Tolerar y
respetar es fundamental para la convivencia, no es racional aceptar la
cohabitación con aquellos que quieren destruir los valores y costumbres sobre
los que se sostiene la sociedad que les acoge, tal acción, sería como abrir la
espita del crematorio donde tendrá lugar la incineración de las convicciones de
quien por propia voluntad, dejó de ser libre y se convirtió en esclavo.
Una norma
clave de la coexistencia es aceptar las diferencias que se puedan tener con
otras personas, intentar superarlas y encontrar puntos comunes sobre los cuales
se sostengan relaciones de mutuos beneficios con el fin de evitar conflictos
y crispaciones que pueden conducir a situaciones críticas.
Pero si
lamentablemente las diferencias superan la voluntad de entendimiento, el
primer deber del individuo es defender sus valores y costumbres, en caso
contrario, parafraseando al prestigioso pensador alemán, la tolerancia
conduce al suicidio.
No es
intolerante, extremista o intransigente el que protege y defiende sus
creencias y convicciones, ante quienes quieren cambiarlas para imponer
las suyas, es una simple acción de defensa propia, está salvaguardando lo más
importante que posee un ser humanos, su identidad y sus valores.
La
identidad sea del individuo, la sociedad y la nación en su conjunto, no
puede ser negociables. Defenderla es proteger el pasado y garantizar el futuro.
La pasividad ante quien la agreda es pura maldad.
En el
pasado la inmensa mayoría de los conflictos internacionales fueron causado por
ambiciones territoriales, en el presente, sin que ese motivo haya desaparecido,
los diferendos están asociados a antagonismos religiosos, ideológicos y a la
inseguridad de que un enemigo potencial cuente con la capacidad de destruir a
su adversario.
Los
pueblos apoyaban a sus gobiernos para proteger zonas del país que posiblemente
ignoraban que existían, enviaban a sus hijos a morir en defensa de la
tierra patria, sin embargo, en el presente , muchos de los que estarían
dispuestos a arriesgar sus vidas para salvaguardar la tierra en que nacieron,
aceptan apaciblemente el desarrollo y fortalecimiento de proyectos que tienen
como objetivo final disminuirle sus derechos como ciudadano.
Con
frecuencia los derechos de unos confrontan con los de los otros y no siempre
ocurre en temas fundamentales como los dogmas religiosos o los conceptos
ideológicos, sucede también en asuntos triviales, a los que en ocasiones se les
presta más importancia que a los verdaderamente relevantes.
La
defensa de los valores y creencias no es ser intolerante. El fanático es quien
pretende imponer a como dé lugar, un culto, ideología o un tipo de conducta
determinada, sin respetar la voluntad de quienes no comparten sus propuestas.
Los
padecimientos del individuo en una sociedad cerrada, por el imperio de una
ideología o religión, son harto conocidos. El sujeto no tiene derechos, es
víctima de los poderes fácticos y una actuación contraria a las normas imperantes puede serle catastrófica. Pero en
una sociedad abierta, libre, en la que el individuo esta asistido por un estado
de derecho, no se justifica callar y permanecer indiferente ante acciones y
propuestas que tienen como fin terminar con las prerrogativas ciudadanas
La
tolerancia y la identidad deben marchar juntas. El ciudadano de una sociedad
abierta está obligado a tolerar las diferencias aunque no sean de su agrado,
pero ese mismo ciudadano está comprometido a conservar su identidad, a no
hacer concesiones en lo que cree.
La
democracia es el respeto a las diferencias, una condición, que solo
tiene sentido mientras la identidad y las concepciones propias no corran el
riesgo de extinguirse por la actuación, incluidas las minorías, de quienes
pretenden imponer las suyas. Es una particularidad que todos deben respetar por
tal de alcanzar la sobrevivencia mutua asegurada, otra actitud,
conduciría a la inevitable destrucción de las creencias y convicciones
que hasta ese momento se hayan defendido.
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