"...PERO INDUDABLEMENTE, LOS MAS PELIGROSOS SON LOS RUFIANES..."
Por, Alberto Medina Méndez.
Casi todo el planeta cayó en la trampa de repetir esa secuencia de
simplificaciones sin sentido, tan hipócritas como peligrosas. Es así como se ha
idealizado a la democracia sin advertir sus reales inconvenientes.
Obviamente que no todos razonan de igual
modo frente a este apasionante debate. Algunos prefieren inmolarse defendiendo
a rajatablas todo lo ya conocido. Eso les impide evaluar cualquier otra
alternativa superadora.
Otros, casi con
resignación, prefieren apelar a aquella famosa frase que se le atribuye a
Winston Churchill cuando decía que “la democracia es el peor de los sistemas,
excepto todos los demás”. Interesante reflexión, pero demasiado inconducente
cuando se trata de resolver dilemas con sensatez.
Ambas posturas, las del
fanatismo ciego que no acepta discusión alguna y la del conformismo inundado de
justificaciones, no ayudan para nada a entender la complejidad de la coyuntura
global y los desafíos que se vienen.
Pero, indudablemente,
los más peligrosos son los rufianes que pululan en el mundo académico y
político, esos que amparados en la presunta inmutabilidad de la democracia
vigente, se apalancan en ella, sin recato, en la medida que les resulta
funcional a sus propios intereses.
Estos farsantes, ni
siquiera tienen el coraje de decir a cara descubierta que ellos aborrecen este
sistema y que solamente lo utilizan para, desde ese inmaculado pedestal,
alcanzar cada uno de sus cuestionables fines.
No tienen la
integridad moral suficiente para ser intelectualmente honestos y confesar que
ellos detestan esta modalidad y solo creen en una autocracia en la que un
minúsculo grupo de personas define los destinos del resto.
Estos perversos
personajes deambulan por ahí recitando su cantinela sin pudor alguno. Por un
lado se muestran muy respetuosos de los valores democráticos, esos mismos en
los que no creen para nada, pero cuando ostentan el poder no les tiembla el
pulso para exhibir su peor costado.
Su cinismo es
infinito. Ellos saben que mienten descaradamente, pero cultivan aquello de que
“el fin justifica los medios”. Su credo dice que la democracia es solo un
puente que hay que traspasar para llegar a la meta.
Desde su perspectiva, la mentira no es un defecto sino solo un
instrumento que ayuda a lograr sus propósitos. Por eso lo hacen sin siquiera
sonrojarse. Se mantienen imperturbables cuando dicen lo que no piensan, porque
están convencidos de que necesitan engañar a sus potenciales votantes.
Su irrespeto por las
personas es de tal magnitud que manipulan a la gente deliberadamente y sin
culpa. Ellos se creen los elegidos, los iluminados, que tienen la misión de
orientar a su pueblo hacia su fraudulenta cima.
La estafa es esencial
en esa gran parodia montada. Lo importante no es el “mientras tanto”, sino que
lo colectivo se imponga a lo individual. Todo vale en ese juego en el que
terminarán liderando ese desvergonzado despliegue.
Es cierto que todo
sistema político es siempre un mero engranaje y no constituye un objetivo en sí
mismo. Cualquier forma de gobierno elegida tiene como máxima ambición favorecer
a una armoniosa convivencia cívica.
Es bueno recordar que los regímenes
autoritarios han nacido, muchas veces, al amparo de estas permisivas reglas
democráticas. El pérfido socialismo del siglo XXI y cada una de sus variantes
regionales, se han desarrollado gracias a las bondades de un sistema tan frágil
como obsoleto.
Esto ha sucedido, en el marco de un proceso en
el que cientos de intelectuales prepararon el caldo de cultivo perfecto para
que la sociedad compre esa idea de que el partido que obtiene la mayor cantidad
de votos hace lo que quiere con la sociedad, sin restricción alguna.
Ellos han alimentado
este retorcido esquema matemático en el que tener un voto más que la mitad
significa representar a todos, mientras que cuando se logra solo una cifra que
no alcanza a la mitad, eso equivale a cero.
Su rutina es simple.
Mientras todo esto les sirve lo utilizan. Cuando ya no cuentan con el
acompañamiento mayoritario giran velozmente y promueven insurrecciones,
sembrando el caos a su paso, para cumplir con todas las enseñanzas que aprendieron
de sus ideólogos e inspiradores del pasado.
Es muy saludable la idea
de cuestionar a la democracia. Es sumamente peligroso aferrarse a cualquier
sistema utilizando el débil argumento de que siempre todo fue así. Esta lógica
es muy endeble y puede conducir a las sociedades hacia un interminable callejón
sin salida.
Si la humanidad se comportara de idéntica
forma en otros aspectos cotidianos el progreso sería inviable. Para mejorar
algo, hay que tener el valor de dejar atrás lo que ya no funciona,
reemplazándolo por otro modelo con más atributos asumiendo, obviamente, los
riesgos de esa transición.
Es vital cuidarse
mucho de los embaucadores seriales que se disfrazan de corderos para
aprovecharse de cualquier circunstancia que los pueda favorecer. Esos
fundamentalistas solo quieren el poder para saquear a la comunidad y destruir a
los que no piensan como ellos.
En los lugares en los
que han gobernado lo han hecho sin contemplaciones. Abundan testimonios en el
presente que pueden dar fe de sus crueles andanzas. No importa como prefiera
etiquetarlos la gente. De un lado y del otro, siempre defienden ideas
intervencionistas en lo económico y justifican la concentración del poder para
instaurar un fascismo sistemático.
La difícil tarea de
una sociedad madura consiste en cuestionarse todo, revisarlo hasta el
cansancio, pero siempre buscando nuevas posibilidades y discutiendo con
honestidad y sin falsificaciones que tergiversen el debate.
El mundo precisa un
intercambio de ideas que permita encontrar una salida inteligente a esta
disyuntiva contemporánea. Hay que estar muy atentos porque en ese itinerario
aparecerán, como siempre, los impostores profesionales, esos mismos que hoy
brotan como falsos demócratas.
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