sábado, 3 de febrero de 2018

PADURA ES OTRO "FIGURON DE PROA" DEL TARDOCASTRISMO

"Por sus “obras” los reconocerás: Padura es otro “figurón de proa” del tardocastrismo"




Por Rolando D. H. Morelli
 FILADELFIA.- Inducido por la curiosidad, y no menos por la necesidad de familiarizarme con la obra de un autor cubano, que de repente era aupado por algunas de las editoriales que sientan rumbo en el mundo panhispánico, llegué a leer tres de las novelas de Leonardo Padura. No podía faltar entre estas, El hombre que amaba los perros donde el autor presuntamente se acerca, mediante el personaje de Trotski y su asesinato en México, a temas como el exilio, el pensamiento trotskista, etc., según nos hacen ver algunos críticos prestos a cantar las alabanzas de un nuevo Leonardo cortado a su medida. Antes de continuar con la crítica de Padura y las más recientes declaraciones del autor, convendría recordar que Trotski fue un asesino del tamaño de Stalin, su némesis, es decir, su sosías, y que el asesinato del primero por orden directa del segundo corresponde a los ajustes de cuenta naturales entre mafiosos, de que el comunismo ha hecho gala desde sus inicios, anteriores incluso al implacable Lenin.
Digo esto, porque aunque no se pueda responsabilizar a nuestro Leonardo por los crímenes de Trotski, no hay dudas de que el narrador se inclina “románticamente” por este personaje, cuyo imaginario ideológico proyecta incluso como “salvador” posible de la llamada “revolución cubana”, con obstinación ideológica insuperable. Todo esto ya de por sí merece una dilucidación que nos ponga en la verdadera pista del sabueso Leonardo. ¿Qué busca decirnos el narrador al elegir precisamente las figuras de Trotski y la de su asesino, como vías para contar la muerte del primero?

