miércoles, 24 de junio de 2020
ESOS OTROS LENGUAJES
¡Cuántas y
cuántas personas aseguran que el pasado fue mejor que el presente! ¿Por qué, si
tal afirmación es falsa? Porque viven hoy sólo por vivir, es decir, no sienten
en los hondones de su ser la fragancia que exhalan los tesoros y la belleza de
la vida, y al no sentirlos, no pueden conocerlos para amarlos, no pueden
gozarlos, no pueden lograr que ellos hagan que la vida de estos individuos sea
interesante.
¿Quién puede
construir una presa para detener las aguas del río de la vida? Esas aguas
siempre revueltas y oscuras. El hombre, evidentemente, no tiene poder para
detenerlas, pero sí para cambiar el curso de las mismas, para amainarlas y para
aclararlas. Hay muchos motivos para no hacerlo, pero uno de los más importantes
es que la inmensa mayoría de los humanos no sabe cómo realizarlo. Unos porque
se han habituado a esas aguas turbulentas y negras, y sobre ellas van y vienen
a merced de sus corrientes, y otros, porque no tienen esa capacidad que se
necesita o, si la poseen, se encuentran impotentes para llevarlo a cabo. Por
otro lado, están aquellos que sí saben, pero no lo hacen simplemente porque no
quieren, porque les interesa que sigan el curso que llevan, sus alborotos
tempestuosos, sus contaminaciones en exceso. En un sinnúmero de ocasiones, por
no decir en todas, el cauce fue excavado por ellos mismos. También la
irascibilidad de las aguas y las inmundicias que arrastran tuvieron su origen
en este grupo numeroso de enemigos del hombre de buena voluntad.
Si
observáramos detenidamente la naturaleza, ella nos enseña cada día todo aquello
que nosotros no sabemos. Por consiguiente, si permanecemos ignorando estas
realidades, no podremos asumirlas ni recapacitar, ni siquiera durante un
instante de nuestro periplo por el tiempo, sobre esas exposiciones tan expresivas
como luminosas, que ella nos muestra continuamente. Enseñanzas estas que son
vitales para cualquier hombre. A veces esos aprendizajes no son percibidos por
el sujeto porque es incapaz de captarlos o porque prestamos más atención a
otros menesteres que creemos o nos notifican que son prioritarios, cuando en
realidad, aunque lo sean, no deben ser causa de abandono de aquello que también
nos beneficia. Sin embargo, en otros muchos, demasiados, casos la maldad propia
o ajena es la que se interpone, entre la naturaleza y nosotros, para eclipsar
totalmente ese mundo nuevo que tenemos al alcance de nuestra psique. En
definitiva, quien actúa de espalda a la naturaleza es porque no tiene ni la más
mínima idea de cómo debe vivir su propia vida.
Partiendo de
la base de que lo que más seduce al hombre de siempre es la belleza, ésa que
vibra a su alrededor, irradiando luces y señales para enriquecer su
entendimiento, dar firmeza a su voluntad, acrecentar el caudal de su
comprensión..., ¡cómo puede vivir, pues, distante de ella!, ¡cómo puede
ningunearla a cada paso que da!, ¡cómo puede aseverar que admira, ama la
belleza, si la tortura y la mata! Ciertamente, ¿quién puede saciarse de
belleza, si no la cultiva en su orbe interno? ¿Quién puede hallar aquello que anhela
para sí o la luz que crean y esparcen los soles en los que cree, si no se
prepara para ir a su encuentro? ¿Quién puede dar amor, si sólo tiene odio y
rencor o indiferencia y oscuridad en sus adentros? Nadie puede disfrutar y dar
de lo que no tiene. Nadie puede sentir
en su piel los rayos del sol durante la noche. Nadie puede hablar o escribir de
belleza si no sabe su lenguaje. Nadie puede hablar de la mar, si nunca se
sumergió en sus aguas, ni llegó al fondo de la misma.
Mientras el
hombre intente comunicarse con sus coetáneos mediante ese lenguaje que sólo
sirve para engañar, para confundir, para vulgarizar... a las personas que
nutren la incapacidad de elegir libre e individualmente su destino, una gran
parte de la humanidad seguirá devaluando la vida, destruyendo puentes,
acrecentando las distancias...
Lo
extraordinario no está en lo grandioso, como grita la masa, sino en lo
sencillo, en lo único. Por ello, sólo aquel que no se confunde en medio de la
muchedumbre está capacitado para distinguir lo extraordinario de lo ordinario y
para saber apreciar lo que, por naturaleza, está fuera de lo común.
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