Giovanni Boccaccio (Italia: 1313-1375
Estimado lector:
La "peste bubónica" fue una pandemia que en el siglo XIV acabó con un tercio de la población de Europa y Asia. Uno de los remedios principales de la época, como hoy día, era la cuarentena. El escritor italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375) utilizó esta situación para escribir su libro de cuentos "El decamerón", en el que diez jóvenes (tres damas y siete caballeros) se refugian en una villa a las afueras de la ciudad de Florencia. En una época en que no había televisión, teléfonos ni Internet, para entretenerse mutuamente decidieron que cada uno de ellos contaría un cuento al día durante diez días, para un total de cien cuentos. De ahí viene el título del libro, que significa "diez días" en griego. Los cuentos no tienen que ver con la epidemia. Al contrario: la idea era distraerse, no sufrir. Como estamos en plena época del coronavirus, he reflexionado mucho sobre este libro. Pensé que sería buena idea ir enviando diferentes textos del mismo durante varias semanas, con la esperanza de ayudar a aquellos que estén encerrados en sus casas enfermos, con miedo o simplemente aburridos.
La "peste bubónica" fue una pandemia que en el siglo XIV acabó con un tercio de la población de Europa y Asia. Uno de los remedios principales de la época, como hoy día, era la cuarentena. El escritor italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375) utilizó esta situación para escribir su libro de cuentos "El decamerón", en el que diez jóvenes (tres damas y siete caballeros) se refugian en una villa a las afueras de la ciudad de Florencia. En una época en que no había televisión, teléfonos ni Internet, para entretenerse mutuamente decidieron que cada uno de ellos contaría un cuento al día durante diez días, para un total de cien cuentos. De ahí viene el título del libro, que significa "diez días" en griego. Los cuentos no tienen que ver con la epidemia. Al contrario: la idea era distraerse, no sufrir. Como estamos en plena época del coronavirus, he reflexionado mucho sobre este libro. Pensé que sería buena idea ir enviando diferentes textos del mismo durante varias semanas, con la esperanza de ayudar a aquellos que estén encerrados en sus casas enfermos, con miedo o simplemente aburridos.
En "Anastasio", el primer cuento, el protagonista
utiliza a dos figuras infernales para asustar y manipular a la mujer que ama.
Espero que disfruten este cuento...
Giovanni
Boccaccio
Había en Rávena, antigua ciudad de la Romaña, muchos gentiles hombres,
entre los que se hallaba un mozo de nombre Anastasio degli Onesti, muy rico por
herencia de su padre y de su tío. Y estando sin mujer, se enamoró de una hija
de micer Pablo Traversari. Era la joven más noble que él, mas él esperaba con
su conducta atraerla para que lo amase. Pero esas obras, por hermosas que eran,
solo lograban enojar a la joven, porque ella solía manifestarse tosca, huraña y
dura, aunque tal vez esto se debía a que ella poseía una belleza singular o a
su altiva nobleza. En resumen, a ella nada de él la complacía, lo que para
Anastasio resultaba doloroso de soportar, y cuando le dolía demasiado pensaba
en matarse.
Otras veces, cuando reflexionaba, se hacía a la idea de dejarla tranquila y
aun de odiarla tanto como ella a él. Pero todo resultaba en vano: cuanto más se
lo proponía más se multiplicaba su amor. Y, perseverando el joven en amarla sin
medida, a sus familiares y amigos les pareció que él y su hacienda iban a
agotarse de consumo.
Por lo cual, muchas veces le rogaron que se fuese de Rávena a morar en otro
lugar por algún tiempo, para ver si lograba disminuir su amor y sus impulsos.
Anastasio se burló de aquel consejo, pero ellos insistían en su solicitud y al
fin decidió complacerles, y mandó organizar tantas maletas como si se fuese a
España o a Francia o a cualquier otro lugar remoto; montó en su caballo y, en
compañía de sus amigos, partió de Rávena y se fue a un sitio que dista de
Rávena tres millas y se llama Chiassi. Una vez hubo llegado, mandó armar las
tiendas y dijo a quienes le acompañaban que se devolviesen, pues pensaba
quedarse donde estaba. Y ellos regresaron a Rávena. Se quedó Anastasio y empezó
a hacer la más magnífica vida que jamás se conociera, invitando a tales o
cuales a comer o cenar como era su costumbre.
