reclamo, pero la voz insiste...niño...
El tono, de inflexiones acariciadoras lo cautivó. Giró el rostro; enfrentó la
voz y encontró a una señora-compañera,
con rostro angelical, es decir con semblante de otro país, y sin duda alguna
sin necesidad de hacer largas colas en su vida...
La mujer se aproxima. El rostro
terso, de tez blanca despide un olor diferente. La sonrisa es amigable y su
blusa de color azul es de una tela suave y delicada, muy distinta a mi pantalón caqui zurcido que más bien parecía un
guayo...
Fue en ese momento que el pequeño
reparó en el observador distante: Tras
ellos, un hombre me hacia extraños gestos, me extendía el brazo, abría la palma
de la mano y la sacudía como diciéndome 'aguántate'...
La señora, como buena turista,
indagó sobre el nombre de la fuente. El Niño de inmediato no supo contestar.
Hurgo en su cerebro hasta que para salir del lance, de un tirón exclamó: Fuente del Parque de la Fraternidad. El
esposo de la mujer comenzó a tomar fotos de la india de la fuente, de los
delfines, de la mujer sonriente y el niño que, intrigado, a hurtadillas miraba
a la persona desconocida... Luego la
cerraba, me apuntaba con el índice, de la misma manera que el Cristo de La Habana
apuntaba a la ciudad, pero con diferentes intenciones...
El pequeño recuerda que el marido
de la turista con destreza manipulaba la cámara fotográfica. Fumaba un
cigarrillo y la figura se envolvía en transparencia de humo con vaho a tabaco.
Y el guardián de lejos se afanaba
en su mímica gesticulante: A veces
sacudía la mano abierta, como si tuviera algo que le quemara, pero en realidad
era enviándome el mensaje de 'prepárate'...
.
Niño, dijo,
otra vez, con mágico acento extranjero. Quería una foto más. Aproximó el rostro
al del niño. El pequeño sintió el roce de mejillas y aspiró el aroma del
también mágico perfume.
Se despidieron y ella puso un
peso en la mano del niño. Los vio alejarse y en su cerebro se asentó el germen
de una idea que fraguó años más tarde: Ellos
eran distintos...
De repente el hombre-policía se
le encimó: Una mano poderosa, sólida,
descomunalmente furiosa me agarró del brazo, tiró de mi y con un tono que solo
invitaba a llorar de miedo me dijo: '¡estas preso maricón! ¿Tú no sabes que en
este país no se puede hablar con extranjeros?'.
En ese momento, el niño sin
conciencia plena que su inocencia infantil, derechos ciudadanos y humanos
estaban siendo pisoteados por el representante de una dictadura totalitaria;
aniquiladora
de la individualidad, en busca de protección, volteó la mirada despavorida
hacia la India de la Fuente. Pensó que la mujer de senos maternos lo acogería
en su regazo autóctono. Pero no sucedió, como tampoco sucedió cuando evocó al
marmóreo Cristo de La Habana y su brazo extendido. Sentí mucho miedo y comencé a temblar. La mano me zarandeaba y me
repetía una y otra vez: 'estás preso, estás preso...'
Y fue entonces que, pugnando por
librarse de las manos coercitivas y los insultos, la mente del pequeño, en coincidencia
irreflexiva, captó el eco de lo dicho por el poeta atormentado: La maldita circunstancia del agua por todas
partes.
Como manifesté al inicio de esta
reseña, Luis de la Paz es autor, en varios géneros literarios, de una obra
solida y sostenida. Sin embargo, la narración El hombre de lejos, saltando fronteras, lo coloca entre los más
reputados narradores cubanos contemporáneos. La trama del cuento, sin
premeditación, engloba la realidad traumática de una nación y sus pobladores
que puede retroceder al origen, recrearse en lagunas de pasado, sufrir el
presente y repetirse en el futuro. El deambular del pequeño, sus pensamientos y
experiencias dentro de un escenario impuesto, hostil y temperamental, introduce
al lector en la trama. Le convierte en niño y actor de un guion diferente que
por su agilidad; uso adecuado de lenguaje y emociones es merecedor de ser
llevado a las tablas o a la gran pantalla.
Historias, reflexiono, reales
como El hombre de lejos, solo pueden
ser escritas en tiempos difíciles, por alguien, tal es el caso de Luis de la
Paz, que ha vivido y ha sido víctima de los hacedores de tiempos difíciles.
Muy explicativo este cuento de un cuento. Luis de la Paz es un gran escritor a quien yo le concedo una inigualble macuquina de oro.
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