domingo, 21 de mayo de 2017

PATRIA, SOCIALISMO Y MUERTE, MUERTE, MUERTE

"Esta explicación es consistente con la teoria y practica del socialismo."

Por Luis Marín.


El más de medio centenar de muertos acumulados en la más reciente ola de protestas escenificadas en Venezuela se produce sobre el trasfondo de los más de setenta asesinatos por día, que lleva varios años, y nos acerca a la más alta tasa de homicidios por habitante del planeta, sin excluir países en guerra como Afganistán e incluso Siria.

Esta industria del asesinato a gran escala impone una reflexión política considerando que el 99% quedan impunes, lo que implica responsabilidad del Estado tanto por su acción directa porque la mayoría de ellos son perpetrados por las policías, fuerzas armadas y grupos paramilitares, como por omisión de los organismos que se supone deberían perseguir el crimen.

La respuesta más inmediata es que se trata de una política de terrorismo de Estado, que tiene como finalidad el sometimiento de la población, pero también expulsarla del territorio. La cifra de venezolanos desplazado supera ampliamente los dos millones, que si algunos se han ido buscando perspectivas económicas que les han sido arrebatadas aquí, la mayoría lo hace en primer lugar por razones de seguridad.

Esta explicación es consistente con la teoría y práctica del socialismo porque, por ejemplo, Lenin repudiaba el terrorismo de los anarquistas al que descalificaba como acciones individualistas, aisladas; pero en cambio lo justificaba plenamente como parte de las tareas de un ejército en operaciones.

En verdad esta es la política que siempre han aplicado los ejércitos de ocupación sobre la población nativa desde que existe la conquista territorial, el nacionalsocialismo la usó en la Europa ocupada, así como el ejército rojo, los socialistas serbios en los Balcanes, los comunistas cubanos y sus aliados en África.

La segunda reflexión que se impone es filosófica y ya se planteó con motivo del Holocausto (Shoá): ¿Cómo es posible? La barrera que impide la aniquilación de seres de la misma especie, instintiva en cualquier animal porque atiende a su supervivencia, parece dejar de funcionar y en el caso particular de la especie humana, los escrúpulos de conciencia pierden su eficacia.

Nuestro problema es la falta de conexión de los perpetradores con su acción criminal. Por ejemplo, unos sujetos que están en un bar secuestran a los de la mesa de al lado, los llevan a casa, saquean, ruletean, asesinan y echan los cuerpos en un botadero de basura; luego vuelven y se sientan en la misma mesa como si nada hubiera pasado, convencidos de que nada les ocurrirá y dispuestos a hacerlo de nuevo.

La convicción de los autores materiales es que conservarán el anonimato y nadie podrá conectarlos jamás con sus propios actos. Causa perplejidad lo fácil que resulta matar y como algunos sujetos incluso encuentran cierto placer morboso al hacerlo, dejando a un lado la repugnante cobardía de ocultarse para eludir su responsabilidad.

Pero hay autores intelectuales, pongamos por ejemplo el célebre tweet del mayor Francisco Ameliach, ordenando a las “Unidades de Batalla Bolívar-Chávez, a prepararse para el contra ataque fulminante. Diosdado dará la orden. Gringos y fascistas, respeten”. Pero quien resultó abatida fue la reina de belleza Génesis Carmona, además de una docena de escolares abaleados; más tantos otros asesinados en aquellos acontecimientos de febrero de 2014.

Si alguien preguntara: ¿Y dónde están los gringos y fascistas? Habría que responderle: En ninguna parte, salvo en la cabeza de FA, que esa es la fantasía encubridora que les permite creer que están librando otra Batalla de Carabobo contra un imperio formidable, mientras en el mundo real están atropellando unas amas de casa desesperadas y matando a sus hijos indefensos.

Los autores materiales se equivocan, porque siempre es posible reconstruir la secuencia de los crímenes y nadie tiene la impunidad garantizada, siempre hay testigos, desde ellos mismos hasta sus secuaces que pueden traicionarse mutuamente.

Los autores intelectuales también se equivocan, porque los hechos siempre terminan imponiéndose por encima de las mamparas ideológicas.

Y no hay nada más convincente que montones de cadáveres apilados.



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