viernes, 3 de junio de 2016

TOLERANCIA O IDENTIDAD

La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad.  Thomas Mann
 Por Pedro Corzo, periodista e historiador
Tolerar y respetar es fundamental para la convivencia, no es racional aceptar la cohabitación con aquellos que quieren destruir los valores y costumbres sobre los que se sostiene la sociedad que les acoge, tal acción, sería como abrir la espita del crematorio donde tendrá lugar la incineración de las convicciones de quien por propia voluntad, dejó de ser libre y se convirtió en esclavo.
    Una norma clave de la coexistencia es aceptar las diferencias que se puedan tener con otras personas, intentar superarlas y encontrar puntos comunes sobre los cuales se sostengan  relaciones de mutuos beneficios con el fin de evitar conflictos y crispaciones que pueden conducir a situaciones críticas.
    Pero si lamentablemente las diferencias superan la voluntad de entendimiento,  el primer deber del individuo es defender sus valores y costumbres, en caso contrario,  parafraseando al prestigioso pensador alemán, la tolerancia conduce al suicidio. 
No es intolerante, extremista o intransigente el que protege y defiende  sus creencias y convicciones,  ante quienes quieren cambiarlas para imponer las suyas, es una simple acción de defensa propia, está salvaguardando lo más importante que posee un ser humanos, su identidad y sus valores.
     La identidad sea del individuo, la sociedad y la nación en su conjunto,  no puede ser negociables. Defenderla es proteger el pasado y garantizar el futuro. La pasividad ante quien la agreda  es pura maldad.
En el pasado la inmensa mayoría de los conflictos internacionales fueron causado por ambiciones territoriales, en el presente, sin que ese motivo haya desaparecido, los diferendos están asociados a antagonismos religiosos, ideológicos y a la inseguridad de que un enemigo potencial cuente con la capacidad de destruir a su adversario.
      Los pueblos apoyaban a sus gobiernos para proteger zonas del país que posiblemente ignoraban que existían, enviaban a sus hijos a morir en defensa de  la tierra patria, sin embargo, en el presente , muchos de los que estarían dispuestos a arriesgar sus vidas para salvaguardar la tierra en que nacieron, aceptan apaciblemente el desarrollo y fortalecimiento de proyectos que tienen como objetivo final disminuirle sus derechos como ciudadano.  
        Con frecuencia los derechos de unos confrontan con los de los otros y no siempre ocurre en temas fundamentales como los dogmas religiosos o los conceptos ideológicos, sucede también en asuntos triviales, a los que en ocasiones se les presta más  importancia que a los verdaderamente relevantes. 
       La defensa de los valores y creencias no es ser intolerante. El fanático es quien pretende imponer a como dé lugar, un culto, ideología o un tipo de conducta determinada, sin respetar la voluntad de quienes no comparten sus propuestas.     
       Los padecimientos del individuo en una sociedad cerrada, por el imperio de una ideología o religión, son harto conocidos. El sujeto no tiene derechos, es víctima de los poderes fácticos y una actuación contraria a las normas imperantes puede serle catastrófica. Pero en una sociedad abierta, libre, en la que el individuo esta asistido por un estado de derecho, no se justifica callar y permanecer indiferente ante acciones y propuestas que tienen como fin terminar con las prerrogativas ciudadanas
       La tolerancia y la identidad deben marchar juntas. El ciudadano de una sociedad abierta está obligado a tolerar las diferencias aunque no sean de su agrado, pero  ese mismo ciudadano está comprometido a conservar su identidad, a no hacer concesiones en lo que cree.
          La  democracia es el respeto a las diferencias, una  condición, que solo tiene sentido mientras la identidad y las concepciones propias no corran el riesgo de extinguirse por la actuación, incluidas las minorías, de quienes pretenden imponer las suyas. Es una particularidad que todos deben respetar por tal de alcanzar la sobrevivencia mutua asegurada, otra actitud,  conduciría a la inevitable destrucción de las creencias y convicciones que hasta ese momento se hayan defendido.
 
 

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