"Durante su estancia en Madrid en 1901, conoce a Felipe Pedrell quien ejerció gran influencia en su persona..."
Eres de los que
con su obra engrandece al Universo. Tu “fuego fatuo” aviva la llama de nuestra
existencia y la ennoblece. Escuchar las notas de tus melodías acerca al paraíso
soñado y pone las estrellas en nuestras manos para goce de los sentidos. El
corazón palpita gozoso ante lo inconmensurable. Contigo visito el Edén y quedo
extasiada como ya quedaron otros coetáneos tuyos, pero traspasaste la
temporalidad, como no podía ser de otra forma, para vanagloria de nuestros
antepasados y descendientes.
Cádiz, ciudad colonial,
conexión marina de Oriente y Occidente, te vio nacer y te catapultó a la fama,
dulce gozo para unos y quimera o desvarío para otros. Lo que sí es cierto es
que tú nos abriste las puertas a un mundo maravilloso, que inunda nuestro ser
hasta elevarlo a lo más sublime. Tu mano egregia aprendió, en edad temprana, la
vocación que te llevó a los más recónditos confines del orbe, en un primer
momento, con los acordes de la excelente pianista Eloísa Galluzzo. Fruto de ese
espíritu inquieto y sensible supiste valorar el poder de las letras y, así
tuviste tus primeros escarceos literarios con la creación de tus propias
revistas manuscritas entre los años 1889 y 1891: “El Burlón” y “El cascabel”,
pero será en tu adolescencia, concretamente, en 1893, cuando te veas impulsado
a dejarlo todo, como tú mismo dirás, para dedicarte exclusivamente al mundo de
la composición, y tu inspiración te elevará a las más altas cumbres donde las
utopías son realizables. Y así, compusiste tus primeras obras: “Melodía” y
“Romanza”, ambas para violonchelo y piano.
Durante su estancia en Madrid, en
1901, conoce a Felipe Pedrell quien ejerció gran influencia sobre su persona,
pues despierta su interés por el flamenco y por el “cante jondo”. Con la ópera
“La vida breve” (1904) consigue el primer premio de un concurso convocado por
la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
En 1907, se marcha a París, y allí
conoce a Claude Debussy, Maurice Ravel, Paul Dukas, Isaac Albéniz, Alexis
Roland-Manuel, Ricardo Viñes y Pablo Picasso. En esta época, compone sus obras
más célebres: “El amor brujo” y el ballet “El sombrero de tres picos”. Su ser
se empapa de las influencias de todos ellos y le inspiran para componer “Noches
en los jardines de España”, en la que se deja ver el impresionismo
contemporáneo, y en la que incluye los ritmos flamencos.
En 1914, tras el comienzo de la
primera Guerra Mundial, regresa a Madrid, y es en 1915 cuando se estrena la
primera versión de “El amor brujo” en el Teatro Lara. Ese mismo año, en el
número de abril de la “Revista Musical Hispano-Americana”, se publicó su texto
“Enrique Granados, Evocación de su obra”, y el 5 de junio el periódico “La
Tribuna” recoge “El gran músico de nuestro tiempo: Igor Stravinsky”, al que
Falla conoció personalmente.
En 1919, realiza su primer viaje a
Granada, ciudad que lo enamora, como no podía ser de otra forma, y entra en
contacto con Federico García Lorca. El auditorio de dicha ciudad, ubicado en
las proximidades de los jardines de la Alhambra, lleva su nombre. En él se
halla el Archivo Manuel de Falla y tiene una exposición permanente digna de
visitar, puesto que alberga enseres propios del gran compositor, así como
cartas y fotografías a lo largo de su vida. Este es uno de esos lugares a los
que me gusta asistir, ya que en él puedo vislumbrar su esencia y constituye un
pequeño oasis en este mundo.
En 1939, un poco después de
terminada la Guerra Civil Española y ya comenzada la Segunda Guerra Mundial, se
exilió en Argentina, donde moriría en 1946, aunque sus restos fueron
trasladados, posteriormente, desde Buenos Aires hasta Cádiz, su tierra natal, y
reposan en la cripta de la catedral de Santa Cruz.
Manuel de Falla, vio sus sueños más que
cumplidos.
Paulo Coelho escribiría esta frase tan
acertada: “Nunca desistas de un sueño. Sólo trata de ver las señales que te
lleven a él”.
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