"¿qué mas se puede pedir en ese juego de la vida...?"
Sonidos de violines ensalzan al espíritu hasta
alcanzar lo sublime. Amor nocturno por los Palacios de Aranjuez, Fontana de
Trevi majestuosa, batuta de sentimientos que debilitan a la melancolía y que
anidan en el embrujo del despertar de la primavera con amapolas en su creciente
fulgor, suaves fragancias de perfumes que despiertan los sentidos a veces
marchitos, sueños que alimentan el alma, juego de fagots, violonchelos en
dulces atardeceres… son los grandes placeres de la vida: una sonrisa inesperada
que te abre su corazón.
No
me abandones en las horas de desdicha, que el jardín que abonamos florece con
savia creciente y, aunque me pierda en esas noches oscuras, al despertar
hallaré de nuevo el placer de compartir lo bello de cuanto se nos ofrece.
Acompañada de Andrea Bocelli con su cantar a Granada o de Charles Aznavour en
un paseo en góndola por Venecia, mi espíritu saborea el instante de lo
prohibido, de lo que pudo ser y será. El corazón se engrandece de dicha y en mi
interior nace un manantial, que fluye, por cada poro de mi piel, cascadas de
aguas cristalinas sin que nada ni nadie las enturbie. Es el éxtasis que abre
los intrincados caminos de la vida. El tiempo dejó de correr, respira sutil, y
el sueño de una noche de verano alcanza la eternidad.
Qué
más se puede pedir en ese juego de la vida! Ya no hay tormentas. Es el nuevo
resurgir. Ese resurgir, valga la redundancia, es el que muestran las
sempiternas melodías de Bach, Debussy y un largo etcétera, o, el olor del
lienzo recién pintado. Es el arte en estado puro.
Hay
una frase del político, escritor, periodista, filósofo y poeta cubano José
Martí que viene a colación: “La felicidad existe en la Tierra; y se la
conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía
del Universo, y la práctica de la generosidad”, o una del escultor francés
Auguste Rodin: “El arte es el placer de un espíritu, que penetra en la
naturaleza y descubre que también ésta tiene alma”.
Siempre
se ha dicho que es en la congoja cuando el hombre puede descubrir lo mejor de
él, pues el dolor, a veces, es el motor que impulsa a las mentes creativas: una
forma de subsistencia o de evasión, y es en ese preciso instante donde se halla
el placer de la creación.
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