Es muy difícil topar con un líder de una entidad
internacional o un presidente en ejercicio, capaz de tomar decisiones que
pongan en juego su sobrevivencia política como ha hecho el secretario general
de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro.
Hay
muchas especulaciones sobre los motivos de ex canciller uruguayo para
convertirse en una especie de Cid Campeador de la causa democrática venezolana,
pero la realidad es que ha retado al club de los déspotas, grupo de autócratas
encabezados por Raúl Castro, que tienen clara conciencia que solo apoyándose
mutuamente pueden asegurar la sobrevivencia, a pesar de los múltiples abusos y
fracasos acumulados durante sus respectivos mandatos.
Cada día
se hace más necesario que diplomáticos y políticos asuman actitudes de
principio. Deben dejar de actuar en base a decisiones que le aporten mayores
beneficios o influyan positivamente en su futuro.
Es
preciso "hablar claro", como diría el periodista Julio Estorino.
Decir las verdades aunque sean incomodas e impopulares, y el fallo de Almagro,
más allá de sus contradicciones cuando patrocina el retorno de la dictadura de
los Castro a la OEA, demuestra que aun es posible encontrar líderes que
defiendan los valores por encima de sus intereses.
Invocar
la Carta Democrática Interamericana contra el régimen de Nicolás Maduro,
es tal vez lo menos políticamente correcto que ha hecho el ex canciller
uruguayo. Esa decisión le ha convertido en el objetivo a destruir por regímenes
que no creen en la democracia, pero también por otros gobiernos que en
alguna medida, dependen del petróleo venezolano.
Almagro
rechazando las maniobras que al parecer pretenden neutralizar su llamado a la
Carta, decidió no participar en la última reunión del Consejo Permanente de la
OEA y reiteró que esa sesión no tenía relación con su invocación, pero también
el Presidente del Consejo, en una decisión sin precedentes, le dejó saber lo
frágil de su posición cuando le negó a su jefe de gabinete, Gonzalo Koncke, el
uso de la palabra, al final de los debates.
La
realidad es que los resultados de la reunión extraordinaria convocada
sorpresivamente por Argentina, dejan vislumbrar que el gobierno de Venezuela no
será perjudicado en el debate sobre la aplicación de la Carta.
Una vez
más se aprecian las componendas y la intención de esconder bajo la alfombra la
sangre, sufrimientos y lágrimas del pueblo venezolano. Todo parece indicar que
la autocracia caraqueña, aunque saldrá algo quebrantada de la reunión del
próximo Consejo Permanente, no será expulsada como Honduras en el 2009.
Si para
algunos analista Almagro ha cambiado de forma radical su visión del caciquismo
venezolano, no menos relevantes, con independencia a sus motivaciones, ha sido
el canje de banderas, al menos aparente, del mandatario argentino, Mauricio
Macri.
Qué ha motivado
a Macri, un abanderado en contra de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, suavizar la
crisis internacional que enfrenta el despotismo venezolano. Su cambio en
relación al régimen caraqueño obliga a preguntarse si cuando criticaba la
alianza entre Cristina Fernández y los gobernantes de Caracas, era solo una estrategia
de campaña, o una actitud producto de sus convicciones.
El
presidente argentino prometió cuando fue candidato remover a Venezuela del
Mercosur y después de ser electo dirigió una misiva a Maduro en la que decía,
"donde usted ve enemigos a los que quiere aniquilar, yo veo a venezolanos
enojados que le exigen cambios a su gobierno", un comentario que choca
frontalmente con su reciente propuesta que parece buscar sacarle las castañas
del fuego al déspota de Miraflores.
La
defensa de los intereses personales, de partidos o gobiernos, en detrimento de
los derecho de todos, sin que importen fronteras o ideologías, solo conduce a
la frustración de la ciudadanía, por lo que si Macri, como afirman algunos,
trata de ganarse la voluntad de los aliados de Chávez para lograr
que su canciller resulte electa secretaria general de Naciones Unidas, su
sentido de la oportunidad deja empequeñecido el legendario plato de lentejas.
La
invocación a la Carta sitúa al déspota de Caracas en una situación
particularmente difícil. Son muchos los factores, tanto latinoamericanos como
europeos, que rechazan al heredero de Hugo Chávez, aunque sería prudente
asociar el rechazo a Nicolás Maduro con el modelo de gobierno que encarna. Los caudillos
son importantes, pero lo son muchos más las multitudes que siempre están
prestas para apoyarles.
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