Difícil de resumir en tres cuartillas la labor de treinta y cinco años; difícil porque la opinión de ovejitas acríticas, –con un curioso "voto" de obediencia en defensa a ultranza de los prelados– se sobrepone a cualquier juicio racional. Difícil , además , porque para hacer una crítica de este gigante , Mons. Jaime Lucas Ortega y Alamino, hay que resaltar ante todo su figura orante, su fina espiritualidad y su dedicación absoluta a la iglesia cubana.
Su eminencia entra de lleno en la
historia eclesial –la historia mayor– la que se escribe mas allá de
chismecitos de sacristías, refinamientos afrancesados o
folklore popular. Y esta historia tiene tres pilares bien definidos. La
estabilidad alcanzada por una comunidad minúscula y paupérrima dentro de
un marxismo leninismo antirreligioso a lo Fuerbach; los logros de la tripleta
papal; y la re fundación del Seminario Mayor. Esto no es poca cosa.
Monsegnor Jaime no es católico;
nunca lo fue. La universalidad intrínseca a la catolicidad nunca estuvo en sus
genes. Su mente estrecha, en favor de su "iglesita”, sus
adláteres, sus amigos y guatacas de ocasión siempre primó
ante las necesidades de todo un pueblo. Las llamadas piñitas en cubano –inequívoco signo de inseguridad– fue su sello
distintivo. Buscaba para sus pequeños grupos las pocas ventajas y
privilegios que podía arañar en el sistema de mono partido.
De aquí se deriva su miopía para
identificar a los pobres y a la pobreza dentro del archipiélago. Los
preferidos del Señor fueron ignorados o preteridos
durante su servicio, en favor de unas élites afines
, desde obispos a laicos prominentes , que hicieron
de Él un elitista de palacios.
Su rara percepción acerca de los derechos
humanos hizo que ignorara o persiguiera, esa incómoda postura
de colaboración, a varios activistas, opositores y disentidores, fuera y dentro de la
iglesia. Esto último incluyó la amenaza de excomunión a Oswaldo Payá
y su movimiento, por motivos políticos que no religiosos. Y esto es
solamente un botón de la muestra. Sus contactos con los represores, aunque
secretos, deben andar por algún archivo esperando un estudio
imparcial y desprejuiciado.
Por último sin tener jurisdicción sobre
las otras diócesis, sus diktums llegaron a uniformar sin
disensiones al venerable episcopado cubano (la excepción fue
Pedro Maurice, cardinal in pectore, y los
monseñores Román y Boza que continuaron siendo obispos
exiliados mas allá de la amnesia selectiva de la iglesia de la
isla). De aquí que su principal contra legado fue la inédita
fundación en el Caribe de una iglesia "nacional" al
mejor estilo chino. Monseñor fue siempre obediente y obsequioso con
los mandarines de la Oficina Religiosa del Comité Central ante verdugos de cuello blanco como Don
Felipe Carneado, de triste recordación y su clon María de la Caridad.
La disposición final de sus restos
en el museo allende a la catedral a pocas cuadras del Palacio
Arzobispal demuestra que su presencia invisible, pero
real, en la iglesia cubana continuará por los siglos de los siglos. Per omnia saecula, saeculorum. Amen.
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