"Por otra parte, el desempleo en EE.UU. continua reduciendose..."
¿La copa está medio
vacía o medio llena? Depende. Según Bernie Sanders el 1% de la
sociedad se enriquece exponencialmente mientras los pobres, 40 millones de
estadounidenses, el 13% del censo, carecen de recursos para tener una vida
digna.
¿Es eso verdad? También
depende de lo que uno llame una “vida digna”. La pobreza en Estados Unidos se
mide por los ingresos. Una familia de 4 personas que recibe menos de $25,000
dólares es considerada “pobre”. Pero se trata de una pobreza relativa. Esa
familia dispone de viviendas y escuelas públicas. De bonos para adquirir alimentos
sin costo. De electricidad, teléfonos, agua potable, Internet. De autos y
calles asfaltadas. De protección policíaca y de un sistema judicial con
abogados de oficio que representan a las víctimas y a los victimarios.
Por otra parte,
el desempleo en EE.UU. continúa reduciéndose. Eso es magnífico. Sigue
siendo el país de las oportunidades, como determina la riada de inmigrantes
legales o ilegales que arriban anualmente. No obstante, un CEO o presidente de
una empresa importante gana 312 veces al año lo que percibe un empleado
promedio. Eso es problemático y refleja lo que dictamina el Índice Gini:
el 20% más rico de la nación obtiene mucha más riqueza que el 20% más pobre.
Corrado Gini era un
estadístico italiano, fascista, que en 1912, hace más de un siglo, diseñó una
fórmula para establecer la división de los ingresos entre los quintiles de
cualquier sociedad. (Con los años y los palos el matemático abandonó el
fascismo). Supuestamente, el Índice o Coeficiente Gini mide la equidad o
igualdad que reina en el país que se somete al análisis. Grosso
modo la región más igualitaria es Escandinava y una de las más
desiguales es Latinoamérica.
Son tantas las variables
culturales, geográficas e históricas que convierten esos índices de desigualdad
en verdaderos estorbos conceptuales que esgrimen los demagogos constantemente.
“El Gini” es casi inútil. Dos de las naciones más “desiguales” son,
precisamente, Panamá y Chile, las que más han crecido en la
región y las que más se acercan al pleno empleo.
Pero, cuando uno exhibe,
orgulloso, lo que sucede en Chile, los adversarios no tardan en levantar el
rencoroso dato de que Chile y Panamá tienen un Índice Gini que excede la cifra
de 50, cuando los países escandinavos poseen menos de 30. Con arreglo a este
coeficiente 0 sería la igualdad absoluta y 100 la desigualdad total. Cuba, país
en el que casi todos viven miserablemente, anda por los 40 y la mayor parte de
la población sueña con instalarse en Chile o en Panamá, y no digamos en Estados
Unidos, cuyo “Gini” es 45.
Tal vez es más confiable
el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que publica
anualmente la ONU. Es algo más completo. Pondera tres factores: los niveles de
ingreso per cápita, los de escolaridad y la esperanza de vida. El economista
español Leandro Prados de la Escosura, citado por Juan Ramón Rallo,
otro economista destacado, midió la desigualdad entre países de 1870 al 2015 y
halló que, aunque las poblaciones se alejaban en lo tocante a ingresos
monetarios, se acercaban en escolaridad y esperanza de vida. (La reseña de la
obra de Prados de la Escosura a cargo de Rallo puede encontrarse en el
Instituto Cato).
Pero el IDH tampoco
es suficiente. Le falta un análisis de las diferencias entre quienes viven en
la capital o en las zonas más distantes. Un asalariado en Buenos Aires recibe
casi el doble de uno que realiza la misma tarea en Jujuy o en Salta. Algo que
sucede, por ejemplo, con relación a Ciudad de México y a Chiapas. Y le falta el
signo de las migraciones, y de las oportunidades de desarrollo personal que
presentan las grandes urbes cuando se contrastan con las zonas rurales, porque
no se ha encontrado una manera eficiente de detallar la “movilidad social”.
Sabemos que existe y caracteriza a la sociedad de Estados Unidos y, en general,
a las sociedades de mercado, pero no hay forma de medirla convenientemente.
Entre Thomas
Piketty, autor de El Capital en el siglo XXI, el rey de los
pesimistas, y Steven Pinker, Enlightenment Now: The Case for
Reason, Science, Humanism, and Progress, me quedo con los optimistas.
A trancas y barrancas vivimos en un mundo cada vez mejor.
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