Puesto que Padura demuestra prontamente carecer de las cualidades del verdadero investigador, es evidente que se quede en la superficie del asunto. El recurso mismo de que se vale, del escritor que se encuentra en una playa cubana (habría que precisar) con el asesino de Trotski, a quien llega a tratar y a conocer bien, y con el cual curiosamente comparte el “amor” o preferencia por los perros, ya sugiere una inclinación que, según se verá va de la mera curiosidad al interés mórbido y a cierta complicidad. En alguna medida, Padura (o el narrador si se prefiere) sufre de idéntico complejo que Stalin frente a Trotski. A menos que se considere al tirano soviético un perfecto idiota, cosa que estuvo muy lejos de ser, su obsesión con Trotski y “el trostkismo” revela una genuina preocupación antes que una paranoia, y traiciona asimismo la admiración que sentía por su enemigo. Después de Lenin, sólo había dos maneras de “entender” la llamada “revolución” soviética, la vía trotskista o la vía estalinista, ambas muy parecidas en la cuestión fundamental de conservar el poder y solidificarlo cada vez más, a la vez que se expandía el imperio soviético más allá incluso de las fronteras del antiguo imperio ruso, con la argucia del “internacionalismo proletario” y demás artilugios ideológicos. Padura se identifica con Mercader, mediante el cual conoce la historia de su crimen, pero llega a sentir admiración por Trotski, no por la víctima, sino por el hombre de pensamiento, y sobre todo de acción, que se le revela.
Al final, la novela no constituye el simple relato de un asesinato o de una confesión, tampoco la mera reconstrucción de unos hechos político-policíacos como habría podido serlo A sangre fría, la novela de Truman Capote, sino que viene a ser (con esa confusión tan característica de Padura) una embrollada muestra de la cual se concluye cierta admiración por el pensamiento trotskista. No es casual que esta novela de Padura se produzca cuando ya la llamada revolución cubana está de capa caída hace rato, ni mucho menos que entre tantos escritores cubanos, bien residentes en la isla o en el exilio, una editorial española escoja la obra de Padura como “nuevo” representante de la novelística nacional cubana. La figura de Fidel Castro fue desde el comienzo el aglutinante (por las buenas o las malas) de todas las corrientes “revolucionarias” dentro de “la Revolución”, pero a partir de su decadencia física y de la ocurrencia de numerosos descalabros al exterior y al interior del poder, fenómenos como el de la cuasi disidencia tolerada en las esferas del poder se hicieron permisibles y hasta sirvieron para configurar una nueva apariencia de “liberalismo” al exterior. Los casos de Mariela Castro y su “preocupación” por legitimar “el movimiento gay cubano”, o los de Hilda Guevara, hija del “Che” hablando a título personal en una cama de hospital donde agonizaba, o los de Hilda Hart, de sesgo trotskista, además de no representar verdadera amenaza servían para dar algo de color al espectro homogéneo de la “ideología revolucionaria” castrista, que resultara atractivo cuando menos a la izquierda renuente a renunciar a la ficción de la “revolución cubana”. Otro caso, diferente, sería el representado por el nieto rebelde del “Che”, el novelista, rockero, pintor y artista gráfico, Canek Sánchez Guevara, quien convenientemente murió muy joven, (a los cuarenta años) en la ciudad de México donde vivía exiliado, de complicaciones resultantes de una intervención quirúrgica del corazón. Sánchez Guevara se tomó a pecho el mito de su abuelo rebelde y trató de reconciliarlo con su propio sentido de la libertad, la democracia y el comunismo, un coctel que demostró ser harto explosivo y le estalló en las manos. Revolucionarios demócratas, marxistas, trotskistas y muchos otros han sufrido en las cárceles cubanas largas condenas por hacer simple “oposición” verbal desde muy temprano en el llamado “Proceso”, recordemos aquí, entre otros los nombres de Ariel Hidalgo, Walterio Carbonell o Carlos Moore, este último en un exilio itinerante que lo ha llevado por último al Brasil.
El hecho pues, de que a estas alturas del cuento, se permitan éstas y otras “disidencias”, no significa verdadera apertura de parte del régimen, sino mero oportunismo político-propagandístico de cara al exterior. Padura es, pues, otro conveniente figurón de proa del tardocastrismo, cortado a la medida del régimen y de ciertos intereses publicitarios españoles a la búsqueda de rapiña. El hecho de que pueda ser o no un aceptable novelista es, por tanto, secundario al fenómeno mismo que representa el autor, y por eso mismo, antes que una lectura literaria de su obra se hace imprescindible precisar de qué se trata. ¿Por qué hacer de Padura precisamente una estrella, a expensas de tantos otros escritores cubanos entre quienes se encuentran muchos disidentes residentes en la isla? Precisamente porque las coordenadas del delirio no han de pasar por la disidencia verdadera, sino por la domesticada de la que Padura forma parte. Él mismo lo ha declarado numerosas veces, protestando ser un escritor a quien no le gusta opinar sobre cuestiones políticas. Como se ve, sin embargo, este posicionamiento del autor de marras se refiere a las cuestiones domésticas