"UNA EFICIENTE FORMA DE COLABORAR ES SEÑALAR LO INCORRECTO.."
Por, Alberto Medina Mendez.
Un sector de la comunidad cree con
convicción, que las soluciones vendrán cuando muchos depositen una inmensa
voluntad para que todo lo bueno ocurra. Es una actitud meramente emocional, muy
infantil y bastante poco racional, ausente de ese mismo pragmatismo que tantas
veces endiosan.
Nada grandioso ocurrirá por arte de
magia. Las cosas positivas solo suceden cuando se trabaja a conciencia para
conseguirlas, luego de una secuencia plagada de decisiones correctas e
inteligentemente instrumentadas.
No se debería dudar de los sanos
propósitos de esos ciudadanos que aspiran a un mejor porvenir. Pero no menos
cierto es que eso no es suficiente y que aquel refrán popular que dice que “el
camino al infierno está empedrado de buenas intenciones” sigue describiendo la
realidad.
Una discutible lógica binaria empuja
a la sociedad a suponer que las alternativas solo pasan por criticar todo o
aplaudir ciegamente. Emulan la dinámica de oficialismo y oposición de la
política tradicional, sin comprender que el rol ciudadano es otro bastante
distinto.
Reprobar sistemáticamente la
totalidad de lo que hace un gobierno no parece conducente, pero mucho menos lo
es ser condescendiente con los errores haciéndose los distraídos solo por ese
miedo de retornar al pasado.
La idea de que la crítica es
patrimonio exclusivo de los detractores seriales es completamente falaz. Esa
postura simplista ignora deliberadamente la chance de apelar a las alertas
oportunas que permiten hacer las correcciones necesarias que todo proceso
político precisa.
Una eficiente forma de colaborar es
señalar lo incorrecto, hacerlo a tiempo y con la vehemencia necesaria. No se
puede ayudar a quien no se cuestiona cuando comete errores. Hacer la vista
gorda no solo es una mala opción, sino que es absolutamente contraproducente
para la vida en comunidad.
Ese mal hábito que minimiza los
síntomas de la enfermedad y hasta los oculta, no valora la utilidad que tiene
disponer de los avisos que habilitan las oportunas determinaciones que cada
circunstancia amerita.
Los gobiernos no están conformados
por niños a los que hay que consentir para cuidar su autoestima. Esos
políticos, son personas adultas, que aspiraron a tener ese lugar cuando se
postularon para ocupar cargos. Fueron seleccionados para resolver problemas y
no para recibir aplausos.
Claro que hay gente que utiliza los
cuestionamientos con un fin político mezquino. Es parte del juego. Ellos usarán
cada error para sacar provecho y mostrarse como una opción para suceder al que
está gobernando.
La visión disparatada consiste en
suponer que los inconvenientes desaparecerán si se mira para otro lado. En
realidad, si no se actúa a tiempo la idealizada tolerancia se puede convertir
en complicidad.
Definitivamente las opciones no son
solo las más obvias. Ni el que critica siempre lastima, ni el que alaba siempre
ayuda. Indudablemente, el peor de los caminos es advertir la equivocación y
omitir los cuestionamientos. No solo es una postura cínica sino que es
altamente perjudicial para todos.
Identificar un problema debe ser una
virtud, porque permite accionar en la dirección adecuada, con la antelación
suficiente, sorteando esas complicaciones que efectivamente pueden ser
evitadas. Poco sentido tiene esperar a que todo sea luego mucho más difícil de
resolver.
Una apreciación adversa sobre la
realidad es como una señal. Su tarea es avisar que algo está mal, que no
funciona como debe. Si se registra la presencia de esta amenaza con la debida
seriedad y no se prefiere ignorarla solo porque es negativa, una modificación
del rumbo puede encaminar todo.
Claro que el interlocutor que emite
el juicio es un actor principal. Algunos se descalifican por si mismos por su
conocida intencionalidad, pero siempre es saludable chequear la totalidad de
las observaciones. Es menester testear todas ellas para eventualmente
aceptarlas o descartarlas según sea el caso.
Los gobernantes deben ser menos
hipersensibles a los cuestionamientos. No ocupan sus puestos para ser objeto
del elogio cívico. No es ese su destino y la sociedad no tiene el deber de
aclamarlos por sus exitosas intervenciones.
Una sociedad condescendiente solo
estimula políticas erróneas, alimenta la infaltable arrogancia de los
funcionarios de turno y posterga su propia prosperidad. Definitivamente,
hacerlo es una decisión muy costosa.
Muchos repetirán aquel lugar común
que sostiene que “los extremos siempre son malos”, intentando encontrar un
falso punto medio. Son los que reclaman esa falsa objetividad de aplaudir los
aciertos con la misma intensidad que se plantean los enojos frente a los
yerros.
La misión de un gobierno es
garantizar a los ciudadanos el pleno ejercicio de sus derechos. Ovacionar
funcionarios no es un deber cívico. Cuando los que gobiernan se limitan a su
tarea, son las personas las que se encargan de su propia felicidad.
Los respaldos políticos se plasman en
las urnas en un contexto donde los partidos ofrecen propuestas de futuro. Una
gestión aceptable, probablemente reciba acompañamiento para continuar su tarea,
pero a veces los ciclos inexorablemente concluyen a pesar de sus logros.
La gente no tiene la obligación de continuar
con un color político o reemplazarlo. No todo es tan lineal. Una elección es
solo optar entre alternativas. Eso no convierte a unos en buenos y a otros en
malos. Es la percepción subjetiva la que finalmente inclina la balanza hacia la
mejor posibilidad disponible de cara al futuro en función de las variantes
ofrecidas.
El día que la ciudadanía pierde su
capacidad de criticar inicia un perverso circuito de deterioro institucional.
Las equivocaciones se naturalizan y todo termina funcionando deficientemente.
Los cheques en blanco siempre culminan mal pero todo empieza con el nocivo
ritual de la complacencia.
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