"Esta explicación es consistente con la teoria y practica del socialismo."
El más
de medio centenar de muertos acumulados en la más reciente ola de protestas
escenificadas en Venezuela se produce sobre el trasfondo de los más de setenta
asesinatos por día, que lleva varios años, y nos acerca a la más alta tasa de
homicidios por habitante del planeta, sin excluir países en guerra como
Afganistán e incluso Siria.
Esta
industria del asesinato a gran escala impone una reflexión política
considerando que el 99% quedan impunes, lo que implica responsabilidad del
Estado tanto por su acción directa porque la mayoría de ellos son perpetrados por
las policías, fuerzas armadas y grupos paramilitares, como por omisión de los
organismos que se supone deberían perseguir el crimen.
La
respuesta más inmediata es que se trata de una política de terrorismo de
Estado, que tiene como finalidad el sometimiento de la población, pero también
expulsarla del territorio. La cifra de venezolanos desplazado supera
ampliamente los dos millones, que si algunos se han ido buscando perspectivas
económicas que les han sido arrebatadas aquí, la mayoría lo hace en primer
lugar por razones de seguridad.
Esta
explicación es consistente con la teoría y práctica del socialismo porque, por
ejemplo, Lenin repudiaba el terrorismo de los anarquistas al que descalificaba
como acciones individualistas, aisladas; pero en cambio lo justificaba
plenamente como parte de las tareas de un ejército en operaciones.
En
verdad esta es la política que siempre han aplicado los ejércitos de ocupación
sobre la población nativa desde que existe la conquista territorial, el
nacionalsocialismo la usó en la Europa ocupada, así como el ejército rojo, los
socialistas serbios en los Balcanes, los comunistas cubanos y sus aliados en
África.
La
segunda reflexión que se impone es filosófica y ya se planteó con motivo del
Holocausto (Shoá): ¿Cómo es posible? La barrera que impide la aniquilación de
seres de la misma especie, instintiva en cualquier animal porque atiende a su
supervivencia, parece dejar de funcionar y en el caso particular de la especie
humana, los escrúpulos de conciencia pierden su eficacia.
Nuestro
problema es la falta de conexión de los perpetradores con su acción criminal.
Por ejemplo, unos sujetos que están en un bar secuestran a los de la mesa de al
lado, los llevan a casa, saquean, ruletean, asesinan y echan los cuerpos en un
botadero de basura; luego vuelven y se sientan en la misma mesa como si nada
hubiera pasado, convencidos de que nada les ocurrirá y dispuestos a hacerlo de
nuevo.
La
convicción de los autores materiales es que conservarán el anonimato y nadie
podrá conectarlos jamás con sus propios actos. Causa perplejidad lo fácil que
resulta matar y como algunos sujetos incluso encuentran cierto placer morboso
al hacerlo, dejando a un lado la repugnante cobardía de ocultarse para eludir
su responsabilidad.
Pero
hay autores intelectuales, pongamos por ejemplo el célebre tweet del mayor
Francisco Ameliach, ordenando a las “Unidades de Batalla Bolívar-Chávez, a
prepararse para el contra ataque fulminante. Diosdado dará la orden. Gringos y
fascistas, respeten”. Pero quien resultó abatida fue la reina de belleza
Génesis Carmona, además de una docena de escolares abaleados; más tantos otros
asesinados en aquellos acontecimientos de febrero de 2014.
Si
alguien preguntara: ¿Y dónde están los gringos y fascistas? Habría que
responderle: En ninguna parte, salvo en la cabeza de FA, que esa es la fantasía
encubridora que les permite creer que están librando otra Batalla de Carabobo
contra un imperio formidable, mientras en el mundo real están atropellando unas
amas de casa desesperadas y matando a sus hijos indefensos.
Los
autores materiales se equivocan, porque siempre es posible reconstruir la
secuencia de los crímenes y nadie tiene la impunidad garantizada, siempre hay
testigos, desde ellos mismos hasta sus secuaces que pueden traicionarse
mutuamente.
Los
autores intelectuales también se equivocan, porque los hechos siempre terminan
imponiéndose por encima de las mamparas ideológicas.
Y no
hay nada más convincente que montones de cadáveres apilados.
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