miércoles, 24 de junio de 2020

ESOS OTROS LENGUAJES


Carlos Benítez Villodres Málaga (España)                                                                           

  ¡Cuántos y cuántos hombres buscan y encuentran cosas nuevas, sorprendentes, mágicas, pero continúan siendo las mismas personas! Esos hallazgos no han producido ningún cambio en ellos, porque para ser el hombre que siempre, con vehemencia, desearon ser, la causa de tal cambio, aunque les llegue del exterior, ha de originar, en su orbe interno, una revolución para que, desde su corazón, posteriormente, actúe.

¡Cuántas y cuántas personas aseguran que el pasado fue mejor que el presente! ¿Por qué, si tal afirmación es falsa? Porque viven hoy sólo por vivir, es decir, no sienten en los hondones de su ser la fragancia que exhalan los tesoros y la belleza de la vida, y al no sentirlos, no pueden conocerlos para amarlos, no pueden gozarlos, no pueden lograr que ellos hagan que la vida de estos individuos sea interesante.

¿Quién puede construir una presa para detener las aguas del río de la vida? Esas aguas siempre revueltas y oscuras. El hombre, evidentemente, no tiene poder para detenerlas, pero sí para cambiar el curso de las mismas, para amainarlas y para aclararlas. Hay muchos motivos para no hacerlo, pero uno de los más importantes es que la inmensa mayoría de los humanos no sabe cómo realizarlo. Unos porque se han habituado a esas aguas turbulentas y negras, y sobre ellas van y vienen a merced de sus corrientes, y otros, porque no tienen esa capacidad que se necesita o, si la poseen, se encuentran impotentes para llevarlo a cabo. Por otro lado, están aquellos que sí saben, pero no lo hacen simplemente porque no quieren, porque les interesa que sigan el curso que llevan, sus alborotos tempestuosos, sus contaminaciones en exceso. En un sinnúmero de ocasiones, por no decir en todas, el cauce fue excavado por ellos mismos. También la irascibilidad de las aguas y las inmundicias que arrastran tuvieron su origen en este grupo numeroso de enemigos del hombre de buena voluntad.

Si observáramos detenidamente la naturaleza, ella nos enseña cada día todo aquello que nosotros no sabemos. Por consiguiente, si permanecemos ignorando estas realidades, no podremos asumirlas ni recapacitar, ni siquiera durante un instante de nuestro periplo por el tiempo, sobre esas exposiciones tan expresivas como luminosas, que ella nos muestra continuamente. Enseñanzas estas que son vitales para cualquier hombre. A veces esos aprendizajes no son percibidos por el sujeto porque es incapaz de captarlos o porque prestamos más atención a otros menesteres que creemos o nos notifican que son prioritarios, cuando en realidad, aunque lo sean, no deben ser causa de abandono de aquello que también nos beneficia. Sin embargo, en otros muchos, demasiados, casos la maldad propia o ajena es la que se interpone, entre la naturaleza y nosotros, para eclipsar totalmente ese mundo nuevo que tenemos al alcance de nuestra psique. En definitiva, quien actúa de espalda a la naturaleza es porque no tiene ni la más mínima idea de cómo debe vivir su propia vida.

Partiendo de la base de que lo que más seduce al hombre de siempre es la belleza, ésa que vibra a su alrededor, irradiando luces y señales para enriquecer su entendimiento, dar firmeza a su voluntad, acrecentar el caudal de su comprensión..., ¡cómo puede vivir, pues, distante de ella!, ¡cómo puede ningunearla a cada paso que da!, ¡cómo puede aseverar que admira, ama la belleza, si la tortura y la mata! Ciertamente, ¿quién puede saciarse de belleza, si no la cultiva en su orbe interno? ¿Quién puede hallar aquello que anhela para sí o la luz que crean y esparcen los soles en los que cree, si no se prepara para ir a su encuentro? ¿Quién puede dar amor, si sólo tiene odio y rencor o indiferencia y oscuridad en sus adentros? Nadie puede disfrutar y dar de lo que no tiene.  Nadie puede sentir en su piel los rayos del sol durante la noche. Nadie puede hablar o escribir de belleza si no sabe su lenguaje. Nadie puede hablar de la mar, si nunca se sumergió en sus aguas, ni llegó al fondo de la misma.

Mientras el hombre intente comunicarse con sus coetáneos mediante ese lenguaje que sólo sirve para engañar, para confundir, para vulgarizar... a las personas que nutren la incapacidad de elegir libre e individualmente su destino, una gran parte de la humanidad seguirá devaluando la vida, destruyendo puentes, acrecentando las distancias...  

Lo extraordinario no está en lo grandioso, como grita la masa, sino en lo sencillo, en lo único. Por ello, sólo aquel que no se confunde en medio de la muchedumbre está capacitado para distinguir lo extraordinario de lo ordinario y para saber apreciar lo que, por naturaleza, está fuera de lo común.

 




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