"La historia recoge los crimenes de la Faccion del Ejercito Rojo aleman...,"
Por Pedro Corzo.
Barcelona como
otras muchas ciudades europeas ha sido escenario de la violencia
indiscriminada. Personas libres en uso de su tiempo libre han sido
víctimas de un crimen de odio ejecutado por sádicos que disfrutan con el
derramamiento de sangre humana y en incentivar el miedo y la
desconfianza.
La ola de
terror impulsada por el Estado Islámico en varios países europeos, a pesar de
las graves pérdidas que ha sufrido en Siria e Irak, demuestra que la entidad
sigue siendo una amenaza que demanda una constante labor policial con el fin de
prevenir sus crímenes e impedirlos y en el peor de los casos, que sus
ejecutores no queden exento de castigo.
El Estado
Islámico ha demostrado una capacidad operativa sin precedentes para realizar
sus actos terroristas en diferentes lugares del orbe entre otros factores
porque ha contado con el apoyo de militantes de diferentes latitudes y
además porque ha captado individuos listos para operar por su cuenta a nombre de
esa entidad.
El tipo de
terrorismo del EI no tiene precedentes, es muy propio de esta centuria, porque
a pesar de que sus propuestas se corresponden con un pasado remoto, no tienen
prejuicios para acudir a los recursos más sofisticados para concretar sus
depredaciones.
En el siglo
XX hubo muchas muestras de terrorismo político y religiosos. En diferentes
países, con distintos argumentos, se recurrió a la fuerza extrema para
causar la muerte de miles de personas.
La historia
recoge los crímenes de la Facción del Ejército Rojo Alemán, las Brigadas
Rojas italianas, el Ejército Republicano Irlandés en todo este entramado
América no fue una excepción los Tupamaros uruguayos, los Montoneros
argentinos, el peruano Sendero Luminoso y las facciones colombianas de
las FARC, el ELN y las autodenominadas Autodefensas.
Tampoco falto el terrorismo de
estado como fueron los casos de la voladura del vuelo 103 de Pan Am en
Lokerbie, Escocia, 1988, organizado y ejecutado por el régimen en
Libia de Muamar Khadafi, o los atentados patrocinados por los jerarcas coreanos
en Birmania durante una visita del presidente surcoreano, 1983, que dejó al
menos 20 muertos o la bomba en un avión de Korean Air que mató a 115
personas con el objetivo de aterrorizar a los viajeros para que no asistieran a
las olimpiadas de Seul 88.
En Argentina,
inspirados en el terrorismo religioso se produjeron los atentados contra la
embajada de Israel en Buenos Aires, 1992, y la voladura de la mutual judía,
AMIA, dos años después. Ambos hechos debieron alertar que el
terrorismo islámico había hecho acto de presencia en América Latina, algo que
en cierta medida se avizoraba con el primer atentado terrorista contra las
Torres Gemelas de Nueva York, hechos que debieron ser apreciados como una
muestra de la amenaza global del terrorismo islámico.
El 11 de
septiembre del 2001 el mundo cambió para siempre. Los ataques de ese día
auguraban el presente. La violencia extrema e indiscriminada, inspirada en el
extremismo islámico, envolvía una nueva impronta.
El
terrorismo islamita seguía con su carácter devoto pero se había
internacionalizado. Sus ejecutores podían ser de diferentes países, porque la
organización que gestó el crimen, Al Qaeda, había sido capaz de crear
franquicias para cometer asesinatos en su nombre, tarea que el Estado Islámico
ha cumplido con macabra eficiencia en los últimos años.
El
terrorismo se globalizó, incluso el islámico, al extremo que las organizaciones
terroristas intercambian armas, experiencias, recursos y zonas de
adiestramiento, como si fuesen estados constituidos que desempeñan sus
obligaciones internacionales.
Ha sido el
Medio Oriente el espacio donde con más frecuencia y fuerza se manifiesta el
terrorismo musulmán, aunque en los últimos años se ha ido expandiendo al resto
del mundo particularmente, Europa, donde incomprensiblemente ha tenido la
habilidad de captar sujetos que supuestamente estaban identificados con
los valores culturales de occidente.
Lo más
doloroso del terrorismo son las victimas que ocasiona. El crimen mayor radica
en su capacidad de convertir personas socialmente útiles en victimarios y su
mayor éxito sería que actuáramos como ellos, enfrentamos un gran reto porque el
final no se vislumbra, así que tendremos que defender nuestras convicciones a como
dé lugar sin hacer concesiones a los fanáticos que intentan destruir nuestra
civilización.
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