"No obstante, no hay causa que justifique la sumisión e histeria colectiva de una parte de la sociedad ante el mandato del nuevo regimen..."
Por Pedro Corzo.
Cuando se medita sobre la
historia reciente de Cuba es obligatorio pensar sobre la extrema facilidad con
la que el liderazgo castrista pudo infiltrar la conciencia individual y
colectiva de un sector importante de la nación cubana.
Qué motivó que un sector
significativo de la sociedad cubana se identificara plenamente con la
personalidad de Fidel Castro, quien a su vez pretendía encarnar las más puras
ambiciones de la nación, aun mas, cuáles fueron las motivaciones para que
muchos de los líderes políticos, sociales y empresariales perdieran su
identidad ante el caudillo y se sumaran ciegamente a sus propuestas, máxime,
cuando no pocos de ellos le conocían y sabían de su historial de pandillero y
su inclinación a imponer su voluntad por medio de la fuerza.
Tal vez el que Castro se
convirtiera en una especie de predestinado fue debido a que en
aquellos momentos históricos el ciudadano promedio estaba desalentado, o
frustrado, en sus proyectos como persona y nación, consecuencia de los malos
manejos gubernamentales que hacían que el individuo estuviese ávido de un
redentor que hiciera purgar los errores y horrores de los que con vileza habían
mancillado la República.
No obstante, no hay causa que
justifique la sumisión e histeria colectiva de una parte de la sociedad ante el
mandato del nuevo régimen. Cierto que las masas enfurecidas que cumplían
ciegamente las consignas oficiales y que sádicamente acosaban y discriminaban
de diferentes maneras a quienes osaban discrepar, eran las victimas
mas sufridas de las arbitrariedades de la República, sin embargo, nunca fueron
objeto de los abusos que cometían en nombre de la Revolución y las promesas de
"Pan con Libertad", cuando ya se apreciaba que el pan
estaba en falta y la libertad sepultada.
Empero el rasero con el que se
analizaría históricamente la conducta de las clases populares durante el
azaroso 1959, no es válido para medir la gestión de aquellos que
callaron o participaron en los asuntos nacionales, de los que se
prestaron y facilitaron la mistificación de un individuo y su entorno,
participando en los crímenes y abusos que desmontaron el quebrantado estado de
derecho.
Figuras importantes de carácter
nacional de aquellos años, ceguera política u oportunismo, permitieron que
Fidel Castro decidiera unilateralmente sobre asuntos que concernían a la
nación. Vivimos como la clase dirigente y la población beatificó un sujeto que
inexplicablemente era colocado por encima del bien y del mal.
Aquello tuvo mucho de
contemplación religiosa, de convencimiento de que el sufrimiento ajeno
purificaría a todos los que se sumaran a la Propuesta. El caudillo era
trasformado por la devoción ciega de sus seguidores en un redentor, asumía como
una especie de trinidad en su persona, los conceptos de Patria,
Nación y la nueva entelequia llamada Revolución.
Todos le concedieron tiempo
suficiente al Libertador para que afirmara y acrecentara el mito, mientras los
seguidores más fieles de la secta construían el mecanismo necesario sobre el
cual funcionaria el régimen al menos por los próximos sesenta años.
Por iniquidad, oportunismo o
conversión sincera fueron muchos los políticos, empresarios, intelectuales,
profesionales, personalidades del arte y líderes de todo tipo que, junto a una
mayoría ciudadana, cedieron espacios en la sociedad nacional prescindiendo de
sus capacidades críticas y acatando sin objeciones al redentor que nunca
despreció la oportunidad de acrecentar su poder y usarlo con la crudeza que
entendiera conveniente.
Es evidente que aquella farsa
criminal se instrumentó sobre una liturgia que acariciaba la imaginación y
hacía creer a todos que eran protagonistas, razón por la cual disponían de la
facultad de decidir sobre el futuro. No obstante, hay que reconocer
que el tiempo fue oportuno, año nuevo y los reyes magos representados por unos
harapientos monjes que habían bajado de la Sierra en los días de Navidad,
cargados de rosarios y crucifijos.
Tremenda escenografía, por ese
motivo, el espectáculo, casi místico, contó con la particularidad de que un
sector de un pueblo que no era particularmente devoto, se prestó ciegamente
para la crucifixión a la que fue sometido, mientras, excomulgaba y lapidaba a
quienes se atrevieran a dudar del Mesías que fusilaba en escuelas y
cementerios.
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