cubanas. Nada de críticas, ni siquiera comentarios sobre la represión a “las Damas de Blanco” o cuestiones de esta índole. Ahora bien, según dan cuenta las noticias más recientes, el autor no tiene a menos hablar hasta por los codos, sentando cátedra de lo que desconoce acerca del “pecado” que presuntamente “purgamos” los norteamericanos al haber elegido al presidente Trump. Poniendo antes el parche, Padura declara a un grupo de periodistas españoles en la ciudad de Toledo, que “aunque (él) no puede asegurarlo, (…) Trump es presidente porque frente a él había una candidata que era una mujer”. El pleonasmo sirve acaso para encubrir la estulticia de semejante declaración. Donald Trump no sólo se enfrentó a “una candidata”, que por fuerza había de ser mujer, sino a numerosos otros candidatos “hombres”, a quienes derrotó. Al estalinista Bernie Sanders, no tuvo que enfrentarse, gracias a que “la candidata mujer” consiguió con artimañas y trapacerías ningunearlo y excluirlo dentro de su propio partido. Fue gracias a que Hillary Clinton no consiguió hacerse con la presidencia de la nación, precisamente, que han podido salir a relucir una serie en cadenas de hechos conspirativos y de abusos de poder de los que la propia candidata y sus colaboradores son protagonistas, y por los cuales lleguen acaso a resultar inculpados. Por lo demás, con la presidencia de Trump la economía y la política exterior del país han repuntado de manera tangible y en beneficio de la nación.
Por otra parte la afirmación de Padura en el sentido de que “en (los) Estados Unidos (resulte) más fácil elegir a un presidente negro antes que una presidenta mujer” revela otro prejuicio camuflado del narrador cubano. Como Padura es hombre de pensamiento muy simplista, él mismo atribuye este aserto suyo al hecho de que la norteamericana “es una sociedad muy complicada”. Con más acierto pudo haber dicho “una sociedad muy compleja”. De ahí, a declarar que la derrota de Hillary se debió al hecho de ser mujer, cuando un número cualitativo del voto femenino facilitó el camino a la Casa Blanca del presidente Trump, es simplemente sintomático del conocimiento que de la sociedad americana y de la política en general posee nuestro Leonardo. Al ex presidente Obama, por su parte, y a su política de acercamiento a la tiranía castrista atribuye Padura, por otra parte, todo género de halagos, en contraposición a los denuestos merecidos por el presidente Trump, quien ha debido enfrentarse a las agresiones acústicas perpetradas o toleradas en La Habana contra diplomáticos norteamericanos y canadienses, y que sólo parecerían explicarse por el interés reiteradamente demostrado por el castrismo de impedir cualquier acercamiento entre los Estados Unidos y Cuba, que constituiría su mayor y decisivo desafío. ¿A qué otra cosa podría dedicarse el régimen cubano, de cesar el gran pretexto del antagonismo entre “Cuba” y los Estados Unidos?
Padura, que siempre se ha mostrado reacio a pronunciarse respecto a los abusos a los derechos humanos en Cuba bajo la tiranía castrista, la misma que le permite viajar a él al exterior y residir en el país cuando así lo desea, en tanto niega a otros nacionales dicho “privilegio”, alaba a un grupo de cubanos en el exilio miamense, que dicho sea de paso, en muchos casos no se consideran tal, aunque de hecho lo son, por causa de la que el autor estima mayor tolerancia de estos frente a la hostilidad de “esos” otros que, Padura dixit, “ha(n) quedado para (ser) una clase política para la que la mala relación con Cuba es parte de su trabajo y es parte también de su negocio”. Lo que tales declaraciones reflejan, constituyen el típico ejemplo de la propaganda encargada por el comunismo a sus agentes de interés de siempre. Según ella, los cubanos que rechazamos el reconocimiento y la complicidad con la tiranía, somos vividores que chupamos de una ostra inagotable: las malas relaciones entre los dos países. Por otra parte, los que aquí han venido, en muchos casos con la encomienda expresa del régimen de constituirse en caballo de Troya o en quinta columna del castrismo, esos sí son verdaderos patriotas cubanos, incluso súbitos burgueses emprendedores, interesados en que “las cosas se arreglen” y podamos llegar a un entendimiento entre los Estados Unidos y el régimen de  la isla. Padura tiene una manera muy suya de encarnar eso que Orwell llamó acertadamente el “double speak”, o doble lenguaje. Matándolas calladito, o a la chita donde dije que no dije, dije lo que dije y no se dieron cuenta, Padura se nos vende de novelista, y la propaganda editorial en coordinación con la del régimen lo proclama “novelista imprescindible” cuando en realidad la verdad es mucho más simple que todo eso.

Rolando D. H. Morelli, Ph.D., docente, narrador, poeta y ensayista cubano exiliado. Ha sido profesor universitario en prestigiosas universidades norteamericanas. Pertenece al Pen Club de escritores. Co-fundador y director de las Ediciones La gota de agua. Reside en Filadelfia. Es miembro de la Junta Directiva de CubaNet Noticias.


1 comentario:

  1. EXCELENTE COMENTARIO DE MI COLEGAMIGO MORELLI, QUIEN SIN CONOCER DIRECTAMENTE A ESTE OFICIALISTA ESCRITOR, LO RETRATA. FELICIDADES, ROLANDO.

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