"Old
soldiers never die; they just fade away", balada donde se describe la
lucha contra el Imperio del Sol Naciente en la Segunda Guerra Mundial, citada
por el General Douglas MacArthur en su discurso de despedida ante el Congreso
Norteamericano, el 19 de abril de 1951.
Por Alfredo M. Cepero.
En la mañana del viernes 29 de abril recibí una
llamada con la noticia esperada pero de todas maneras dolorosa de la muerte de
un soldado incansable de nuestra prolongada lucha por la libertad de Cuba, mi
amigo el Ingeniero Ernestino Abreu. Su hijo Ernesto me dijo: "El viejo
falleció" y una corriente emotiva recorrió de norte a sur el mapa de mi
geografía. Por mi mente pasó a velocidad sideral la película fascinante de mis
relaciones de toda una vida con este cubano excepcional. Una película con
capítulos de superación, lealtad, heroísmo y servicio que estas palabras mías
no serán capaces de describir a cabalidad pero que deben de ser dichas y
escritas para ejemplo y estímulo de las generaciones futuras. Las generaciones
que tendrán que agradecerle la libertad y terminar la obra de amor iniciada por
este profeta de la esperanza.
Para entender la vida de este hombre iluminado por
el ideal de la libertad tenemos que comenzar por su origen campesino en el seno
de una familia de limitados recursos económicos. Con apenas 16
años, el muchacho negociaba todos los días a lomo de caballo los 34 kilómetros
de ida y regreso al pueblo de Jagüey Grande para completar los cursos que le
permitieran acceder a una educación superior. Fue así como logró ingresar
primero en la Escuela Técnico Industrial de Rancho Boyeros y, más tarde, en la
Escuela de Artes y Oficios de La Habana donde unos años después se graduó de
Químico Industrial. En 1955, a los 31 años de edad, el joven campesino con voluntad
de hierro se graduaba de Ingeniero Agrónomo en la Universidad de la Habana.
Una vez alcanzado el éxito profesional funda una familia con una mujer
perfecta para un hombre de sus inquietudes patrióticas y su intensidad de
carácter. En las muchas veces en que fui invitado a su casa, yo tuve el gran
honor y la inmensa satisfacción de ser objeto de las atenciones y el afecto de
Alicia Abreu. Una compañera que aceptó de buen grado las prolongadas ausencias
y las actividades conspirativas de su marido sin exigir explicaciones ni
proferir una sola queja. Una versión moderna de Bernarda Toro
("Manana" para su marido), la heroína que optó por vivir en un rancho
desvencijado en la campiña cubana para estar cerca del amor de su vida, el
General Máximo Gómez. De esos dos pilares sólidos nacieron docenas de hijos y
nietos que han triunfado en la vida y que son testimonio viviente del legado de
decencia y honor de sus padres y abuelos.
Entre sus muchas virtudes, Ernestino Abreu supo ser siempre el amigo fiel y
servicial de todos aquellos que necesitaron su ayuda, ya fuera en lo material o
en lo espiritual. Disfrutaba intensamente la interacción con todos aquellos que
tuvimos el privilegio de tratarlo y que hoy somos mejores seres humanos por
haberlo tenido en nuestras vidas. Como si lo estuviera experimentando
en este momento, siento todavía su fuerte estrechón de manos, su abrazo efusivo
de bienvenida y las frases de estímulo con que siempre se despedía.
Nunca fue negativo ni crítico, ni siquiera de aquellos que lo engañaron o lo
traicionaron. Fue fácil para el perdón y pródigo en el elogio. Como un laurel
frondoso, dio sombra y abrigo a todos los que transitaron por su camino. No
reconoció más enemigos que los tiranos que todavía oprimen a su patria y contra
los que estoy convencido de que seguirá luchando desde la eternidad.
Sin embargo, la faceta más conocida de su personalidad fue su dedicación
absoluta a la recuperación de la patria perdida. Cuando
otros hombres llevan nietos a la escuela o se dedican a contar historias,
Ernestino Abreu decidió hacer historia por cuenta propia. A los 74 años de edad y después de
haber fracasado en un intento dos años antes, emprendió un viaje de 24 horas y
desembarcó a las 11 de la noche del 14 de mayo de 1998 en las costas de Cuba.
No fue a dialogar con los sátrapas sino a confrontarlos a tiro limpio, el único
lenguaje que entienden estos abusadores de mujeres, asesinos de presos y
torturadores de opositores pacíficos. Por ese gesto inaudito en hombres de su
estación en la vida lo llamé un día nuestro Don Quijote de la Mancha. ¡Qué pena
que hombres de esta calidad sean tan escasos como el mirlo blanco!
Para quienes carecen de ese gran tesoro que es la
fe, Ernestino Abreu ha muerto y dejado de ser parte de la lucha por la libertad
y la dignidad del pueblo cubano. Para quienes creemos en la providencia divina,
este cubano en superlativo sencillamente se nos ha adelantado en el camino
hacia la patria celestial reservada para quienes cumplen su misión en la
Tierra. Estoy seguro de que en este mismo instante está intercediendo ante
todas las potestades celestiales para que hagan el milagro de libertar a Cuba
de los vándalos que la oprimen.
Más que con la palabra, predicó con el instrumento
poderoso del ejemplo. Y ese ejemplo será la semilla fructífera que se
multiplicará en millares de patriotas que serán guardianes de la libertad de
Cuba en el difícil futuro que se nos avecina. Porque los patriotas como
Ernestino Abreu nunca mueren; se multiplican. Y con ello, se ganó un lugar de
privilegio en el panteón de nuestros inmortales. Que Dios lo acoja en su santo
seno.
La Nueva Nación es una publicación independiente cuyas metas son la defensa
de la libertad, la preservación de la democracia y la promoción de la libre
empresa. Visítenos en : http://www.lanuevanacion.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario