Por René León historiador y poeta.
Una Calle
Real, un parque, una botica, un cine, un hotel cantina, una gasolinera, un
bodegón de chinos, una tintorería, una carnicería, 3 quincallas, 2 barberías,
un salón de billar, dos Sociedades de recreo, - para los negros- y los
blancos-, un Club de cualquier índole; un vendedor de “mondongo”, 3 prestamistas
(garroteros), una fábrica de hielo, una panadería, una iglesia con un Cristo
pobre; un cura mujeriego, 4 quioscos con servicio de “un plato especial”,
cervezas y ron; la que dio “un mal paso”, el que dio “un traspiés”, una
espiritista-cartomántica, una brujera; “la dama” que vive en las afueras del
pueblo y que todos los lugareños (machos con prioridad) conocen y que no
pronuncian su nombre y que ha hecho “hombres” a todos los jóvenes de varias generaciones;
un carpintero de cajas de muertos, la beata solterona, el solterón, el vago, el
verraco, el jugador, el alardoso, el “corre ve y dile” el que no es lo uno y sí
es lo “otro”; el que no puede ponerse un “cubo en la cabeza”; el borracho, la
“recibidora”, 3 calles con el nombre de un patriota, 1, 2, 3 sindicatos o
gremios de una rama en particular, una modista “sofisticada” que estudió en La
Habana con Madame Butterfly; el de
“triple oficio”: vendedor de billetes de la Lotería Nacional, apuntador de
bolita y jugador de gallos: pero para darle a un pueblo calidad superior debía
tener, año por año, la visita de un circo, cualquier circo que tuviera carpa
llena de parches, esa cualidad era el pasaporte para su aceptación popular;
mientras más parches, más digno de fe era…
Casilda, poseía eso y mucho más, pero
muchísimo más; barcos de pesca, de paseo, alumbrado eléctrico, agua corriente,
1 grifo o pila de agua para los “pobres de solemnidad”, varios hombres de
negocios acaudalados, limpiadores de zapatos, muelles almacenes para almacenar
30,000 sacos de azúcar prieta de capacidad, una Capitanía de Puerto, juzgado,
juez, alcalde, 3 concejales que nunca se reunían. Pescaderías y Cooperativas de
pesca; no doctor en medicina y leyes, no había; pero sí maestras y maestros, y
2 veteranos de la guerra de Independencia: Juan
Sacerio y Antonio Argüelles; casas de fantasmas y “viudas”, no la mujer que
perdió a su esposo; no ese tipo de “viuda” que a las 12 de la noche se ponía
sábana por encima y gritaba: ¡ahuuuu…! Como un alma en pena para infundir
pánico a los vecinos, un Periodista Tomasito
Gil, autos de alquiler, un carretón con su mulo, un perro que bebía ron, un
cementerio; no Casa de Cuna, no había; pero si una “arañita” con su caballo muy
bien entrenado en su paso corto y una monja que “colgó los hábitos para probar
suerte “en el mundo atrevido y loco de los “desgraciados hombres y, muchas,
pero muchísimas cosas más…Hasta un chófer que le llamaban Tibor…
Un día del mes de agosto a las doce y un segundo
del mediodía se aparecieron dos camiones algo destartalados del año 38…Cargaban
todo lo necesario para montar un circo…El lugar escogido, por supuesto fue la
Plazoleta, cerquita de la Calle Real, frente al chalet de Renteria y cruzando el terraplén por donde corrían las paralelas
del ferrocarril…De inmediato los obreros encargados de levantar la carpa –que
en Cuba lo motejaban de “tarugos”, comenzaron su labor…Entonces, mi hermano Emilio, le llevó a los negros
trabajadores -porque todos eran negros-, dos botellas de 3 Medallas, coñac
español…”Si nos damos un trago de eso…de aquí para la sepultura…Mejor invítenos
a comer algo…Hace cuatro días que no comemos nada…No hemos hecho ni un
“quilo” en los pueblos que hemos
visitado…”Mi hermano Emilio de inmediato
le dijo a Joseíto y el Bizco que le trajeran: pan con guayaba y
queso blanco; pan con chorizos y pan con jamón y queso amarillo y algunas
cervezas…”Para lueguito- dijo un negro llamado Bonifacio-, nos regala dos botellas de ron “Tigre”, ese bicho si pelea
de verdad…” Y parecía eso cierto porque ya tenían el huevo del ojo amarillo de
beber tanto ron “Tigre”…Después, mi hermano Emilio
se enteró por Joseíto que la famosa
fiera costaba la friolera de 60 centavos el litro.