Y sucedió que, llegando primeros de mayo, y haciendo buenísimo tiempo y él
siempre pensando en su cruel amada, mandó a todos lo suyos que le dejasen solo
para poder meditar más a sus anchas, y a pie se trasladó, reflexionando, hasta
el pinar. Pasaba la quinta hora del día, y habiéndose él adentrado en el pinar
como una media milla, sin acordarse de comer ni de nada, súbitamente le pareció
oír un grandísimo llanto y quejas de una mujer. Interrumpido así en sus dulces
pensamientos, alzó la cabeza para ver lo que fuese, y se extrañó de hallarse en
pleno pinar. Y, además, mirando ante sí, vio venir, saliendo de un bosquecillo
muy denso de zarzas y realezas, y corriendo hacia donde él se hallaba, una
bellísima mujer desnuda, toda arañada de las zarzas y matorrales, que lloraba y
pedía piedad a gritos.
Dos grandes y fieros mastines¹ corrían tras ella, y cuando la alcanzaban la
mordían. Venía detrás. sobre un negro corcel, un caballero moreno de muy airado
rostro y con un estoque en la mano, amenazando de muerte a la joven con
terribles y ofensivas palabras. Aquella puso a la vez maravilla y espanto en el
ánimo del joven, y sintió compasión de la desventurada, por lo que se resolvió,
si podía, librarla de la muerte y de tal angustia. Pero, hallándose sin armas,
recurrió a coger una rama de árbol a guisa de garrote, y fue a hacer frente a
los canes y al caballero. El cual, reparando en ello, le gritó de lejos:
-No intervengas, Anastasio, y déjanos a los perros y a mí hacer lo que esa
mala hembra ha merecido.
En esto, los perros, aferrando con fuerza por las caderas a la mujer, la
detuvieron y el caballero se apeó del corcel. Y Anastasio, acercándosele, le
dijo:
-No sé quién eres que así me conoces, pero te digo que es gran vileza que
un caballero armado quiera matar a una mujer desnuda y echarle los perros
detrás como a una bestia del bosque. Por cierto ten que la defenderé.
El caballero respondió entonces:
-Anastasio, de tu misma tierra fui, y aún eras rapaz pequeño cuando yo, a
quien llamaban micer Guido degli Anastagi, me enamoré tanto de esa mujer como
tú ahora de la Traversari. Y su fiereza y crueldad de tal modo causaron mi
desgracia, que un día, con el estoque que ves en mi mano, desesperado me maté y
fui condenado a penas infernales No pasó mucho tiempo sin que esta. que de mi
muerte se sintió desmedidamente contenta, muriese, y por el pecado de su
crueldad y de la alegría que le causó mi muerte, no habiéndose arrepentido, fue
también condenada a las penas del infierno. Mas cuando a él bajó por castigo, a
los dos nos fue dado el huir siempre ella ante mí, mientras yo, que tanto la
amé, habría de perseguirla como a mortal enemiga, no como a mujer amada. Y
siempre que la alcanzo, con este estoque con que me maté, la mato, y la abro en
canal, y ese corazón duro y frío en el que nunca amor ni piedad pudieron
entrar, le arranco con las demás vísceras, como verás pronto, y lo doy a comer
a estos perros. Y, según voluntad de la justicia y potencia de Dios, no
pasa mucho tiempo sin que, como si muerta no estuviera, resucite, y otra vez
comience su dolorosa fuga de los perros y de mí. Y cada viernes, sobre esta
hora, aquí la alcanzo y hago en ella el estrago que verás. Mas no creas que
descansamos los demás días, pues entonces también la sigo y la alcanzó en otros
parajes donde cruelmente pensó y obró contra mí. Y, convertido de amante en
enemigo, como ves, he de seguirla así durante tantos años como ella se portó
rigurosamente conmigo. Dejemos, pues, ejecutar a la divina justicia, y no te
opongas a lo que no puedes evitar.
