"Las ayudas estrictamente humanitarias no son la solucción..."
El término forma parte de una regla
de seguridad internacional y de derechos humanos que fue presentada en la
cumbre mundial de Naciones Unidas, 2005, para abordar el fiasco de la comunidad
internacional en prevenir y detener los genocidios, crímenes de guerra y contra
la humanidad y la limpieza étnica.
La aprobación de este
principio constituyó un compromiso firme que despertó grandes expectativas
sobre un futuro libre de esos crímenes, una bella promesa, hasta el presente incumplido, por quienes manejan los destinos de la
humanidad.
Esa herramienta legal compromete a los
estados miembros de la ONU a prestar asistencia a las naciones que lo
requieran. Un compromiso universal sin precedentes, aunque hay que reconocer
que nunca antes se había apreciado un nivel de asistencia a los necesitados tan
alto como en la actualidad.
La solidaridad jamás se había mostrado
con tanta urgencia y abundancia, aunque es prudente aclarar que la
ayuda nunca es suficiente para satisfacer las necesidades de los
desamparados.
A pesar de estos acuerdo la asistencia
internacional es prácticamente nula o muy cautelosa cuando un país enfrenta
problemas alimenticios o de salud pública, por causas de
inestabilidad política como es el caso de Venezuela, por un conflicto armado
como ocurre en Siria y Libia, entre otros, o cuando un pueblo está sometido a
una horrenda dictadura de décadas como sucede en Cuba y Corea del Norte.
Cierto que organismos internacionales
como Naciones Unidas, la Cruz Roja y otros, hacen lo posible por ayudar,
además, se esfuerzan por mantener una prudente distancia del
problema de origen con el fin de evitar que el conflicto se acentué y propague,
así que a pesar de las buenas intenciones, la agonía de los que padecen se
agudiza sin perspectivas de que la situación mejore por la falta de
disposición de los que deberían hacer cumplir, la Responsabilidad de
Proteger.
Las ayudas estrictamente humanitarias no
son la solución. Situación escenificada al detalle en la tragedia
venezolana, con independencia de que la conducta negativa de Nicolás Maduro
dificulta cualquier asistencia internacional, mientras, lo poco que ingresa, se
lo roba o distribuye entre sus sicarios.
Sin embargo, hay que destacar que la
crítica situación de Venezuela ha determinado que por primera vez en la
historia y por propia iniciativa, un grupo de países latinoamericanos se
unieran para buscar solución a un problema que afecta a uno de su
entorno, concertación de países que muestra una especie de madurez en lo que
respecta a los compromisos hemisféricos, aunque no faltan quienes afirman que
esa actitud activa y positiva no es solo por razones
humanitarias, sino por la conveniencia de que los millones de
venezolanos que han tenido que recibir, una situación que puede
afectar gravemente la economía y la estabilidad social de los países
receptores, regresen a su país.
La realidad es que la magnitud de la
crisis venezolana no tiene precedentes en el continente, lo que más se aproxima
es el éxodo cubano que se inició en 1959 y el haitiano. En ambos casos fue
Estados Unidos el país de acogida, aunque en estos últimos años tanto haitianos
como cubanos han tenido que emigrar a varios países de América del Sur, lo que
muestras que en estos tiempos de globalización la carga que implica cualquier
emigración masiva no es exclusiva de Estados Unidos.
Es incomprensible que el pueblo
venezolano o cualquier otra nación en problemas corra grandes riesgos de
sobrevivencia cuando hay varios instrumentos legales y recursos materiales que
pueden ser implementados por organismos internacionales o coaliciones de
gobiernos, para salvar a los ciudadanos de ser victimizado por un régimen
despótico.
La responsabilidad de
proteger se basa en tres pilares de igual importancia: “la responsabilidad de
cada Estado de proteger a sus poblaciones, la responsabilidad de la
comunidad internacional de ayudar a los Estados a proteger a sus poblaciones y
la responsabilidad de la comunidad internacional de proteger a las poblaciones
de un Estado cuando es evidente que este no logra hacerlo”, un
compromiso profundamente humano que todo parece indicar quedara en palabra como
lo muestra esta 74 Asamblea General de la ONU. Los malos siguen durmiendo bien
y las buenas intenciones continúan empedrando el camino del
infierno.
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