Luis de la Paz:
"Tiempo vencido, escritor derrotado ---respondi devolviéndole la ironia---
Por.
Francisco García González
Reseñar el libro Tiempo
vencido, del escritor de origen cubano y residente en Miami Luis de la
Paz parecía, después de leer y disfrutar de la obertura, “El hombre de lejos”,
una empresa simple, esa que encaramos como mero ejercicio de crítica literaria
de “bodega” al final de un almuerzo con el cómplice más cercano. Si bien el
primer relato bordea aristas inquietantes camufladas en la visión de un
adolescente del mundo represivo en que malvive, la historia no ofrecía gran
complejidad, eso creí entender, a la hora de destriparla e ir por el resto.
Apenas me adentré en el cuaderno me dije, stop, atención, busca
debajo del iceberg. Hice lo que suelo hacer en tales casos: una
cita con el Yo narrativo del autor, en este caso el Él narrativo con el que
negocia Luis de la Paz su victoria, pírrica sería mucho decir, sobre el tiempo.
Y el Él literario me develó el secreto en una noche de lectura. En medio del
Montreal invernal, mientras afuera nevaba en gruesos copos sobre los techos de
la ciudad, llegó sin avisar, el Él, en short y camisa floreada, ajena a la
estación, el más convincente estereotipo con el que se vende el sur a los
pájaros y humanos quebequenses tomó asiento en la butaca contigua, miró
la nevadera, los copos juguetones como en la pieza de Debussy.
—Mierda, ¿cómo puedes soportarlo?
—preguntó con un dejo irónico.
Su Él hablaba como escribía su
progenitor, directo, casi reporteril.
Me encogí de hombros presa de
cierta molestia. Era mi decisión, lo de vivir bajo los copos en un mundo en el
que durante seis meses nada huele, nada suena y los colores desaparecen, y todo
se torna tan simple y huidizo como en una pintura minimalista.
—Tiempo vencido, escritor
derrotado —respondí devolviéndole la ironía.
Se echó a reír y desapareció, el
Él narrativo, y así dio fin a su travesía. Tras esfumarse su halo la palabra, o
la clave, había sido desvelada.
Tendría que indagar más allá de
sus historias, Tiempo vencido era un libro de eso, de
travesías.
Entonces caí en la trampa:
escribiría una reseña, por eso la visita. Busqué debajo del iceberg,
volví sobre “El hombre de lejos”, hasta dar con su historia secreta. Cómo no me
había dado cuenta antes, mal lector. El cuento iba de la pérdida de la
inocencia. El terrible descubrimiento de la existencia de un aparato policiaco
que al igual que ciertas películas era para todas las edades.
Conclusión.
Ahora lo tenía claro: la llaneza
aparente de las historias en cada uno de los relatos está anclada a la
reciedumbre de sus personajes y al entramado sicológico que conecta a los
protagonistas. Lo próximo consistía en reconstruir las travesías valiéndome de
las cartas de navegación propuestas por Luis de la Paz e interpretadas por su
Él narrativo.
Si recorremos el índice, de los
quince relatos ocho transcurren en La Habana y siete en Miami. Una estela
constante de ida y vuelta entre dos ciudades. Sin embargo, estos recorridos en
muchos de los cuentos son atajos en el tiempo. Nos llevan al mundo familiar del
autor dejando constancia del fuerte tinte ¿autobiográfico? que por momentos
exhibe el cuaderno. La niñez y la adolescencia resurgen desde las zonas más
íntimas y oscuras del autor a través de la voz… sí, claro, su Él narrativo otra
vez: ya sea hincando proa hacia los descubrimientos de los peligros del
contexto represivo en la más temprana juventud y de las inclinaciones
homoeróticas de los personajes de “El hombre de lejos” y “Concierto privado”. O
mediante la crudeza de un retrato de la violencia doméstica signada por dos de
sus peores rostros, el del machismo y el de la resignación, recreada en
“Después del noticiero”.
El tramo final de la vida aflora
como un escollo en medio de la travesía. Miami o La Habana. ¿Qué nos queda
después de vencer al tiempo? Le pregunto al que suele visitarme en mis noches
de lectura, al que me visita en camisa floreada, short y chancletas. La
respuesta no se hace esperar: el final se precipita, suerte de barro, arcilla
primigenia de la literatura que, como toda obra humana, se nutre y moldea con
la lenta espera del fin del último acto, el encuentro con la vida eterna (“Un
retiro feliz”, “La otra cara de la luna”, “La pared frente al flamboyán”).
