viernes, 6 de septiembre de 2019

EL DIA QUE VI UN PLATILLO VOLADOR


 "El avistamiento duro unos treinta segundo. El óvalo no parecia estático..."

Por Santiago Cárdenas.
El tren de las diez salía a las 9 y 50 am. De Santa Clara y pasaba entre Manajanabo y Suplanco alrededor de las 10 y 30. Mi hermano, mis  tres primos y los “adoptados,” lo esperábamos puntualmente, porque en él venían la correspondencia y las visitas del pueblo, todo un acontecimiento en aquellos largos veranos de vacaciones de julio y agosto.
Pero, aquel día memorable me quedé solo en un pequeño promontorio al que llamábamos “la Rana,” por su forma, avistando desde el seboruco la línea central del ferrocarril que distaba kilómetro y medio. A esa hora la muchachada había salido a  cazar mariposas.
Entonces lo vi. Allí estaba. No había dudas. Me restregué los ojos. Era un óvalo perfecto suspendido a gran altura, de color blanco nacarado que hacía contraste con el azul negruzco de las primeras estribaciones del Escambray que desde la finca de Ma’ Amparo, mi abuela, se divisaban: serias, imponentes, lejanas, inmutables. Y  que le servían de buen contraste al objeto volador “bien” identificado.

El avistamiento duro unos treinta segundos. El óvalo no parecía estático. Era como si tuviera un leve temblor parkinsoniano, apenas perceptible. No hacía el menor ruido. Yo estaba fascinado; con la boca abierta y sin saber qué hacer, con un poquito más  de asombro que de  miedo. Llamé a mi hermano para que lo viera. No contestó.
De repente, “aquello” retrocedió unos milímetros y segundos después  salió disparado a una velocidad increíble, descomunal, inenarrable, (nunca he vuelto a tener vivencia semejante) en línea recta, durante  unos  seis o siete segundos. Era perfectamente  identificable contra el color oscuro del macizo montañoso. ¡¡Qué velocidad!! Ni la de un cohete  supersónico. Verdaderamente sorprendente. A la altura del Arroyo de los  Monos hizo un giro sorprendente de 90 grados en perpendicular hacia el cielo, donde se perdió en un segundo entre unos  cúmulos blanquecinos.

Soy muy estable emocionalmente; no estaba nervioso y ese  día transcurrió en la normalidad de cualquier día normal del estío.
Volví a la casita de campo. Mami estaba cocinando y le dije tranquilamente:  –“Vi un platillo volador.”– No mostró interés y siguió friendo unos boniatos  y haciendo la harina para el cercano almuerzo.
A mis diez u once años me sentí  defraudado por el poco caso  que me hizo. Esperé a Papi que volvía de sacar unos cangres de yuca del  traspatio. Mientras se lavaba las manos  en  una  palangana  le expliqué con detalle lo sucedido.
Me prestó, en silencio, mucha atención  (Papi era doctor en Pedagogía). Le  hice el relato objetivamente, en la más absoluta tranquilidad, sin emoción, ni exageraciones. Al final  me dijo:…… “Santiaguito; tú no viste nada.”
-- “Pero sí   ¡Sí que lo ví”0!, insistí; dando unas pataditas de repudio en el piso de tierra.
--“No viste nada“; repitió alzando la voz. “Y en esta casa no se hablará mas de eso.”


 Y,…….. ¡Así fue hasta el día de hoy!

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