Ese día por la noche daban la primera
función…Las damas gratis; los niños de brazos, también…A los hombres les
fascina el espectáculo del circo…Por el olor a la viruta de madera de la pista
y por ver las fieras y los monos…Como siempre le han pregonado que desciende
del primate, se considera muy ”gracioso” –al igual que los micos-, y como ellos
también , unos profesionales de las tablas; artistas natos…Sin embargo, a las
mujeres no la han podido convencer que es producto de una “costilla” de su
compañero de peleas, y mucho menos de la teoría de Darwin; ella no es mona y sanseacabó…Ella proviene de la rama
directa de mamacita Eva y punto…
La atención del público se concentró en
el león…El fiero felino rosado y melena negra, del desierto de Libia, considerada
de los más peligrosos, bellos y hermosos. Por lo menos así, lo anunciaba el
Maestro de Ceremonias, del Gran Circo Marichal – los circos llevaban por nombre
la del apellido del dueño-, el cual daba voces con un megáfono para mantener
interesados a los asistentes…Ese sería el último número de la noche…Payaso, un
prestidigitador, un levantador de pesos, bailarinas y él come candela. La
gitana que adivinaba el futuro, con sus llamativos atuendos, cautivó a las
mujeres…Los grandes tambores, las cornetas, los timbales, atronaban en el
interior de la vieja carpa…Los músicos de la orquesta no eran otros que los
llamados tarugos…A los cuales mi hermano Emilio los había contratado para dar una serenata a través del
pueblo, en primer lugar a sus enamoradas, tan pronto el espectáculo llegara a
su fin…
Armaron una gran jaula de hierro en medio
de la pista…Los tambores atacaron un repiquetear que avisaba al público, en el
misterioso lenguaje de los tambores, que se acercaba el momento peligroso y que
había que hacer silencio…Y el silencio se hizo; fue algo incomprensible, pero
se hizo, nadie respiraba…
Dentro de
una armazón de hierro en medio de la pista…Lo depositaron con temor, los
cargadores, y en el centro de aquella jaula…Le abrieron la puerta y salieron
corriendo…La fiera no se movió…Con varas largas comenzaron a pinchar al
felino…Dando tumbos el pobre león salió de la jaula…Semejaba un animal
desinflado. Su piel mostraba lunares sin pelo, como si la polilla, estuviese
dando cuenta de aquel pobre animal…Abrió la boca, todos esperaban espantados el
formidable rugido…Se limitó a bostezar…Sólo sabía hacer eso…El hambre diaria,
de meses y años, lo había obligado a olvidar su rugido…El bostezo era su nuevo
atributo…Hubo quienes empezaron a rechiflar y carcajadas…Pero de pronto todos
callaron…Rendían honor al pobre animal que había sido el Rey de la Selva, ahora
vencido por el hambre, el hombre y los años…
Algunos gatos que deambulaban en la
oscuridad de aquella noche en busca de guayabitos, desaparecieron
misteriosamente…El que pasara cerca de la carpa del circo podía oír el
ronronear de satisfacción y romper de huesos por una poderosa mandíbula…
Eran las once de la noche y nuestros padres,
sentados en el portal del chalet conversaban con algunos amigos…Emilio se presentó con sus músicos…Papá
se rió…Consideraba a mi hermano mayor
como un “alocado responsable”, pero apasionado por la vida…Se cantó “Son de la
loma y cantan en el llano”, de Miguel
Matamoros. Aquella música de
caballitos no tenía desperdicio. El que más se reía era mi hermano Emilio…Mi padre, con su gentileza de
siempre, mandó traer una botella de coñac…Se tomaron tres rondas…después, nos
fuimos con la música a otra parte…
Los vecinos de Casilda y los perros no podían
conciliar el sueño…Visitamos a las enamoradas; se complacieron en sus pedidos
de una canción determinada; pero todas, sin excepción, se reían a mandíbula
batiente la osadía de mi hermano.
