viernes, 24 de agosto de 2018

SERENATAS TRINITARIAS


"El joven buscaba un amigo trovador de los que habia en la ciudad y habia bastantes, y los habia buenos..."

Por, René León
Una de las costumbres que más recuerdo de Trinidad, son sus serenatas debajo de los balcones y ventanas de tiempos inmemoriales. Con tantas jóvenes encantadoras de ojazos lindos y de boca carmín. Recuerdos de un pasado que ya no volverá.
Los días entre semanas en el parque de “Céspedes”, al atardecer las jóvenes caminaban dando vueltas, como en los tiempos de antaño, separadas de los hombres. Uno las veía allí o esperaba verla el sábado, o el domingo, con sus mejores vestidos y lazos en las trenzas de sus cabellos. Mientras caminaban, conversando y riéndose, ellas no se paraban a hablar con los jóvenes que pasaban por el lado, pero esos ojazos podían decir mucho en el momento de cruzarse. Allí la muchacha de su predilección podía darle una sonrisa o quizás una mirada soñadora... A las nueve de la noche todas volvían a sus casas. El que no sabía la dirección de la joven, la seguía. Siempre iban acompañadas de un familiar o una amiga. La joven fingía de no saber que la seguía, ¡pero ella lo sabía!
El joven buscaba un amigo trovador de los que había en la ciudad y había bastantes, y los había bien buenos, y a preparar la serenata.
Los guitarristas acompañaban al enamorado a eso de las doce de la noche, porque en la obscuridad nadie sabía quiénes eran. Delante del balcón o de la ventana enrejada empezaban las guitarras a sonar. Sus notas volaban como nubes de placer. Los que dormían, se despabilaban. Despertaban en la fresca noche, al sonido de las guitarras, claves y maraca. Los dedos de los que tocaban las guitarras se movían en las cuerdas y las melodías corrían como el agua fresca del riachuelo. Las guitarras sonaban finas y la música memorias de los boleros del ayer se desencadenaban en la noche.

“En el tronco de un árbol una niña
grabó su nombre henchida de placer
y el árbol conmovido en su seno
a la niña una flor dejó caer”

El aire corría ligero, la luna brillaba en su esplendor. Los que oían aquellas guitarras, sus ojos brillaban de alegría, de embriaguez, de evocaciones. Las claves sonaban suave, y las maracas acompañaban.
La joven en el balcón asomaba su cara, sus ojos brillaban a la luz de la luna. Y las voces de los trovadores, y los rostros serios. Terminaban la canción, todos se ponían de acuerdo para empezar otra, escrita por uno de los trovadores trinitarios, “Saroza” de nombre.

“Cuando salga
el claro sol mañana,
lejos muy lejos
me encontraré de aquí.
Pero antes quiero
cantar en tu ventana
esta canción que
he escrito para ti.
Y si te acuerdas
del que tanto te adora,
mándale un beso
un beso de pasión.
Para que calme
las ansias del que llora,
y que no vuelva
tan sufrida ilusión.”
Los guitarristas sonreían y volaban sus notas con placer, la noche les gratificaba, estaba feliz la luna, las estrellas los contemplaba, y las guitarras seguían sonando. Los ojos de la joven relampagueaban dulcemente en la penumbra, y una sonrisa afloraba en sus lindos labios rojos.
Terminada la canción, los padres de la joven salían al balcón y les brindaban lo que en ese momento tenían. Quizás un poco de ron, que los guitarristas tomaban con placer. Y volvían a tocarle otra canción de despedida.

“Esas perlas que tú guardas con cuidado.
En tan lindo estuche, de peluche rojo.
Me provocan nena mía el loco antojo.
De contarlas, beso a beso, enamorado.
Quiero verlas como chocan con tu risa.
Quiero verlas alegrar con ansías loca.
Para luego arrodillarme ante tú boca.
Y pedirte de limosna una sonrisa.”
Con sus guitarras se iban caminando por las calles empedradas. Ciudad donde el tiempo se había detenido. Ciudad dormida, recostada en las montañas del Escambray y con sus palmas sumergidas en el mar caribe. Y mientras caminaban entonaban otra canción dedicada a Trinidad, por el compositor “Sánchez Rojas”.

“Relicario de leyendas
que inspiraron mi cantar
perfumado del Guaurabo
con sus aguas de cristal.
Callecita desolada
que salpicaba un madrigal,
ventanitas que bordaron
un romance colonial.
Trinidad, marginal ilusión
que realza tu verde palmar.
Tienes tú el hechizo triunfal
de un cubano paisaje lunar.
Trinidad, hay en ti
El sabor tropical
de la brisa que llega del mar.

Ciudad llena de tradiciones, leyendas, historias y recuerdos. Sumergidos en un pasado de amores y tradiciones. De mujeres lindas y ojos como luceros en la noche. Recuerdos de un pasado perdido, de una época ya escapada, que no volverá.


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