El complejo universo de las
relaciones familiares disfuncionales recreadas en el mencionado “Después del
noticiero”, o no normativas, obsesiona a Luis de la Paz. Un padre al que se le
aparece un hijo desconocido fruto de ciertas aventuras campo adentro en el
Pinar del Río profundo, “Llegó Daniel”. Los malabarismos de la maternidad que
prescinde del hoy vapuleado rol paterno en la concepción y promoción de nuevos
modelos familiares, “A la carta”.
Como miembro del grupo de los
escritores del Mariel Luis de la Paz reivindica y enaltece el viaje de este
—otro surcar de proa que solo comenzó al tocar las costas de la Florida— en su
cuaderno Tiempo vencido. Viaje que aún no termina y que surca el
siempre proceloso y tenebroso mar de la escritura en donde habitan y acechan
todo tipo de monstruos. La historia de un encuentro con Reinaldo Arenas, en un
cine habanero luego de la salida de este de la prisión de La Cabaña, trae de
vuelta a un Arenas en que el desgarramiento convive con el humor y la devoción
y la honestidad artística, una amalgama que en “Tardaron bastante” la represión
y la persecución son a su vez tomadas por asalto mediante los recursos de la
picaresca y, una vez más, el homo-erotismo.
Pero el Mariel no solo es Arenas.
El Él narrativo, deja su indumentaria
veraniega a un lado y, vestido en plan de inspector de vivienda municipal,
desciende a los ambientes kafkianos en que viven drogadictos, enfermos de sida,
prostitutas… En ese ambiente asfixiante solo brillan las prendas de fantasía
que le ofrece un pícaro de origen boricua, una nacionalidad tan falsa como sus
joyas. Así pasa fugaz Leandro Eduardo Campa, autor de Curso para
estafar y otras historias, poeta urbano, no de La Habana, sino de la otra
la pequeña grande Habana. En el cubil que renta, de manera ilegal, a una
inquilina del inmueble el inspector descubre una máquina de escribir, unas
cuartillas en las que seguro el boricua de fantasía pule versos y relatos. Una
simple historia en la que Campa, personaje, ¿qué otra cosa pudo haber sido?,
saca todo el brillo posible a un encuentro con los que viven en la otra acera,
de tan sobrio el texto resulta el mejor homenaje al autor de Curso para…
Una ofrenda o acto de fe en el martirologio de la literatura, (Mandraque el
mago brilla en Southwest).
El Mariel no solo es Arenas o
Campa. El Mariel también eran las barracas de la espera, de ese limbo salían
los Toni Montana, pero aguardaban los otros que habían perdido el rumbo y no
encontraban ni el suelo donde pisar a la espera de una segunda travesía (“Tarde
veintidós”).
Las travesías de Tiempo
vencido alcanzan su mayor perfección y sentido en el cuento
“Balseros”. Verano del 94. La historia no va de la destrucción de una casa para
construir una balsa. El inmueble familiar se trasmuta en objeto flotante, es el
último acto de una morada. A través de Arturo, el protagonista, el Mariel hace
eco en el 94. El rumbo es el mismo. Los navegantes son los mismos. No es su
casa “tomada”, es su casa “llevada”.
Tiempo vencido es un libro sobre la
madurez y desde la madurez. Un cuaderno en que no solo sus páginas son un
trasiego de piezas exquisitas y antologables que discurren en un espacio
geográfico determinado. La travesía va del pasado al futuro y viceversa, un
fluir en el que convergen retazos de la vida y la obra del autor. Y por sus
constantes bifurcaciones el libro es una especie de laberinto que, a pesar de
su embrollada retícula, se recorre con la certeza de que la salida está ahí, en
la próxima página. Hacia ella nos lleva el Él narrativo, dan lo mismo su indumentaria
o el lugar hacia el que nos arrastre curiosos: un puerto, un cementerio, una
casa familiar, una barraca o una balsa. Una salida en la que una vez más somos
testigos de que los peores momentos de la vida de un hombre también pueden
convertirse en sus mejores páginas.
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