Nuestro tío Manolo (Vequita), se había “arrimao” a una nueva hembra y no la
conocíamos… Comenzó la serenata con “Ponme la mano aquí Macorina, pon, pon…”.
Se podía oír el parloteo y las risotadas de las mujeres de la casa…De pronto la
puerta de la calle se abrió y salieron 4 feroces perros dispuestos a
destrozarnos a dentelladas…Se formó el corre, corre… Los músicos abandonaron
sus instrumentos y se refugiaron en los manglares cercanos de la playa, entre
ellos estaba yo…Emilio se había
subido a un alto ventanal de rejas de la casa y los perros brincaban tratando
de atraparlo... Uno de los perros, el más grande y con el pelo ensortijado,
trataba de morderlo…Nunca se supo pero alguien metió el pies en el tambor
grande…El perro grande arrastraba el tambor por la tira de pellejo que le
colgaba que servía para sujetarlo cuando se tocaba…Los marinos de guardia en la
Capitanía, se ahogaban de las risas…
Emilio parlamentó con nuestro tió Vequita…”Pero
te tienes que ir de por aquí y dar serenata en otra parte”, le dijo…Se llegó a
un acuerdo satisfactorio para ambos lados donde el honor y la hombría quedaban
a salvo…Llamaron a los perros y los introdujeron dentro de la casa…Avelino, Joseíto, El Bizco, El Chivo, y
Emilio, comenzaron a recoger los instrumentos musicales, tomando rumbo
hacia el parque, punto obligado de los descarriados para que fueran haciendo
acto de presencia…Los músicos y yo, fuimos los últimos en aparecer…Cuando nos
acercábamos llegaban a nuestros oídos sus grandes risotadas…Y más, se
agudizaron, cuando nos vieron aparecer…El fango de los mangles nos había marcado
de tal forma las piernas de los pantalones, que tal parecía que íbamos con
botas de vaqueros…La parranda había finalizado por un imprevisto que nos tomó
por sorpresa…
“! Qué me hago yo ahora sin el tambor! -,
lloriqueaba el negro Jacinto…”No te preocupes, Joseíto lo llevará mañana a primera hora a Trinidad, y te lo
dejarán nuevo…El arreglo va por mi cuenta”-, le dijo mi hermano Emilio.
Todo se desarrolló como lo había planificado
mi hermano…A las doce del día Joseíto
se apareció en el chalet con el tambor con un nuevo parche…Su bronco sonido
repercutía con más claridad que antes…Emilio,
Joseíto y yo, fuimos hasta donde estaba emplazado el circo a 120 metros de
nuestra vivienda...Jacinto, cambió el
semblante, ahora se veía contento…”Óyeme, blanco, tu eres hombre de
verdad…Muchos como tú se necesitan en este país…Anoche a pesar de todo, nos
divertimos mucho…¿Salimos de fiesta esta
noche otra vez?... Seguro que sí, pero vamos a llevar estacas para
defendernos de los perros…Por si acaso”, Le contestó mi hermano…Cada cual
comenzó a contar la parte que le tocó en la aventura de la noche anterior y nos
reíamos, nos reíamos con gusto y de nosotros mismos…Les dije que cuando llegue
a la casa mi madre Elvira me dijo
cantidad de cosas por desgraciar los pantalones…
¡Ah,
sí, en Casilda, había una oficina de correos, el tren entraba de marchas
atrás, teníamos un estibador que cargaba
dos sacos de azúcar de 350 libras cada uno, y le decían Habana; habían novios que llevaban 20 años de relaciones y no se
casaban…¿Cómo? Eso sí que no lo sé…
Todos estos articulos del senor Leon muy bueno, que son de una Cuba que ya perdimos con estos comunistas.
ResponderEliminarPedro Briceno