viernes, 27 de mayo de 2016

ANTISEMITISMO JUDIO

Por Luis Marin

Es fama que de donde discuten dos judíos pueden sacarse al menos tres posiciones perfectamente argumentadas y convincentes, de manera que no sorprende que luego de Rafael Ramírez la diatriba contra Israel la continuara un abogado judío, Michael Sfard, representante de la ONG Yesh Din, especializada en la defensa de los árabes en Israel.
         Cuando se observan las numerosas personalidades, ONGs, fundaciones, asociaciones e incluso partidos políticos que en Israel asumen como propia la causa árabe, como quiera que la interprete cada uno, la primera pregunta que asalta la mente es: ¿Por qué no habrá siquiera uno en un país árabe o musulmán que asuma la causa de Israel? Y si apareciera, ¿cómo lo tratarían, por ejemplo, en Irán, Arabia Saudita, por no decir en Palestina?

          Esta es otra manifestación sorprendente del particularismo judío y es que nunca se ponen de acuerdo en nada, ni siquiera en la necesidad de defender a Israel. Algunas sectas como Neturei Karta tienen el objetivo manifiesto de oponerse a la existencia del Estado judío y siendo éste el caso, claman por su desaparición porque el sionismo, para ellos, es una herejía.
         Neturei Karta predica la sumisión de los judíos al Estado en que vivan la diáspora cualquiera que éste sea, hasta que venga el Mesías a liberarlos, lo que les permite aliarse con Mahmud Ahmadinejah o ser funcionarios de Yasser Arafat, el único Estado al que no se someten ni reconocen es, increíblemente, Israel.
          Norman Finkelstein ha ganado una inmerecida notoriedad con un panfleto titulado “La industria del Holocausto”, en el que denuncia el provecho indebido que, según él, obtienen instituciones judías al utilizarlo como arma arrojadiza, incluso el Estado de Israel lo usaría como instrumento de  propaganda para concitar apoyos.
           Quizás el defecto más chocante de la argumentación de Finkelstein es el del fariseo que niega una limosna porque advierte, súbitamente, que el mendigo se aprovecha de su miseria. El planteamiento tiene cierta plausibilidad, pero ésta no puede llevar al extremo de negar que la miseria exista, que se sufra realmente y merezca alguna solidaridad.
            Puede verse a Finkelstein en películas negando que exista el antisemitismo y, como los judíos viven estupendamente en New York, Boston, Miami, es falso que corran peligro en ninguna parte, para terminar haciendo histriónicamente un saludo nazi. Luego se queja amargamente de que su carrera académica fue destruida, no por su paranoia, sino por un tenebroso lobby judío. Su guía intelectual es Noam Chomsky.
             Muchos detractores ni siquiera se pueden acusar de antisemitismo, como Daniel Barenboim, notable exponente del buenismo judío que anda por el mundo como suplicando que no lo odien por ser judío, motivo por el cual adopto la “nacionalidad palestina”, ciertamente la única persona que la ostenta siendo israelí;  pero clama por el establecimiento de un Estado Palestino, lo que hace incomprensible que tenga la nacionalidad de un Estado que según él mismo dice, no existe.
             Bueno, también dice que debe estar comprendido en las fronteras de 1967, que han sido “aceptadas por todo el mundo”; aunque se trata de las líneas de armisticio de 1949 para concertar una tregua, no reconocidas como fronteras internacionales por ninguno de los directamente involucrados. Como si la guerra de los seis días, del Yon Kipur y todas las demás no hubieran ocurrido. O como si las líneas no pudieran modificarse de nuevo si los árabes intentaran otra guerra de agresión.
             Es arduo y quizás interminable pasearse por cada uno de los detractores judíos de Israel; pero la buena noticia es que ninguno aporta ni una letra al discurso de los enemigos tradicionales, simplemente asumen su narrativa como propia y repiten la letanía contra la “ocupación”, el apartheid, llaman a los judíos “colonos” en sus tierras ancestrales de Judea, Samaria y Jerusalem, en fin, la revisten de autoridad porque quien la dice es judío; pero una mentira sigue siendo mentira aunque la diga un judío.
            Así como la izquierda en Israel no le añade ni una coma a los estribillos de la izquierda mundial, a la que le basta con etiquetar a alguien de “derecha” para descalificarlo de manera instantánea, prescindiendo de cualquier otro esfuerzo de refutación.
            Así, la primera víctima del antisemitismo judío es la vocación polémica que siempre ha caracterizado al pueblo judío, en este sentido, es intrínsecamente antijudío.
 

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