"Pero esto, aun cierto, pudiera haberse solucionado de forma expedita..."
El nombramiento de
un sacerdote peruano como el segundo obispo auxiliar de su Eminencia Thomas
Wensky (el otro auxiliar es un maltés) pone en evidencia de manera secuencial
que el punto de inflexión en el largo proceso de descubanizar la diócesis de
Miami ha llegado a su acmé. Como ovejita obediente, "curero y
papista", no estoy haciendo, no voy a hacer, una crítica destructiva a la
institución; más bien un análisis de varios hechos coincidentes que tendrán un
impacto decisivo en años porvenir, porque presuponen la marginación, a la chita
callando, de la primera "minoría mayor" de católicos que arriban
masivamente a los EE.UU., perseguidos y carentes de libertad por una dictadura
del proletariado de corte marxista en nuestro hemisferio. La enfermedad de
Alzheimer's galopante que llevó a una
muerte prematura a Monseñor Gilberto Fernández mi párroco en Cerro-Habana, que
fuera obispo auxiliar de Miami, lo cambió todo, o casi. Era, por su relativa
juventud y su personalidad intelectual blindada, la figura episcopal que
hubiera apacentado a los cubanos exiliados por largos años después de la
desaparición de Monseñor Agustín Román.
Si bien Gilberto había tomado algunos
sorbos de la Coca Cola del olvido, era un híbrido, el puente de unión perfecto
para las nuevas oleadas de cristianos que continuaban arribando. Un crossover
entre la cubanía y la elegancia de Mons. Muller a quien sucedió en la Habana y
el establishment irlandés, tan
influyente, que tanto disfrutaba en su parroquia de Saint Kevin. La muerte
inevitble de Román y Boza, dada su senilidad, aceleró la descubanización en los
trópicos. Más al norte, el golpe final, el mortal, lo produjo el cigarrillo en
los alveolos de "nuestro" nuncio en Washington, el del cafecito criollo:
Monseñor Pietro Sambi, el más cubano de los nuncios que en la historia eclesial
han habido, que secretario en la nunciatura de La Habana, fue. Que no tengamos
en el siglo XXI un obispo auxiliar cubano puede deberse a la ausencia de
figuras obispables dentro del clero de Miami. Lo dudo. Pero esto, aún cierto,
pudiera haberse solucionado de forma expedita con la asignación a nuestra
archidiócesis de alguno de los prelados cuban-americans (hay varios) que ministran en otros estados. La
traspolación es un hecho frecuente en la iglesia y "sale" fácil. Esta
vez no se utilizó. Las estrellas se alinearon para que la comunidad cubana - la
primera minoría en la archidiócesis, viniera a menos. Despacito. Poquito a
poquito. Se comenta que donamos poco dinero; se recuerda el episodio traumático
del tránsfuga Alberto Cutié, con sus secuelas; de la despolitización en la
Ermita; del día de la Caridad venido a menos; del multiculturalismo en Radio
Paz o de alguna conjunción de los mismos. Pero esto, claro está, son runrunes
de sacristías, infundios, especulaciones malignas a las que los católicos de
estirpe no podemos prestar atención, aún estando Perú tan distante de nuestra
geografía y santa Rosa de Lima y san Martín de Porres muy lejos de nuestra
cultura devocional. Por último, vivimos en un exilio católico que no tocó
campanas a rebato como en la Habana cuando el deshielo Jaime-obámico y que se
ha mantenido firme en la lucha anticomunista. Esto, sigue siendo actual y vigente,
en la memoria de Payá o en la prédica patriótica de los Monseñores Maurice, Román
o Boza expurgados ahora del léxico eclesial de Miami. Tal vez este exilio mambí
no merecía, no merece, para algunos, el "regalo" de un nuevo obispo
auxiliar. Las ovejitas cubanas, balando de dolor e impotencia, continuarán por
ahora al cuidado de pastores un tanto distantes.
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