"No hay manera, digo yo, de que semejante encuentro pueda ocurrir por combustión espontanea...."
La visita del escritor Leonardo Padura al
presidente Inácio "Lula" da Silva, preso por corrupción en la cárcel de Curitiba, tuvo un efecto acaso no
esperado. Sin convencer a nadie de la inocencia de Lula, convenció de que ya
Padura no podrá seguir haciéndose el inocente.
No hay manera,
digo yo, de que semejante encuentro pueda ocurrir por combustión espontánea. Lo
sabe cualquiera que tenga la menor noción de la dinámica del poder en Cuba. Si
Padura fuera lo suficientemente tonto (que no lo es) para irse por su cuenta a
Curitiba, demos por seguro que Lula no le abre la puerta por su cuenta. Hay
mucho negocio de por medio, mucho secreto, demasiado programa entre Lula y Raúl
Castro para correr riesgos con improvisaciones.
De hecho, Padura
no improvisa. Su obra es un coherente esfuerzo para humanizar la figura del
policía castrista y problematizar, a veces con tintes de folletín, la obvia
interpretación de la destrucción de un país sometido a la opresión y la miseria
por una familia y su mafia vasalla. El detective Mario Conde lleva casi 30 años
sin encontrar al asesino del Estado de derecho.
Puntero de la
política castrista de intercambio cultural, Padura se presentó en Miami con la
máscara del creador apolítico, heterodoxo, asépticamente contestatario. Con
aires de sexagenario enfant terrible, pontificaba sobre los excesos
de los exiliados, convocaba a una reconciliación que exige, sine qua
non, el arrepentimiento de la víctima y nos juraba que se avizoraban las
reformas. Por ahí venía ya, nos anticipaba, una nueva Constitución.
En un reciente
comentario sobre la visita a Lula, un lector identificado como El Viajero
(repruebo que la gente no hable con nombre y apellido), comentaba en estas
páginas: "Y pensar que este hombre cuando visitó Miami llenó un teatro
completo de intelectuales y de cubanos 'amantes de la literatura'".
Yo pienso que no
lo leen. Porque si lo lees, todo está claro. Tanto más legible si lo lees en
traducciones. En sus textos, la corrupción, la pobreza, la violencia y la
degradación moral flotan en un contexto amniótico sin que nunca le veamos la
cara a la madre de la desgracia, cuyo nombre empieza con F. Como si la falaz
ecuación de su novelística, precisamente, estuviera concebida para que esa F
nunca pudiera despejarse. O sea, embarajar la letra.
Lo he dicho
antes. Padura no es un oportunista ni un cobarde. Para decir lo que dice se
necesitan las agallas del compromiso. En una entrevista con Pablo Iglesias dirá
que enfermedades y accidentes cobraron la mayoría de las
"ridículas" bajas cubanas en Angola. Acerca de la situación política
en Cuba dirá en Miami que "hay muchas Cuba". Lástima que el
embelesado presentador no le preguntara si en alguna de esas Cuba había
libertades.
Más reciente, el
pasado 1 de febrero, en Cartagena, Padura aparece hablando en El País sobre
las relaciones entre Raúl y el presidente Barack Obama como un "momento
esperanzador". Para recuperar ese momento, dice, haría falta la
"voluntad política" de ¡Donald Trump! Ese mismo día, por cierto, el
presidente designado, Miguel Díaz-Canel, era abucheado en el poblado de
Regla por el abandono de las autoridades a los damnificados de una fuerte
tormenta que azotó La Habana.
La visita a Lula
marca un hito. El escritor que nunca ha dicho ni ha escrito una palabra sobre
el presidio político cubano, un fenómeno sin parangón en Occidente, se ha ido a
Brasil a defender a un ladrón juzgado con las garantías procesales de un poder
judicial independiente. Ya quisieran los cubanos tener esa justicia.
"Me
solidarizo con él [Lula] y con todos los hombres y mujeres que en el mundo han
sufrido y sufren persecución y acoso por defender sin violencia sus ideas sobre
la sociedad y el mundo", dijo Padura.
La sacó del
parque y, a la vez, se ponchó.
Néstor Díaz de
Villegas observa que el castrismo solo puede producir simulacro. Mario Conde ha
rendido un gran servicio a la dictadura como agente de desinformación. Padura,
sin duda, es la principal voz de una narrativa isleña que disimula la tragedia
nacional en una trama de cochambre, cambalache y singueta.
Una lectura al
gusto de Lula. ¿Al gusto de Raúl?
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