OFENSIVA ARABE EN NACIONES UNIDAS CONTRA EL ESTADO DE ISRAEL
Por
Luis Marín.
La ofensiva árabe en las Naciones Unidas se
basa en el supuesto errado de que el Estado de Israel fue creado en virtud de
la Resolución 181 de la Asamblea General del 29 de noviembre de 1947, por lo
que debe ser la misma ONU, por contrario imperio, la encargada de destruirlo.
La verdad es que nació casi medio año
después, el 14 de mayo de 1948, mediante la declaración unilateral de voluntad
de las organizaciones judías representativas del pueblo de Israel que declararon
la Independencia y firmaron un Acta Fundacional, como Estados Unidos el 4
de julio de 1776 o Venezuela el 5 de julio de 1811, bastante antes de que
existiera la ONU.
En palabras de David Ben Gurión: “El
establecimiento del Estado judío no depende de la resolución de las Naciones
Unidas del 29 de noviembre, por más que tal resolución tenga un gran valor
moral y político. Depende de nuestra capacidad para salir victoriosos. Si
tenemos las ganas y el tiempo de movilizar todos nuestros recursos, nuestro Estado
será establecido”.
Por supuesto, después de declaraciones de
aquel tenor, lo que puede esperarse es una guerra de independencia; pero lo
original en Israel es que ésta no se produjo contra el imperio británico, que
ostentaba el mandato sobre Palestina, sino contra sus vecinos, Egipto,
Jordania, Siria, Líbano e Irak, que habían declarado al unísono con el mundo
árabe que nunca permitirían el establecimiento de un Estado Judío en lo que
entonces consideraban y todavía consideran “tierras árabes” y esto es casus
belli.
Otro hecho indiscutible es que perdieron
esa guerra, como el imperio británico, España, etcétera, y siempre, en todos
los casos que en el mundo han sido, cuando las potencias se someten al
veredicto de la guerra como juez supremo el resultado se acepta civilizadamente
y el Estado es admitido en el concierto de naciones, como bien nacido.
El verdadero problema es que el mundo árabe
no se resigna a la existencia de Israel, se niega a reconocerlo como Estado
Judío y esta actitud intransigente ha encontrado cierta resonancia en el
proverbial antisemitismo occidental, de manera que Israel se encuentra
aparentemente solo, como único Estado Judío, rodeado de enemigos por todas
partes y sin ningún doliente.
La Liga Árabe con sede en Egipto agrupa 21 países
incluyendo Palestina que aparece en el mapa oficial de la organización ocupando
todo el territorio de Israel con capital en Jerusalem. La Organización de la
Conferencia Islámica reúne 57 estados musulmanes con sede en Arabia Saudita. La
organización de países no alineados, una entelequia de la guerra fría, cuenta
con 120 miembros más 15 observadores, lo que asegura la mayoría en el seno de
la ONU, sea lo que sea que se vote.
Este podría ser un buen ejemplo de la
tiranía de la mayoría, si hiciera falta alguno, que ha inquietado tanto a
los liberales y que es el baldón de la democracia: es un hecho cierto,
incontrovertible y siempre comprobado que una mayoría circunstancial es capaz
de mayores abusos que ningún tirano individual, por pervertido que fuera.
Lo más desconcertante de la nueva
diplomacia árabe es que implica un giro copernicano de su conducta tradicional
frente a la ONU, que consideraba poco menos que un instrumento de la
conspiración judía mundial, sobre todo por la relevante influencia de los
pensadores judíos en la edificación de la legalidad internacional.
Ahora la sorprendente alianza del
extremismo islámico con la resaca comunista ha descubierto la eficacia de
apoderarse de la maquinita de hacer leyes para generar una legislación a la medida
de sus prejuicios aun a contrapelo de todo principio de legalidad y de negarle
potestad para decidir sobre Estados soberanos saltó a convertirla en un
legislador universal, supra histórico, que puede configurar no sólo el futuro
sino también el pasado de las naciones.
Así, la Resolución 2334 del 23 de diciembre
de 2016 ya tiene un lugar destacado en la Historia Universal de la Infamia, no
sólo por su carácter antijurídico, retroactivo, sino por unilateral, maliciosa,
falaz y casi tan hipócrita como sus proponentes.
Al lado de las Leyes de Núremberg de 1935.
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