Anastasio, al oír tales palabras, quedó tímido y suspenso, con todos los
cabellos erizados, y retrocediendo y mirando a la mísera joven, comenzó
temeroso a esperar lo que hiciere el caballero, el cual. acabando su
razonamiento, como un can rabioso corrió estoque en mano hacia la mujer (que,
arrodillada y sostenida con fuerza por los dos mastines, le pedía perdón) y con
todas sus fuerzas le atravesó el pecho de parte a parte. Y cuando la mujer
recibió el golpe, cayó de bruces, siempre llorando y gritando, y el caballero,
poniendo mano a un cuchillo, le abrió los riñones y le sacó el corazón con
cuanto lo rodeaba, y echolo a los dos
mastines, que lo devoraron afanosamente. Casi en el acto, la joven, como si
ninguna de aquellas cosas hubiere sucedido, se levantó y huyó hacia el mar,
perseguida y desgarrada por los perros. Y el caballero, volviendo a montar a
caballo y a requerir su estoque, la comenzó a seguir y en poco rato tanto se
distanciaron, que ya Anastasio no les pudo ver.
Habiendo contemplado tales cosas, gran rato estuvo entre complacido y
temeroso, y después le vino a la memoria la idea de que el suceso podría valerle
de mucho, ya que acontecía todos los viernes. Y, así, habiéndose fijado bien en
el paraje, se volvió con su gente y cuando le pareció hizo llamar a los más de
sus parientes y amigos y les dijo:
-Durante largo tiempo me habéis incitado a que deje de amar a mi enemiga y
ceje en mis gastos. Estoy dispuesto a hacerlo, siempre que una gracia me
concedáis. Y es que hagáis que el viernes venidero micer Pablo Traversari, con
su mujer e hija y todas las mujeres de su parentela, y las demás que os
plazcan, vengan a almorzar conmigo. Entonces veréis por qué quiero eso.
Parecéosle a sus amigos que no era cosa difícil de hacer
y, al regresar a Rávena, cuando llegó el momento, invitaron a los que Anastasio
deseaba. Y, aunque mucho costó convencer a la mujer a quien amaba Anastasio, al
fin ella fue con las otras.
Hizo Anastasio que se aderezase un magnífico yantar y dispuso que se
colocasen las mesas bajo los pinos, junto al lugar donde presenció la agonía de
la cruel mujer. Y una vez que hizo sentarse a todas las mesas hombres y
mujeres, mandó que su amada fuese puesta frente al sitio donde debía acontecer
el hecho.
Y habiendo llegado el último manjar, el desesperado clamor de la joven
perseguida empezose a oír. Mucho se
maravillaron todos, y preguntaron qué era, y no lo supo decir nadie.
Levantándose, pues, para averiguar qué sería, vieron a la doliente mujer, y al
caballero y los canes, y en un momento todos estuvieron a su lado. Alzose gran
vocerío contra los perros y el caballero y muchos se adelantaron para ayudar a
la joven. Pero el caballero, hablándoles como habló a Anastasio, no solo les
forzó a retroceder, sino que les espantó y les llenó de pasmo. E hizo lo que la
otra vez hiciera, y las mujeres presentes allí (muchas de las cuales, parientes
de la joven o del caballero, no habían olvidado su amor y la muerte de él)
míseramente lloraron, como si ellas hubieran sufrido lo mismo. Acabó, en fin,
el lance, y desaparecieron mujer y caballero, y los que aquello habían visto entregáronse a muchos y variados
razonamientos.
Pero entre los que más espanto tuvieron figuró la cruel joven amada por
Anastasio. Porque habiéndolo visto y oído todo muy claramente, y conociendo que
a ella más que a nadie tales cosas atañían, ya le parecía estar huyendo de la
ira de él y tener los perros a los talones. Y tanto miedo de esto le sobrevino
que, para no incurrir en lo mismo, en breve ocurrió (tan en breve que aquella
misma tarde fue) que, mudado su odio en amor, secretamente mandó a la estancia
de Anastasio una camarera de su confianza, rogándole que fuese a verla, porque
estaba dispuesta a complacerle en todo. Resolvió Anastasio que ello le
satisfacía mucho, y que si a ella le placía, haría con ella lo que le
pluguiese, pero, para honor de la dama, tomándola por mujer. La joven, sabedora
que solo por su culpa no era ya esposa de Anastasio, mandó contestar que estaba
acorde. Y luego, sirviéndose de mensajera a sí misma, dijo a sus padres que
quería ser mujer de Anastasio, lo que mucho les contentó. Y al domingo
siguiente casó Anastasio con ella, e hiciéronse
bodas, y mucho tiempo jubilosamente convivió con ella. Y no solo el temor de la
dama fue factor de aquel bien, sino que todas las mujeres altivas se tornaron
medrosas, y en lo sucesivo mucho más que antes se plegaron al placer de los
hombres.
FIN
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