jueves, 30 de enero de 2020

FELICES FIESTAS



Pedro Corzo (desde Miami):

Hace unas semanas estaban decorando un popular supermercado de la ciudad con letreros que deseaban felices fiestas a sus usuarios, aludiendo, supongo,  a la Navidad y Fin de año, la lectura  fue muy chocante, percibí que se estaban trivializando conmemoraciones sobre las cuales, en gran medida, se sustentan  nuestros valores y conducta.
Términos como el de Felices Fiestas, presente en mucha de la publicidad de radio y televisión, obvian que los días que se festejan tienen que ver con una religión en particular y no con actividades de carácter personal o circunstancial.
No es razonable ni justo que la corrección política por una parte y la holgazanería por otra, nos lleve a desconocer tradiciones y otros factores claves de nuestra cultura. La mayoría tiende a defender el terruño en el que dio su primer bufido, sin embargo,  a veces,  descuida los fundamentos  sobre los cuales se originaron sus singularidades.  
No estamos envueltos en un conflicto de nacionalidades, política o ideologías. Es mucho más profundo. Estamos en un trance que amenaza quebrantar los fundamentos de nuestra manera de vivir  que a pesar de sus omisiones e incorrecciones es más que evidente que se corresponde mejor que ningún otro con la condición humana.
Estas reflexiones no contrarían la tolerancia que es un componente básico de nuestra formación, tampoco,  implica que aceptemos impasibles la pérdida de nuestra identidad cultural como se aprecia promueven algunos sectores de la sociedad que consideran que la quiebra de nuestros principios éticos  favorecerá la consecución de sus agendas personales. En realidad gestar una comunidad fundamentada en el antagonismo y la atomización de los derechos del ser humano conduciría  a la destrucción de nuestros valores e  inexorablemente a una crispación y lucha constante en la que todos seriamos vencidos.
La repetición de estas propagandas me condujo a recordar los constantes llamados de atención de mi médico y amigo, además de compañero de lucha contra la dictadura desde los años sesenta, Santiago Cárdenas, que siempre está alertando sobre el relativismo y la creciente corrección política que conduce a actuar y callar todo lo que puede contrariar a terceros, aun cuando esos terceros no se esfuercen por respetar las convicciones de los otros.

Muchas de las informaciones a las cuales accedemos le dan toda la razón a Cárdenas. Es muy frecuente leer o escuchar a importantes personalidades que callan ante situaciones o pronunciamiento que  cuestionan en privado o que atentan contra las normas que dicen defender. Acatan los mandatos o instigaciones de sectores que no aceptan que las mayorías también tienen derechos a opinar y defender sus creencias, sin que eso implique un odio particular o discriminación de lo que cuestionan.
Mi reacción ante la trivialización de las Navidades no fue consecuencia de convicciones religiosas que no me distinguen, la mayor parte de mi vida he dudado de la existencia de un ser superior, sin embargo, hago todo lo posible por cumplir las normas de conductas que los entendidos identifican como moral cristiana, postulados que no siempre alcanzo a cumplir.
Querer quebrar por los motivos que sean la columna vertebral de nuestra civilización no tiene justificación, pero que guarden silencio aquellos que están medianamente  satisfechos  con los aspectos fundamentales de nuestras costumbres y hábitos es incomprensible. Sin dudas que nuestra sociedad no es perfecta, convivimos con sentimientos y acciones que deberían avergonzar a quienes las practican, no obstante, hemos progresado y podremos hacerlo mucho más si aceptáramos plenamente la divisa sartriana de “Mi libertad se termina donde empieza la de los demás”.
Ante las actuales circunstancias deberíamos ser conscientes de que no hay espacios para el “Dejar hacer y dejar pasar”, el ciudadano, no el estado, debe actuar como le corresponde. La educación, es la clave de la coexistencia, aceptar las diferencias e intentar superarlas sin buscar culpables es un progreso.
Tolerar y respetar es fundamental para la convivencia, no es racional aceptar la cohabitación con aquellos que quieren destruir los valores y costumbres sobre los que se sostiene la sociedad que les acoge, tal acción, sería como abrir la espita del crematorio donde tendrá lugar la incineración de las convicciones de quien por propia voluntad, dejó de ser libre y se convirtió en esclavo. El primer deber de un hombre libre es defender sus convicciones y no cometer suicidio. 


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