Cierre del Reclusorio Nacional de Isla de Pinos
Por Pedro Corzo.
El próximo 26 retendremos el presidio.
Quizás sea nuestro último gran encuentro bajo la simbólica carpa de las
Circulares, en consecuencia Ramiro Gómez Barrueco está preparando una antología
de Presidio, testimonios y anécdotas, experiencias inolvida-bles.
Durante esos años la mayoría de los
reclusos sufrieron severas palizas. La alimen-tación nunca superó los niveles de
sobre-vivencia, condiciones de vida precarias y jornadas de trabajo que se
extendían por doce y catorce horas, según estuviera el odio como instrumento de
lucha en las mentes de los esbirros al servicio de la tiranía.
Memoria, que no significa odios ni
venganzas, sino una clara consciencia de que el sadismo criminal de los
victimarios de oficio no debe quedar impune. Ningún gobernante o torturador de
vocación debe saciarse sobre ciudadanos indefensos.
El reclusorio nacional fue clausurado
porque la dictadura fracasó en sus propósitos de lograr por medio
del trabajo esclavo, y la violencia entronizada en el Plan de Trabajo Camilo
Cienfuegos, la rehabilitación política de los millares de hombres que
tenía en esa prisión.
El régimen cerró el Presidio porque se
percató que la represión en vez de lograr sus objetivos de
“reeducar”, a los presos, los reafirmaba en sus convicciones y en cierta medida
los alentaba a pasar de la
resistencia pasiva ante golpes, bayonetazos y asesinatos, a una resistencia
activa que podía escaparse del control de la guarnición.
No se pretende sugerir que el régimen actuó
por miedo, no, simplemente, como generadores de violencia, tenían
conciencia que el terror tiene que ser controlado para lograr los objetivos
deseados.
También se hace esta evocación porque
los prisioneros políticos están orgullosos de haber estado encarcelados por una
de las causas más justas en la historia de la nación. Acontecimiento que por
intensidad y extensión tiene caracteres distintos a otras gestas realizadas por
el pueblo cubano sin que esto implique que el haber estado encerrados otorga
derechos y privilegios, lo contrario, la prisión es fuente de mayores deberes
para los que transitaron por ella.
El presidio fue y es expresión genuina del
carácter nacional. Plural en pensamiento político, amplio en creencias
religiosas, mosaico de razas y reflejo del espectro social.
El presidio fue contradictorio y coherente.
Los orígenes y compromisos políticos de los que lo integraron
confrontaban o coincidían con los que se estrenaban en esos avatares.
En aquella cárcel poesía y epopeya se
confundían y todavía hoy, a pesar de casi seis décadas de totalitarismo,
hombres y mujeres continúan escribiendo en las paredes de nuevas y viejas
prisiones.
En presidio la muerte estaba al acecho, era
una eterna, fiel y asexual compañera lo mismo cuando dinamitaron las
circulares, en el Plan de Trabajo, o la reclusión solitaria
La muerte o la invalidez atacaban sin
piedad ni aviso. La bayoneta, el disparo alevoso o la enfermedad no tratada,
dejó a muchos entre las rejas. El suicidio fue para algunos la razón en aquella
locura interminable. La demencia apagó inteligencias y sesgó espíritus. La
batalla fue dura, aun así continúa.
Impresos en la memoria están esbirros como
Campeón y Brazo de Oro. Pensar en ellos y sus iguales reedita requisas, hambre
desesperada, desnudez contestaría, la abyecta mojonera, trabajo esclavo,
dinamita, mutilación y muerte.
Aquello permanece con nosotros y dentro de
nosotros.
Presente la ternura perdida. La juventud
que se fue a galope. Las arrugas y las canas, la vejez que al trote se
apoderaba de todos.
De las playas y fiestas que no conocimos.
De las novias y esposas que fueron fieles hasta el final, pero también de las
que vencidas por el dolor y el largo andar, tomaron otro rumbo.
Cuantas pasiones mordimos con las piernas y
los dientes. Cuantos no tuvieron hijos, porque al cumplir con su deber se
marchitó su cuerpo. Todo eso, junto a los muertos, locos y lisiados, integran
el inmenso tributo que los presos políticos, hombres y mujeres, han rendido a
Cuba.
Muchos están cansados. Se encuentran en las
fronteras de la frustración y decepción, pero como dijo Manuel
Villanueva, hay que subir la montaña, y encontrarnos en la cima.
Es un deber vencer ese agotamiento como se
hizo individual y colectivamente en Presidio. Los compromisos no se cancelan en
la derrota sino en la victoria y los deberes nunca deben ser desechados
como trapos viejos, menos, si los criminales no han pagado su deuda.
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